Nuestra Navidad de importación

Ciudad de México /

El solsticio de invierno tuvo lugar anteayer, domingo 21 de diciembre, unos minutos después de las nueve horas (en el centro de este país). Nuestro planeta no sólo gira sino que oscila: el eje de la Tierra tiene un movimiento pendular, digamos, y por eso cambia, en los dos hemisferios, el ángulo en que reciben la luz del Sol y por eso mismo los días comienzan a acortarse hasta llegar el instante, justamente, del referido solsticio, en estas tierras septentrionales, mientras que los naturales del sur disfrutan de la jornada más larga de todo el año.

Los antiguos, al ver que la luz del sol duraba cada vez menos, temían que el mundo terminaría por sumirse en una perpetua oscuridad, un escenario aterrador siendo que la llegada del invierno significaba ya de por sí largas semanas de privaciones y adversidades.

Pero, no: en cierto instante comenzaba el retorno hacia el orden de siempre, poco a poco se alargaban los días otra vez y se había conjurado así el fin de todas las cosas.

Había que celebrar, desde luego, que las imploraciones a los dioses hubieran encontrado respuesta y de ahí festividades que han tenido lugar desde la noche de los tiempos.

Los Evangelios no dan registro de la fecha ni el momento del año en que hubiera nacido Jesucristo. Algunos estudiosos, cotejando la aparición de un cometa en el firmamento –la estrella de Belén, ni más ni menos— que astrónomos chinos hubieran situado en el año 5 a.C. y por ahí de marzo, o hasta mayo, dan por probable esos meses y ese año. No lo podemos saber con la debida certeza, pero el tema es que la Natividad se emparejó con las celebraciones invernales de aquellos otros.

En todo caso, y trasladando las fiestas a estos territorios estadounimexicanos, ¡vaya que se ha vuelto nórdico el nacimiento del Hijo de Dios! Es ya un tema de trineos, renos, cascabeles y pinos (no la palmera datilera de Judea), siendo que aquí no cae nieve y que somos una comarca declaradamente tropical.

En fin, disfrutemos de todo esto, acompasados por ‘Blanca Navidad’, la preciosa melodía de Irving Berlin: un 24 de diciembre, en la soleada Beverly Hills, L.A. (no apto para populistas de izquierda), una voz nostálgica evoca la nevisca que blanquea el norte de nuestro vecino país.

Y, pues sí, copos, renos y trineos, también aquí. ¡Feliz Navidad, amables lectores!


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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