Me remito a vuestra indulgencia, amables lectores, ante el hecho consumado de que estoy garrapateando este artículo en primera persona. La infracción se justifica vagamente por la necesidad de una aclaración: en los casi 30 años que llevo de escribidor a sueldo creo haber publicado nada más tres o cuatro artículos laudatorios, es decir, elogiosos de algún personaje público.
Ciertos columnistas atesoran un muy minucioso registro de sus escritos pero en las neblinas de mi memoria no se alcanza a vislumbrar siquiera la fecha en que apareció impreso por vez primera algún texto mío, ya fuere en el antiguo periódico La Crónica o en el Diario de Monterrey, predecesor de este rotativo.
Recuerdo, sin embargo, haberle dedicado un laudatorio artículo a Rosario Robles, una mujer admirable en todos los sentidos, y también a Graco Ramírez, en sus tiempos de senador, porque en una entrevista que escuché me pareció un tipo inteligente y sensato (ya de gobernador del estado libre y soberano de Morelos no pareció hacer las cosas al gusto de sus ciudadanos, pero ése es otro asunto).
Pues, precisamente por las mismas razones, por la simple apreciación a la distancia de alguien con quien jamás has cruzado palabra y por la estima de advertir que se expresa con cierta propiedad, publiqué justo en este espacio un artículo encomiando a… a… este, a… a Ana Gabriela Guevara. Y no fue cuando competía honrosamente en las grandes justas internacionales sino, qué caray, ya como suprema encargada del deporte nacional.
Merece la pena este recuento de las alabanzas publicadas porque la ejemplaridad que le atribuí a la funcionaria, así sea que se derivara de un momento de ofuscación tan fugaz como irresponsable, se ha ido esfumando aceleradamente hasta el punto de que, luego del más reciente de los episodios suyos, lo que se dibuja en el escenario no es una persona ni lejanamente virtuosa sino una mujer zafia e infame que acusa a las chicas que obtuvieron tres medallas de oro y una de bronce en el pasado Campeonato Mundial de Natación Artística de ser unas “mentirosas” y de deberle dinero a la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade) o, en todo caso, de no haber comprobado gastos ante el organismo público.
Para dejar bien clara su postura y, en lo que toca al hecho de que se vieron obligadas a vender ropa deportiva para financiar su viaje a Egipto, país donde tuvo lugar la competición, Guevara, entrevistada por Ciro Gómez Leyva en la radio, soltó: “Por mí, que vendan calzones, trajes de baño, Avon o Tupperware”.
Elegancia suprema. Diplomacia de altos vuelos. Empatía total con las jóvenes deportistas. Exquisita sensibilidad. Buen gusto. Generosidad.
Bueno, dejémonos de sarcasmos. Son los modos de la gente de la 4T. Me pellizco y, no, no es un mal sueño. Es la muy perturbadora e inquietante realidad que estamos viviendo en este país. No sólo en los apartados de la seguridad y la salud. También en el deporte.