Un pequeño festín futbolístico: el pasado jueves, Italia contra Bélgica en la UEFA Nations League. A este escribidor le entristece un tanto que el equipo belga no sea ya lo que fue en su momento, a saber, un verdadero protagonista del balompié mundial, capaz de plantarle cara a cualquiera. Segundo lugar, ni más ni menos, en las clasificaciones de doña FIFA. Algo absolutamente admirable tratándose de una nación de poco menos de doce millones de habitantes.
Italia, que había desaparecido del mapa futbolístico, ha vuelto con toda su fuerza: encabeza su grupo en la antedicha competición, sin ninguna derrota y un solo empate. Y juegan estupendamente, estos italianos resucitados, hasta el punto de que podemos preguntarnos si terminarán por coronarse en el gran torneo continental.
Mientras tanto, aquí tenemos también nuestra correspondiente justa futbolística, un combate entre los países de la muy humilde CONCACAF y, miren ustedes, el supremo equipo de patabola de Estados Unidos Mexicanos acaba de enfrentar al conjunto nacional de la República de Honduras (hagan de cuenta una Bélgica pero fatalmente centroamericana, aunque con dos millones menos de habitantes y una extensión territorial bastante mayor, 112,777 kilómetros cuadrados en oposición a los 30,528 que habitan los súbditos del Rey Felipe).
Ocurre, sin embargo, que la referida FIFA, sin tentarse el corazón, ha colocado a Honduras en el puesto 77 de su lista. Bélgica (el equipo favorito de este escribidor, más allá de su declarada afición a las cervezas belgas, las mejores del mundo sin discusión posible) ha descendido al sexto lugar y México se encuentra, en estos momentos, en el sitio 16, por debajo de Japón, Marruecos, Colombia y, desde luego, de las grandes potencias (Argentina, a la cabeza).
Pues, qué creen: que los catrachos vencieron a nuestros esforzado aztecas en el partido jugado en San Pedro Sula. Le anotaron dos goles perfectamente legales a Guillermo Ochoa –una figura tan posiblemente crepuscular como Checo Pérez, vistas las cosas— y los mocetones del Tri no pudieron marcar ni un miserable tanto, o sea, ni el llamado gol del honor.
Son algo rijosos los de allá y a Javier Aguirre lo descalabraron al lanzarle una lata (llena, suponemos) de cerveza (local, suponemos también). Vaya manera de celebrar una victoria, oigan. Naturalmente, el hombre también había andado algo bronco y a los aficionados en las gradas no les gustaron sus modos barriobajeros.
En fin, este martes habrá de consumarse la venganza en el estadio Nemesio Díez de Toluca (es plan con maña, hacer jugar a los visitantes a esa altitud; tendrán principios de asfixia, muy seguramente) o a lo mejor lo que ocurrirá será el remate final de nuestra Selección, la certificación de su desalentadora medianía.
Ya lo veremos.