No lo crucifican porque ya no se acostumbra. Pero, qué caray, hasta el señor gobernador del estado libre y soberano de Jalisco, uno de los políticos más solventes y capaces del raquítico escenario nacional, saltó a la palestra para condenar al técnico desertor, por no hablar de los personajes históricos que han militado en las filas del club tapatío.
Las formas importan, señoras y señores, y a quienes hablan de frente y con arrestos se les reconoce, por lo menos, la cualidad de estar bien plantados como para que lo demás –el abandono, la salida hacia otros horizontes, el posible oportunismo y cierta ingratitud— no merezca los peores denuestos.
El comandante Gago, según parece, hubiera ignorado flagrantemente las mínimas reglas del decoro: estando al mando de mis Chivitas comenzó –él, por su cuenta (y a escondidas)— a negociar con un equipo de su tierra natal. Peor, los de allá no lo habían siquiera contactado en un primer momento o, por lo menos, esto es lo que se está rumorando ahora en los medios futbolísticos de este país.
Estaríamos hablando, como se dice –coloquialmente y recurriendo a un género femenino que este escribidor no puede utilizar ahora por estar sometido a los imperativos de la corrección política— de que anduvo “de ofrecido”, o sea, que hubiera buscado a los patrones del Boca Juniors.
En todo caso, en el contrato que firmó con los directivos del Guadalajara figuraba una tal cláusula de rescisión, a saber, un artículo en el que se le otorga la plena facultad para largarse cuando le venga en gana pero, eso sí, previo pago de una buena plata. Ese dinero no saldría de su bolsillo sino, como se acostumbra en las negociaciones que tienen lugar en las alturas, lo paga el club que recién contrata sus servicios.
La oleada de especulaciones que se ha desatado con su partida no deja de ser muy llamativa: refleja, en parte, nuestra susceptibilidad de mexicanos agraviados en permanencia por todo lo habido y por haber –en este caso, nos ofende supremamente que Chivas haya sido un mero “trampolín” para que Gago se colocara en un equipo de más relumbrón (el Guadalajara no es un club “de paso”, bramamos airadamente)— y exhibe, además, nuestra indisposición a reconocer que hay gente que atiende simplemente sus intereses. No lo vemos como algo perfectamente normal, parte de como se mueven las cosas en el mundo, sino como una altísima traición.
Comentaristas y aficionados arremeten, encima, contra los dueños de Chivas por haber celebrado acuerdos con gente –Hierro, el referido Gago y otros— que hizo las maletas en cuanto se le presentó una mejor oportunidad en el horizonte. Pues, miren ustedes, el Guadalajara es lo que es, un equipo entrañable en México, pero no figura precisamente en el altar de los más prestigiosos y potentes en el paisaje futbolístico internacional. Es muy entendible, entonces, que el canto de sirenas de otras comarcas les resulte muy tentador a muchos de los que han llegado a trabajar aquí, así sea que los califiquemos de “mercenarios” por atender esos llamados.
En fin, se va Gago. Fue algo torpe, el hombre: quiso quedar bien con todos y terminó como un mentiroso. Pero, por favor, no es asunto de crucificarlo.