Los Juegos Paralímpicos de París han tenido más público y seguidores que nunca. La gente admira los portentosos desempeños de uno competidores cuya primerísima asignatura fue afrontar, y vencer, la fatalidad de habitar un cuerpo humano desprovisto de sus plenas funcionalidades.
Para quienes no hemos sobrellevando las durezas de una discapacidad física, la realidad de esos congéneres nuestros suele resultarnos distante y ajena. Ensimismados en los pequeños contratiempos de la cotidianidad, no valoramos las bondades que nos ha regalado la vida ni agradecemos la buena fortuna que disfrutamos de tiempo completo.
Por el contrario, ellos, desde el principio mismo del camino, emprendieron la ruta con una pesada carga sobre los hombros. Pero esa dura losa –el no poder mover los miembros inferiores, el carecer de brazos o el padecer una ceguera total, entre otras imposibilidades corporales— no se volvió el germen de un perpetuo desaliento ni alimentó el victimismo que tan calculadamente rentabilizan los resentidos, sino que fue el motor mismo de un avasallador impulso de superación personal.
La empresa de todos y cada uno de los deportistas que han alcanzado un lugar en las competiciones olímpicas es simplemente extraordinaria. Se sirvieron de una voluntad inquebrantable para lanzarle un grito al mundo: aquí estoy, señoras y señores, existo a pesar de todos los pesares, voy a consumar mis sueños y a traspasar resueltamente las fronteras que obstaculizan el sendero que he decidido tomar.
No hay, quizás, ejemplo más esperanzador que el que nos brindan estos ejemplares individuos de nuestra especie, supremos embajadores de la perseverancia.
Nos mandan decir, además, que las lamentaciones que tan frecuentemente resuenan en nuestro paisaje son vanos espejismos, residuos de un desahogo que no merecemos en nuestra condición de sujetos dotados, de origen, de todas las posibles facultades.
De un inigualable calibre son los protagonistas de los Juegos Paralímpicos.
Y, gracias a ellos, en el planeta entero comenzamos a darnos cuenta de que la grandeza es también parte consustancial de lo humano. Benditos sean estos gloriosos competidores.