Es de no creerse, oigan. Este escribidor se pellizca el antebrazo izquierdo para comprobar que no sigue soñando luego de mirar un programa deportivo en el que cierto esclarecido comentarista desembuchó que el Tri, jugando en el rebautizado estadio Banorte, sacaría ventaja no sólo de la localía sino de los horarios de los partidos, la altitud de la capital de todos los mexicanos y… ¡la contaminación de la ciudad!
O sea, ¿de los posibles recursos futbolísticos de los jugadores aztecas ni hablamos? ¿El balompié no es un asunto de talento, capacidad, entereza, enjundia, orgullo, esfuerzo, disciplina y entrega?
¿Por qué no recurrimos, de una vez, a otras herramientas como la llamada “venganza de Moctezuma” –ya saben ustedes, los aniquilantes males digestivos que sobrellevan los muy delicaditos visitantes extranjeros cuando desembarcan en estos pagos e ingieren despreocupadamente tlacoyos, gorditas, tacos de cabeza, tlayudas, garnachas y otras viandas certificadamente vernáculas— o, ya en plan más técnico, les ponemos, a los bravos futbolistas que se van a enfrentar a la Suprema Selección Nacional de Patabola, agua del grifo, con su correspondiente cuota de bacterias asesinas, en las botellas de agua mineral que van a consumir en sus cuartos de hotel?
El tema del mentado programa televisivo era sopesar las posibilidades que nuestros embajadores futbolísticos tienen frente a los rivales que el sorteo de doña FIFA les puso delante: Sudáfrica, Corea del Sur y el europeo que salga del trepidante repechaje que debe todavía otorgar una plaza a los segundones de la competición, equipos todos ellos, según parece, que no van a exhibir las carencias de los mocetones dirigidos por el señor Aguirre.
Adversarios, dicen los que saben, que no son tan temibles como la Noruega que nos hubiera podido tocar en la rifa y que, vistas las cosas, le abren la puerta a nuestro optimismo de siempre, así sea que el fantasma de Inglaterra se dibuje en el horizonte de un partido posterior.
Pero, a ver, ¿tan poca confianza le tienen al Tri los muy ilustrados especialistas como para recurrir al provecho de horarios, niveles de altitud y vergonzosa contaminación urbana y pronosticar entonces que la escuadra nacional les va a pasar por encima a esos (presuntamente) medianos rivales?
¡Qué pobreza futbolística, señoras y señores!