Los políticos, ya lo habrán ustedes visto, se aferran al poder. Pocos son los que retornan, medianamente gustosos, a la republicana medianía de no contar ya con una corte de aduladores, de sentirse nuevamente gente de a pie luego de años enteros consagrados a la ambición, de dejar de ejercer facultades sobre los demás y de no ser ya constantemente procurados por los peticionarios de siempre.
La democracia liberal, por ello mismo, ha dispuesto toda una batería de filtros para que los caudillos en ciernes no adquieran potestades irreversibles y terminen eternizándose en el cargo. Los inventores de tan ejemplar modelo conocían muy bien la naturaleza de los humanos, individuos de una especie muy proclive al embeleso de la propia persona y al abuso del prójimo. Los gorilas y los leones luchan en buena lid para imponerse como reyes de la tropa pero en cuanto se les aparece en el horizonte un ejemplar más fiero bajan los brazos y se vuelven súbditos consintientes. Los dictadorzuelos de nuestro género son infinitamente más viles y mañosos.
En fin, estas perogrulladas las garrapatea el ocasional escribidor de temas deportivos al oponer, justamente, el perfil de los sujetos (y sujetas) que manejan la cosa pública a la figura de los personajes que llevan las riendas del vestuario en los clubes de futbol, es decir, los directores técnicos (llamados simplemente “entrenadores” en los tiempos en que el antedicho articulista comenzaba a adquirir cierta razón).
Y es que, en el hábitat que compartimos los naturales de este país, los tales entrenadores parecen estarse jugando el pellejo en cada jornada futbolística, a diferencia de los politicastros que encuentran siempre acomodo en las gradas de nuestro Congreso bicameral y que chaquetean sin el menor pudor en cuanto perciben que en su agrupación ya no les van a ser repartidos los botines que creen merecer.
Es cierto que un entrenador puede ir de un equipo a otro –sería el equivalente a cambiar de camiseta en la arena política— pero en algunos casos la apostasía no está siquiera en el menú de opciones. Dicho de otra manera, a lo mejor Ricardo Carbajal, el director técnico que el equipo Puebla acaba de echar a la calle, puede encontrar acomodo, digamos, en el Club Santos Laguna o en el Mazatlán FC. Pero transitar directamente de Chivas al América sería, hoy día, un pecado merecedor de todas las condenas, más allá de que Carlos Miloc, La Volpe o Ruggeri hayan dirigido en su momento a ambas escuadras.
Lo verdaderamente interesante, con todo, es la permanente situación de vulnerabilidad que afrontan aquí los entrenadores, a diferencia de unos políticos que merecen el colosal privilegio de no dar resultados. ¿Fui un pésimo gobernador? Ningún problema, me voy de senador o, en plan menos glamuroso, de diputado federal plurinominal.
Ya son tres, los directores técnicos a los que les han cortado la cabeza en este torneo Clausura 2024. ¡Qué oficio tan duro!