¿Qué demonios le pasó al Paris-Saint Germain?

Ciudad de México /

Los humanos experimentamos una oscura, o no tan oscura, fascinación con el triunfo. El éxito ajeno nos despierta envidia, sobre todo el del vecino de al lado, pero al triunfador lejano lo admiramos, se vuelve la encarnación misma de la fuerza personal, por no hablar de su excepcional condición: es un fuera de serie, una suerte de semidios, un talento tan único como deslumbrante.

Nos maravilla Verstappen, así de soberbio y antipático que aparezca, y nos encandilamos en una final como la que acaba de tener lugar en Wimbledon, un portentoso despliegue de templanza y colosales desempeños protagonizado por dos campeones, Sinner y Alcaraz que, justamente, se disputan, en las puntuaciones, la categoría de supremo ganador.

Ahí están Mbappé y Halland y Messi, desenvolviéndose en el universo futbolístico, y ahí se encuentran igualmente todos los demás, cada uno en sus disciplinas deportivas y sus clubes.

Por eso, por su excepcionalidad, son tan famosos (y tan ricos: el mercado ofrece muy pingües recompensas a sus esfuerzos y desvelos) y por eso mismo, en su naturaleza de celebridades (no necesitan ya ser influencers, miren ustedes, ya influencian y marcan el paso con el mero hecho de estar ahí, bajo la luz de los reflectores), las firmas comerciales pactan acuerdos con ellos para que porten las marcas y objetos de lujo a los que aspiran los comunes mortales.

Por encima de las estrellas, sin embargo, se encuentran los equipos, con todo y que la llegada de un “galáctico”, o varios, pueda hacer subir los valores, digamos, de un Real Madrid o, en su momento, del Paris-Saint Germain, cuando se hizo con los servicios combinados de Mbappé, Neymar y Messi, ni más ni menos.

No le funcionó enteramente la receta al equipo parisino, miren ustedes, lo cual viene siendo una especie de demonstración de que el futbol es una ciencia un tanto sibilina y, de paso, de que el dinero no necesariamente compra la felicidad, inclusive la del jeque árabe que apoquinó las millonadas que costaron los astros.

Las cosas han cambiado y, hoy por hoy, el PSG es el mejor equipo del planeta. O era, qué caray, hasta que se le atravesara el Chelsea en el camino. El tema es precisamente ése, señoras y señores, el de las expectativas que creó el club: no hablemos del campeonato francés, que ha conquistado imparablemente desde 2013 (salvo en 2017 y 2021) porque es una liga relativamente menor en el escenario europeo, pero después de la contundente victoria en la Champions en contra del Inter de Milán y de su avasallador paso por el recién celebrado Mundial de clubes, esperábamos que cerrara con broche de oro una fenomenal temporada.

Pues no. Ya el Botafogo lo había nulificado por completo en esta última competición –vaya demostración táctica, la de los brasileños, una auténtica cátedra futbolística— pero luego de haber humillado al Madrid, lo de pasarle por encima a los londinenses parecía un mero trámite.

Luis Enrique se descompuso al final de partido respondiendo, muy probablemente, a una provocación. Pero el enigma de una derrota así seguirá no sólo sobrevolando el vestidor del PSG sino aleteando en todos los ámbitos futbolísticos. No, no hay nadie absolutamente invencible, por más que nos maravillemos con los triunfadores.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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