Atizar el odio a las élites

Ciudad de México /

Al pueblo bueno le enoja enterarse de que en la cúspide de la pirámide social manda una casta de individuos privilegiados. Precisamente por ello es que a los reyes termina el populacho por cortarles la cabeza —bueno, los verdugos son más bien los recién llegados al poder, los nuevos amos de la nación que, muy pronto, adoptarán los modos de siempre de las clases dominantes—y por ello también es que el saldo final de las revueltas populares es, las más de las veces, la expulsión de las élites, cuando no su exterminio puro y simple.

Aquí resuenan machaconamente, cada día del Señor, llamados a repudiar a una “minoría rapaz” y a defender con fiereza la cruzada emprendida por el actual régimen, una transformación histórica de la vida nacional en la que el pueblo sería, por vez primera, el supremo protagonista y el beneficiario directo de una gran epopeya justiciera.

Ocurre, sin embargo, que los potentados que hasta hace muy poco estaban incrustados en las altas esferas de nuestra desigual sociedad no se resignan a perder sus canonjías. O, por lo menos, eso es lo que propala el discurso del oficialismo: cualquier oposición formal a los cambios que emprende la 4T se asocia a la resistencia que seguirían contraponiendo los antiguos pudientes, aunque lo que está ocurriendo sea, en los hechos, flagrantemente lesivo para los segmentos más desfavorecidos —la cancelación del Seguro Popular, el desmantelamiento de las escuelas de tiempo completo y de las estancias infantiles dedicadas a albergar a los pequeños de las madres trabajadoras, la escasez de medicamentos, el derrumbe del aparato público de salud, el retiro del Estado en las regiones del territorio avasalladas por la delincuencia organizada, entre otras tantas de las plagas bíblicas que nos azotan— y que el resguardo de la institucionalidad no responda al propósito de perpetuar intereses espurios sino a la muy legítima preocupación por el futuro de la vida republicana en este país.

Los últimos señalados, y directos merecedores de la condena popular, no son ya los periodistas críticos ni los académicos ni los clasemedieros ni los emprendedores con aspiraciones. No. Son los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. ¡Uf! 


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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