Los intereses nacionales no se tramitan en una tribuna, con impetuosos mensajes dirigidos a la galería, sino que se negocian en la sombra, en corto y de manera directa con los extraños que pretenden pasarte por encima.
Ya luego, concluidos los parlamentos con el contrario y habiendo celebrado los pactos correspondientes, se le informa al respetable de los resultados y los posibles logros alcanzados.
O sea, que la propaganda es para después, no para mostrarle anticipadamente las cartas a un adversario que anda en lo suyo, desentendido de las escaramuzas locales y de las rencillas domésticas en las que anda embarcado su interlocutor.
La presidenta de México no ha podido imprimirle (todavía) un sello personal a su manejo de la cosa pública. Lo primero, uno hubiera pensado, era no celebrar ya el ritual cotidiano de esas conferencias matutinas que prácticamente ningún Jefe de Estado acostumbra.
Sí, en todos los países tienen lugar las correspondientes ruedas de prensa pero son para informar puntualmente de las acciones emprendidas por el Gobierno, de los proyectos que se están desarrollando y, en el caso de una circunstancia política adversa o de una catástrofe natural, decirles a los ciudadanos cuáles son las medidas que están tomando las autoridades al enfrentar la situación.
Podemos pensar que la actual mandataria no ha podido tomar distancia de su antecesor y que debe seguir los mismos modos. Si tomara una ruta diferente, daría la impresión de que está cuestionando los usos de su mentor, por lo menos en lo que se refiere a la liturgia que ha instaurado el régimen de la 4T, y la continuidad se vería entonces un tanto resquebrajada, cosa que no puede vislumbrarse todavía en el horizonte de la flamante gobernante.
Se instauró, en su momento, la práctica de que el líder tomara el micrófono todos los días del Señor y esa rutina ha sido validada actualmente como un instrumento para seguir refiriéndose, muchas veces, a minucias como lo que expresó un periodista en un informativo o, cada mañana, para responder a preguntas a modo formuladas por un séquito de incondicionales, cosas que no son ni lejanamente asuntos de Estado.
No es el mejor recurso, sin embargo, para enviarle mensajes a un sujeto como Donald Trump.