Echemos un rápido vistazo a las crisis económicas que ha atravesado México en los últimos decenios: en 1976 ocurrió una fuerte devaluación de la moneda nacional y aumentó cinco veces la deuda externa; en 1982 tuvo lugar una depreciación mucho más drástica del peso mexicano, hubo fuga de capitales y el endeudamiento terminó por ser impagable; en 1994-95, las tasas de interés subieron de tal manera que miles y miles de personas no pudieron simplemente pagar sus préstamos bancarios y tuvieron que dejar sus viviendas.
Todos estos descalabros significaron colosales pérdidas de empleos, destrucción pura y simple de riqueza, estrecheces, austeridades y disminución de bienestar para millones de mexicanos. Así de duras estuvieron las cosas.
Ahora bien, desde el último derrumbe no ha vuelto a acaecer ninguna de esas famosas “crisis de fin de sexenio”. Es muy importante, en este sentido, reconocer meramente que una cosa es no vivir en el mejor de los mundos —sobrellevar, como en estos momentos, las durezas de la inseguridad pública y la innegable realidad de la desigualdad social, entre otros muchos de los problemas que afrontamos— y otra muy diferente es solazarse irresponsablemente en un catastrofismo tan caprichoso como ajeno a cifras y hechos.
Los ciudadanos de este país hemos vivido situaciones económicas verdaderamente adversas. En estos momentos, sin embargo, no podemos decir que la inflación esté fuera de control o que las tasas de interés sean tan exorbitantes como para que no podamos adquirir bienes de consumo (las ventas de coches han alcanzado niveles récord; y, sí, es cierto que muchísimas personas no pueden comprarse un auto pero ¿eso significa que debamos desconocer y descartar de un plumazo este dato positivo, como si no tuviera la menor importancia?) o que ya nadie quiera invertir aquí o que el dólar haya duplicado su valor, digamos, en las últimas semanas.
O sea, que no estamos atravesando una crisis. Ah, pero la gente está muy descontenta, eso sí. Y, bueno, supongo que escuchar eso de que “México está en bancarrota” a lo mejor mitiga un poco su rabia (o la acrecienta, no sabemos). Hay que sintonizar con el “pueblo”, señoras y señores.
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