La gripe estacional —o sea, la de siempre— causa entre 300 mil y 600 mil muertes cada año del Señor, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). La tasa de letalidad es de un dos o tres por cien, es decir, que de cada cien contagiados por el virus mueren dos o tres individuos. Este porcentaje parece ser el mismo que el de la epidemia (no pandemia, todavía) del nuevo coronavirus. No se mueren todos los enfermos sino una mínima parte y los decesos ocurren sobre todo entre los viejos y las personas con una previa vulnerabilidad. Hasta ahí los efectos directos del contagio.
Podríamos entonces hacer una estimación no demasiado catastrófica de las consecuencias que tendría, pues sí, una pandemia. El término se refiere a una enfermedad que se sale de control globalmente y que afecta por lo tanto a millones de individuos de la especie humana. La llamada “gripe española” —una denominación que supongo que ya no circularía en estos tiempos de obligatoria corrección política— mató entre 1918 y 1920 a unos 100 millones de personas, según algunas estimaciones. Es una cifra absolutamente escalofriante que explica los temores de unas autoridades sanitarias que, en estos mismos momentos, están tomando medias medidas absolutamente draconianas en todos los países para evitar que el nuevo coronavirus, bautizado como COVID-19 para diferenciar esta cepa del resto de los agentes infecciosos de la familia (entre ellos, el que provoca el resfriado común), se siga propagando en el mundo.
Aquí, el virus de la influenza ha provocado ya más de 200 muertes en esta temporada invernal —a pesar de que existen vacunas para evitar la enfermedad— y la actual crisis del sector salud no augura nada bueno cuando llegue el mentado COVID-19 al territorio nacional, algo que, dicen los especialistas, ocurrirá de manera inevitable, tarde o temprano.
La economía, postrada ya por la falta de inversiones, habrá de padecer encima las consecuencias de las cuarentenas, las restricciones a los viajes, la cancelación de espectáculos y encuentros deportivos, la disminución de las actividades públicas y las demás estrategias implementadas para prevenir un contagio masivo.
No son nada buenas noticias, señoras y señores, con el perdón de quienes todavía no se enteran.
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