¿García Luna? Mucho más decente que tantos otros…

Ciudad de México /

El villano favorito del régimen de doña 4T es Genaro García Luna. Y, desde luego, al satanizado expresidente Felipe Calderón es también a quien le tocan de refilón las infamantes acusaciones que merece su antiguo secretario de seguridad. El círculo del desprestigio está así cerrado y se consolida inmarcesiblemente, en el altar de la historia oficial, la especie de que todos los males que sobrelleva este país –aquí y ahora, a estas alturas todavía— se originaron en el sexenio maldito de un mandatario que, miren ustedes, no se quedó con los brazos cruzados y decidió enfrentar frontalmente a las mafias criminales.

La tal “guerra de Calderón” y sus correspondientes “muertos” no ha sido ni remotamente tan sangrienta como la paz que hemos disfrutado al amparo del postulado de “abrazos y no balazos” pero cuando el propósito –no necesariamente declarado pero utilizado constantemente como suprema herramienta propagandística— es repartir culpas, entonces las cosas se acomodan entera y ventajosamente al gusto de quienes reescriben los grandes episodios nacionales.

Hemos estado viendo, de primera mano, la abyección y el servilismo de quienes cambian alegremente de camiseta para sumarse a la muy rentable cruzada encabezada por el líder consagrado en el templo de la popularidad, algunos de ellos sumados a la causa por simple ambición personal y otros para poder evadir meramente los embates de la justicia –selectiva, discrecional y a modo— que imparten los adalides del supremo Gobierno.

Pues, qué caray, el mentado García Luna no eligió el camino fácil de esa gente, ni mucho menos: detenido en los Estados Unidos, el plan maestro que sus inquisidores mexicanos concibieron para él durante el desarrollo de su juicio en Brooklyn era que dejara asentado en los anales de la patria, por lo siglos de los siglos, que Salinas, Calderón, Fox, Peña y todos sus posibles compinches de la minoría rapaz –empresarios, dueños de medios de comunicación, colaboradores directos y distintos asociados— habían celebrado muy oscuros pactos con el crimen organizado.

Dicho en otras palabras, se le planteó la propuesta de que fuera un chivato, un soplón, un delator dispuesto a denunciar no sólo a su anterior jefe sino a todo el estamento del poder que había ocupado los espacios públicos en México antes del advenimiento del señorío morenista.

¿A cambio de qué? Pues de la gloria terrenal, señoras y señores, de no afrontar más que una pena temporal de prisión al declararse culpable ante los fiscales estadounidenses y, luego, de conservar sus bienes y vivir una existencia de desenfadada libertad.

Y, ¿cuál fue la respuesta del hombre? Decir que no tenía pruebas para inculpar a ninguno de los personajes que debía involucrar y declararse inocente.

El precio a pagar por tan ejemplar decencia es una condena de prisión de por vida. Para un ciudadano encarcelado sin otras pruebas que las declaraciones de los malnacidos –esos sí, perfectamente dispuestos a “colaborar” con las autoridades a cambio de los correspondientes beneficios— a los que él mismo persiguió y llevó ante la justicia.

El mundo al revés. 

  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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