¿La deshonra? Pues, no les quita el sueño…

Ciudad de México /

No es en lo absoluto un llamado a que los traidores a la causa —los verdaderos desleales, o sea, no los opositores y críticos señalados con saña desde la máxima tribuna palaciega— sigan los pasos de aquellos políticos caídos en desgracia que no encontraron otra salida que ajusticiarse ellos mismos o, dicho en otras palabras, suicidarse para limpiar su honor mancillado. Los más conspicuos casos han sido los de Pierre Bérégovoy, antiguo primer ministro de la República Francesa, y Alan García, presidente en su momento del Perú.

La prevención de este escribidor viene a cuento porque fue reconvenido en cierta ocasión por los muy circunspectos miembros de la mesa editorial de este diario —en los tiempos en que era jefe de redacción de una de las secciones— al haber evocado en un texto la ejemplaridad de tan supremo sacrificio y haberles parecido, a los referidos colegas, que emprendía una muy temeraria e inadmisible cruzada a favor de la muerte (ajena).

No se trataba de eso ni mucho menos sino de valorar, a pesar de todos los pesares, que esos hombres sobrellevaban una insoportable vergüenza al ser encontrados culpables y, más allá de su posible arrepentimiento, que afrontaban también el escarnio público, independientemente de las consecuencias legales.

Estamos hablando de que la deshonra sacude a algunos individuos hasta el punto de que toman la más drástica y terrible de las decisiones. Pero, justamente, volviendo al tema de los villanos morenistas que tanto empañan los blasones de doña 4T, no parece que estén sufriendo tormento moral alguno sino, muy al contrario, ondean con la más descarada insolencia el estandarte del cinismo sabiéndose al abrigo de cualquier sanción, condena o castigo, amparados como se saben por sus correligionarios.

Son los usos de una “autentica mafia del poder” —si me permiten ustedes citar al más impetuoso de los denunciantes cuando se trababa de denostar a los gobernantes de los pasados sexenios—, a saber, cubrirse unos a otros las espaldas y, desde luego, seguir alegre y despreocupadamente con las corruptelas y los saqueos.

Ni deshonor ni demérito ni descrédito: nada les quita el sueño. Así que en lo absoluto vamos a insinuarles siquiera que se corten las venas. Pero, por favor, no sigan con la cantaleta de “no robar, no mentir, no traicionar”. Si fueren tan amables.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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