La España que somos

Ciudad de México /

La popularidad, ya lo hemos visto, pareciera ser el fin último de la (mala) política. Los encargados de la cosa pública se han vuelto unos auténticos concursantes en la feria de las preferencias ciudadanas, pero no por avisar de medidas que pudiere necesitar urgentemente la nación —digamos, una reforma fiscal (traducción: una subida de impuestos para casi todos), un sistema sustentado en las exigencias (traducción: una rigurosa meritocracia) o la cancelación de los privilegios asegurados por la cultura corporativista (traducción: la implementación de estrategias para restarle poderes a los sindicatos charros)— sino por prometer paraísos terrenales y darle gusto, como en un programa de complacencias musicales, a la audiencia.

Eran tiempos muy duros, desde luego, pero Winston Churchill lanzó la advertencia, desde la tribuna, que a los británicos les esperaba, en el horizonte, un panorama de “blood, sweat and tears”. Los grandes hombres de Estado no son rentistas de la mentira como los tiranuelos de baja estofa que terminan siempre por encaramarse al trono que tanto han ambicionado pero, miren ustedes, en algún momento los votantes les pasan factura: un personaje de tan colosales tamaños, precisamente el líder que encabezó la resistencia de su gente frente a la embestida del nazismo, fue derrotado en las elecciones generales celebradas en el Reino Unido el 5 de julio de 1945.

Charles de Gaulle, otro gran protagonista en la Segunda Guerra Mundial, renunció al cargo presidencial en abril de 1969 al no obtener el apoyo de los franceses en un referéndum que organizó para reformar el Senado.

Al pueblo, entonces, lo que pida y lo que más le guste, así sea que el precio a pagar, al final de la fiesta, corra por su cuenta. Y, hablando justamente del canto de sirenas que puedan entonar los gobernantes, las notas disonantes del nacionalismo y las baladronadas patrioteras complacen grandemente al respetable, sobre todo cuando se ha cultivado, como en este país, un oscuro resentimiento histórico por lo ocurrido… hace 500 años.

Entonces, ninguno de los adalides de doña 4T lanzará al viento la sacrílega enunciación de que a España la llevamos los mexicanos en la sangre. La patria mestiza que somos debe ser borrada.

¿Reyes, emperadores? Nada más los de acá, no los de allá.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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