Los peronistas perdieron las anteriores elecciones en la Argentina y lo primero que hizo doña Fernández de Kirchner, enrabietada la mujer, fue no trasmitirle protocolariamente el mando a Mauricio Macri, su sucesor. Pues sí, a los populistas autoritarios no les gusta ceder el poder, así sea que la tal cesión no resulte de una magnánima renuncia personal —cosa de lo más improbable, de todas maneras— sino de la voluntad que expresaron soberanamente los ciudadanos en las urnas. ¿Qué mensaje envió entonces la señora a la nación? ¿Quería exhibir manifiestamente su desprecio a los millones de votantes que no la eligieron a ella? ¿No le pareció aceptable y perfectamente legítimo el resultado de un proceso democrático?
Pues, le llegó ya la hora del desquite a tan singular persona (iba yo a garrapatear personaja, por elemental corrección política, pero el palabro no figura en el diccionario de la Real Academia Española así que —como acaban ustedes de advertir, amables lectores— le puse persona; es sustantivo femenino, por fortuna). Será vicepresidenta nada más porque, a diferencia de ese Evo que se reelige por sus pistolas en Bolivia, no le funcionó el tema de cambiar las leyes para gobernar mandato tras mandato y eternizarse en la silla presidencial (así la identificas a la primera a esa gente: van a por el poder y sanseacabó, aunque pretexten que sirven a las clases desfavorecidas y que se llenen la boca de encendidas y rimbombantes retóricas; ah, y de paso se enriquecen como el más corrupto de los denostados neoliberales, faltaría más) pero podemos suponer que reinará en la sombra —o ni tanto, porque vaya que es de cepa protagónica— y que volverán a instaurarse sus nefarias políticas económicas en la República Argentina, por no hablar de su usos autoritarios.
Pero, en fin, es lo que quiere el pueblo bueno de allá y que con su pan se lo coman. Fueron, en su momento, habitantes de uno de los países más prósperos del mundo entero. Llegó luego el inefable Juan Domingo Perón y no sólo descompuso todo repartiendo a manos llenas la riqueza nacional sino que sembró el virus de una epidemia populista que sigue hasta nuestros días. Y, por lo que parece, así seguirán los argentinos, de crisis en crisis hasta que… Hasta que… Hasta que…
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