¿Tan difícil es armar judicialmente un caso contra un delincuente como para que, no debidamente acreditados tales o cuales delitos, salga libre por no poder el señor juez dictar la debida sentencia?
La ley es la ley. No es de acatamiento facultativo sino de obligada observancia. Y, si los encargados de ejecutar un procedimiento no hacen bien su trabajo, entonces el juzgador, por más que sepa en su fuero interno de la total culpabilidad del acusado, se encuentra completamente atado de manos.
Faltan, en este país, fiscales competentes, investigadores y expertos en criminalística. No tenemos tampoco una verdadera policía científica. Y, cuando los recursos reglamentarios no bastan, entonces tienen lugar excesos y atropellos que, llegado el caso, desautorizan de raíz las tramitaciones y trasladan entonces la culpabilidad a los acusadores. La más socorrida de las imputaciones es la de que han torturado a unos detenidos que, por ejemplo, ya no hubieran quemado los cuerpos de 43 jóvenes estudiantes de la normal de Ayotzinapa ni arrojado sus cenizas a un arroyuelo ni son tampoco sicarios de una organización criminal. Súbitamente inocentes, deben así volver a las calles porque, encima, “fue el Estado” y ellos no trabajan para el tal “Estado” sino que van por cuenta propia. Los padres de las víctimas aplaudirán cuando esa gente recobre no sólo su libertad sino su buen nombre.
Habrá que encontrar entonces a los verdaderos asesinos pero, para eso, se va a crear una mentada “comisión de la verdad”, o como se llame, que, sin tener las funciones, las atribuciones y las potestades legales de una fiscalía en toda regla determinará de todas formas quién perpetró realmente tan espantosa atrocidad. Yo propondría que los nuevos culpables sean, de preferencia, miembros del Ejército, oigan. En primer lugar, resulta sospechosísimo que los militares se hayan negado a que tuvieran lugar inspecciones para comprobar que incineraron los cadáveres de los muchachos en sus cuarteles. Y, segundamente, a lo mejor los tienen aprisionados, a los 43, y por eso mismo escuchamos, a estas alturas todavía, las voces que claman “vivos se fueron, vivos los queremos”.
Claro, hubiera sido mejor que los procesos se desarrollaran sin tacha alguna. No siendo así, o no totalmente así, hay que liberar a los miembros torturados de Guerreros Unidos. Que se haga justicia, sí señor.
revueltas@mac.com
¡Libertad para los "Guerreros Unidos"!
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