Los autoritarios son todos de una misma especie, es cierto, pero los de derechas son un poquitín menos malignos en lo que toca a la cancelación de las libertades: consienten el libre mercado, a diferencia de los déspotas izquierdosos que no dejan —parafraseando a Javier Marías (aunque no se refería a los tiranos entronizados en algunos países de este mundo, sino a los inquisidores encargados de imponer la corrección política)— ningún espacio de libertad intocado.
Detrás de unos y otros está el impulso de controlar absolutamente todo lo que acontece en los territorios sojuzgados por ellos. Los comunistas y los feroces custodios del socialismo tropical, sin embargo, no solo pretenden fiscalizar la realidad de pies a cabeza para agenciarse, a punta de intimidaciones y amenazas, la fervorosa adhesión de los individuos (y, de paso, confiscarles totalmente su soberanía), sino que están movidos por el propósito de reinventar el mundo en su totalidad y, consecuentemente, su primera tarea es la destrucción.
Los populistas bolivarianos y los revolucionarios castristas eliminan así brutalmente la riqueza de sus naciones, combaten la iniciativa privada y prohíben tajantemente cualquier manifestación de espíritu empresarial. En los hechos, es la supresión más absoluta y radical de la persona y ese colosal despojo lo justifican evocando los males del capitalismo y satanizando las propiedades materiales.
Es una embestida que revisten de condenas, proclamas justicieras y discursos moralizantes pero que en el fondo está dirigida a satisfacer su oscuro instinto de mandar, de ejercer un poder absoluto sobre los demás mortales y de sentirse los amos. Por eso no consienten que un pobre campesino pueda embolsarse unos pesos al comercializar las hortalizas que cultiva ni que una vecina instale unas mesas pequeñas en el patio de su casa para vender comida a los viandantes que pasan por delante. Eso, lo de negociar con bienes y servicios, solo lo puede hacer el Estado convertido, en manos de una burocracia persecutoria y punitiva, en un verdadero monstruo.
El mercado es tal vez injusto y explotador. Pero es también un ámbito de libertad. ¿Dijimos libertad? Pues ni una pizca, ni un gramo. Socialismo o muerte.
Román Revueltas Retes
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