Un chico de 13 años, al intentar que unos delincuentes se llevaran por la fuerza a su hermana, de 17, murió baleado. Fue en un pueblo de Guanajuato, hace tres días. Los desalmados criminales, beneficiarios directos de la política pública de abrazos, asesinaron también al amigo del muchacho que intervino para evitar el rapto. ¿Imaginan ustedes lo que está viviendo esa joven mujer en estos mismísimos momentos? ¿Se pueden poner en el lugar de unos padres, los suyos, que ya perdieron a un hijo y cuya existencia acaba de reducirse a una espantosa incertidumbre? ¿Qué dolor, qué rabia y qué sentimiento de impotencia están sobrellevando los progenitores del otro chico?
En esa misma jornada, tres mujeres que atendían un puesto de frituras en Celaya fueron ejecutadas por unos hombres armados. Una era la abuela y la otra la madre de unos niños de 3 y 5 años, que presenciaron directamente su muerte. De la tercera víctima se desconocía en un primer momento la identidad. De nuevo, ¿nos preguntamos cómo será la vida futura de las dos criaturas y dimensionamos la profundidad de la huella que tan monstruoso trance ha dejado en sus personas?
¿Por qué diablos tenemos que estar viviendo en un país así, señoras y señores? ¿Cuándo fue que esta nación se pobló de tantos y tantos canallas? ¿Cómo fue que se aparecieron centenares, miles de asesinos sanguinarios en el territorio de nuestra patria? ¿Qué es lo que ha fallado? ¿Quiénes han sido los responsables de que los mexicanos estemos padeciendo este infierno? ¿Por qué existen individuos capaces de perpetrar tamañas salvajadas?
Los retorcimientos de la política llevan a culpar a Calderón, entre otros presuntos causantes de la tragedia, o a cuestionar la eficacia de las estrategias del combate al narcotráfico, por no hablar de quienes propugnan que la legalización de las sustancias prohibidas acabaría de un plumazo y milagrosamente con el derramamiento de sangre.
Pero no se trata ya de eso. El asunto es que nos encontramos rodeados de bárbaros delincuentes. Sería una cuestión de porcentajes, finalmente. Aparecen, aquí y allá, estadísticas sobre el número de mexicanos asesinados: 25 muertos por cada 100 mil habitantes (en Dinamarca, el país de referencia del oficialismo, es menos de UN homicidio).
Pero, a ver, ¿quiénes son los que matan, en primer lugar? Esa sería la gran pregunta. Porque, hablamos siempre de las víctimas, de los cadáveres, y no parecemos estar particularmente interesados en señalar a los homicidas ni mucho menos en hacer una estimación del número de ellos en relación al resto de los pobladores de este país.
Si diariamente son matados, digamos, entre 70 y 80 conciudadanos nuestros, entonces esto quiere decir que hay también una gran cantidad de asesinos en México. Y ahí, en tan escalofriante descomposición social, es donde estaría, antes que nada, la raíz del problema.
¿Por dónde comenzamos a resolver las cosas?