El mundo no era tal vez mejor —finalmente, hasta la actual cultura woke, así de inquisitorial como opere, es una manifestación que responde al impulso de reconocer derechos y asegurar garantías— pero parecía mejor: en los tiempos del Sha de Irán, las mujeres andaban con total desenfado por las calles de Teherán y se ataviaban como les venía en gana, sin imposición alguna de ningún clérigo torvo y rencoroso.
También ocurrió lo del 11-S —obra de islamistas fanáticos— y a partir de ahí dejamos de viajar en avión con la desenvuelta despreocupación de antes: nos impusieron, en el mundo entero, las más exageradas e incómodas medidas de control. Los aeropuertos se volvieron escenarios histéricos donde hasta un botellín de agua resulta sospechoso. Recuerdo todavía los tiempos, en los Estados Unidos, en que podías acompañar a tus familiares o amigos hasta las mismísimas salas de embarque sin mayores problemas.
En lo referente a la cosa pública, no habíamos sobrellevado la asfixiante atmósfera de intolerancia y encono que estamos viviendo en estos momentos. Por el contrario, en las postrimerías del siglo pasado llegamos inclusive a creer que el capítulo de la democracia estaba apaciblemente cerrado, esto es, que en todo el planeta se reconocían sin ambages sus virtudes y beneficios.
¿Un Trump gobernando la nación más poderosa de universo? Ni en los más delirantes sueños. ¿Un ataque al Capitolio instigado por un mal perdedor, un sujeto que había llegado al poder en unas elecciones democráticas y que pretendió, al no volverle a favorecer los resultados, que el sistema había dejado de ser confiable, de la noche a la mañana? Y, ¿ese tipo, compitiendo de nuevo en unas elecciones presidenciales? Tenemos que pellizcarnos, señoras y señores, para comprobar que no estamos sumergidos en una pesadilla, pero, desafortunadamente, así están las cosas, hoy, aquí, en estos días.
¿Un dictador infame, peor todavía que el tal Somoza, en Nicaragua? ¿Una Venezuela en ruinas en la que millones de pobladores no pueden ya deshacerse del tiranuelo en funciones? ¿Un Putin ordenando bombardeos a hospitales y zonas pobladas por civiles? ¿Unos salvajes de Hamás perpetrando escalofriantes atrocidades en Israel y, posteriormente, la desmesurada respuesta de un Estado liderado por un desalmado extremista de derecha, matando a niños y mujeres palestinos que no tuvieron nada que ver con el primer ataque?
Y, en nuestro mismo país, ¿una amenazante regresión democrática siendo que habíamos logrado crear, luego de décadas enteras de esfuerzos ciudadanos, una ejemplar estructura electoral para darle total certeza a nuestras votaciones? Ah, ¿y decenas de miles de asesinatos como nunca antes?
Corrijamos, entonces: no es que pareciera mejor este mundo. Más bien, sí estaba, en muchos renglones, y en los hechos, mejor. Bastante mejor.