A los aspirantes que pretendan seguir la carrera de las armas en el Colegio Militar habrá que decirles que no, que no se trata de eso sino de ser policías. Hay una sustancial diferencia: el combatiente desea entrenarse en las artes de la guerra mientras que el agente policiaco busca perseguir a quienes quebrantan las leyes.
En nuestra sociedad no es enteramente bien vista la profesión de gendarme. Es más honrosa la categoría de soldado defensor de la patria, por no hablar de los oficiales —de subteniente hacia arriba—, los jefes —mayores, tenientes coroneles y coroneles— y, ya en plan declaradamente prestigioso, los señores generales.
La cuestión de la capacitación profesional es también importante, visto que el Ejército va a patrullar ahora las calles amparado por doña Constitución (eso habría que consultarlo con algún jurista experto para ver si las disposiciones recientemente aprobadas por nuestro Congreso bicameral no llevarán a la creación de un engendro de artículos contradictorios en la Carta Magna) y que las milicias de las fuerzas armadas no están necesariamente preparadas para realizar labores de seguridad pública.
Lo que está ocurriendo aquí en estos momentos es el resultado de decenios enteros de incuria, dejadez, irresponsabilidad, falta de visión y simple ineptitud gubernamental: todos los vicios en el manejo de la cosa pública están brotando a la superficie y quienes pagamos las consecuencias somos los ciudadanos, indefensos y desamparados ante el embate de la delincuencia. El manejo patrimonial de los asuntos de la nación, el nefario protagonismo de los funcionarios, la politiquería, la falta de continuidad en los programas de gobierno y el obstruccionismo de las oposiciones no sólo pasan factura sino que reflejan una realidad que se puede resumir en una lapidaria sentencia: crónico déficit de institucionalidad.
En algunos estados de la Federación se han implementado acciones con muy buenos resultados en el apartado de la seguridad. Ah, pero se aparece un nuevo mandamás en el escenario y lo primero que hace es arrasar con lo que hicieron sus antecesores. Tampoco ha habido una política global para resolver de fondo el problema. El Ejército no es la solución. Es la prueba de un morrocotudo fracaso.
Román Revueltas Retes
revueltas@mac.com