El capitalismo resulta de un impulso muy natural: el deseo innato de los humanos de abrirse paso en la existencia, de poseer bienes, de disfrutar de un creciente bienestar y de sobresalir por encima de los demás. La doctrina colectivista, por el contrario, surgió de la censura moral de estos (bajos) instintos y la consecuente sacralización del proletariado como la primerísima víctima de los codiciosos pudientes.
El socialismo, desde sus orígenes, se propuso edificar un mundo más justo condenando el deseo de lucro y endosándole a los acaudalados la infamante condición de explotadores del prójimo. Y, es cierto, en los siglos pasados las condiciones de la clase trabajadora eran absolutamente calamitosas y hubo inclusive épocas en que las labores más duras las desempeñaban seres humanos esclavizados.
La conciencia de una persona mínimamente sensible no podía menos que responder a la flagrante injusticia perpetrada en contra de sus congéneres y por eso mismo ha habido rebeliones y movimientos revolucionarios a lo largo de la historia. Y también por ello es que se ha instaurado el Estado social al irse consumando el proceso civilizatorio en las naciones más avanzadas.
El gran tema, más allá del componente humanista del socialismo de la primera hora, es el consecuente advenimiento de un sistema ferozmente totalitario cuando llega el momento de instaurar el modelo en el mundo real. Pretextando que el “pueblo” es la más suprema de todas las causas y confiscando su nombre para emprender las más extremas acciones, los señores encargados de llevar la cosa pública comienzan a perseguir, a encarcelar, a torturar y a matar a todo aquel que se les cruce en el camino.
¿Cifras? Entre Lenin, Stalin y Mao, el número de personas asesinadas –opositores, campesinos, trabajadores huelguistas y simples ciudadanos sospechosos de no adherirse a la cruzada purificadora del comunismo— sobrepasa los 100 millones.
No termina ahí el asunto, sin embargo: el horror no sacude el alma de los prosélitos y, hoy día, la cofradía del “socialismo del siglo XXI”, debidamente inspirada en la cultura de la muerte, campa por sus fueros aquí al lado, en nuestro subcontinente, en Venezuela, Cuba y Nicaragua. Contando con las simpatías, además, del régimen de doña 4T. Ah…