Podemos preguntarnos, los escribidores de artículos de opinión, qué tan combativos debemos ser en estos momentos, al comenzar justamente un nuevo régimen que no tiene en su haber hechos consumados sino que exhibe apenas algunos signos anunciadores.
La flamante jefa del Ejecutivo ha avisado de su talante continuista y proclamado por todo lo alto su apego al presidente saliente. Pero, entonces, ¿estaríamos hablando de que seguirá la escalofriante violencia que azota al país, que un tercio del territorio nacional continuará sobrellevando el yugo de las organizaciones criminales, que crecerá muy raquíticamente la economía, que habrá escasez de medicamentos, que los servicios de salud para la población serán desastrosos y, entre otras tantas de las plagas bíblicas que nos han caído encima, que la corrupción florecerá a toda máquina?
Quienes hemos cuestionado los procederes del régimen de doña 4T no somos necesariamente torvos conservadores ni tampoco respondemos de manera obligada a oscuros intereses. Hemos observado meramente una realidad y hemos expresado también nuestra gran preocupación por el progresivo deterioro de lo público en este país, por no hablar de la deriva autoritaria de este sistema y del divisionismo que han sembrado las huestes morenistas entre los mexicanos.
Esperamos, entonces, un cambio de rumbo sin que ello signifique una restauración de lo peor del orden anterior, ni mucho menos. El priismo cavernario lo hemos padecido de primera mano muchos de nosotros. Hemos visto, llegado el momento, que el episodio cumbre de la alternancia democrática se diluyó en las manos de un personaje menor: llevar las riendas de la nación, ahí, necesitaba la mano de un verdadero hombre de Estado, no de un gerente desentendido de su misión histórica.
O sea, que no habíamos vivido en el mejor de los mundos, antes de que fuera erigida la sacrosanta catedral de la “transformación”, hecha de demagogia, soberbia, intolerancia y resentimiento. Hoy, al comenzar Claudia Sheinbaum su recorrido presidencial, la esperanza de que México sea una tierra más generosa se dibuja en torno a su persona y, vistos los poderes y facultades que va a ejercer, es la depositaria suprema, y exclusiva, de todas las expectativas posibles.
No hemos visto nada todavía y se avecinan tiempos muy difíciles por lo poco viable que es un modelo necesitado de recursos que no tendrá ni lejanamente a su disposición. Hay acciones y posturas, sin embargo, que pudieren endulzar, por decirlo de alguna manera, el perturbador ambiente de crispación que estamos atravesando: más tolerancia, más apertura, más reconocimiento a la pluralidad inherente a la democracia, menos beligerancia y menos confrontación.
Son cosas, todas ellas, al alcance del gobernante que esté dispuesto a sembrar la semilla de un porvenir luminoso. El futuro que merecemos los mexicanos. Todos.