Aunque para muchas personas las ceremonias de premios se han vuelto el lugar natural de protesta, ha quedado más que claro que la mayoría de la gente quiere poder gozar de los espectáculos sin que les recuerden que la mitad del país odia sus preferencias políticas. Y por eso creo que la elección de regresar a Conan O’Brien a la conducción del Oscar es perfecta.
Lo digo a sabiendas de que llevo más de dos décadas escribiendo de cómo el espectáculo, la política y la sociedad están convertidas en un mismo tema. Pero por lo mismo me queda claro que estamos tan polarizados que si vemos a alguien hacer humor, o incluso periodismo, con un ángulo político dispuesto al nuestro, ya estamos envueltos en una batalla inevitable. A veces esa tendencia de “hate watching”, ver algo impulsados por la indignación, es un truco muy útil para generar audiencia. Pero ya no funciona en el Oscar y ya no funciona en las películas. Si la “otra mitad” decide que una cinta trae agenda “Woke” o “conservadora” esta tiene que iniciar el control de daños mucho antes de que nadie la haya visto. Y no, el Oscar necesita exactamente lo contrario. Eso es Conan O’Brien en este momento.
No es que Conan nunca haya hecho humor político. No podemos olvidar, por ejemplo, como vino a México a “pedir perdón” la primera vez que Trump fue electo. Pero lo cierto es que sus fans lo amamos más por jugar con los absurdos, por burlarse de sí mismo antes que de los demás, por sus grandes ocurrencias y porque simplemente nos hace reír. No sé ustedes, a mí me sigue encantando la comedia política y añoro que mi país pueda volver a tenerla y que sea con calidad. Pero no todo debe estar empapado de esas batallas ideológicas y extremas. A veces una celebración solo debe ser eso. No todo debe dividirnos. Bastante de eso ya tenemos con la realidad.