A ciegas

  • En el banquillo
  • Tedi López Mills

Ciudad de México /

Son comienzos en falso. El tiempo es palabra, flecha, río, laberinto. Aumentan los rumores de que ya se aproxima el futuro. Estamos a punto de pasar del semáforo anaranjado, con alerta, al amarillo, supongo que también con alerta, porque son precavidos nuestros líderes. Las cifras se barajan con optimismo: si llegamos a cien mil o ciento treinta mil muertos será exitosamente porque todo lo hemos hecho con precisión. En mi país nunca espantan las muchas muertes: asunto de costumbres y de temperamento y de cultura. Parece que nos gana el buen ánimo. Nuestros funcionarios, con los que hay gran idilio, enumeran las múltiples vacunas y los súbditos sentimos gran consuelo. ¡Nos van a salvar! El señor, recargado en su árbol, el sombrero entre las piernas, se carcajea. Anuncia que él es el mejor político en la peor de las épocas. ¿Y cómo no creerle? Tal aplomo y tal sonrisa son tan convincentes que convierten cualquier polémica en un acto de mala fe. Esos artistas e intelectuales que lo cuestionan y lo critican no tienen nombre.

Estoy aprendiendo a hablar y a callar en mi mundo. Vivo en él y miro los alrededores. Han asaltado nuestro edificio dos veces en diez días. Sospechan los inquilinos de las porteras y de los hermanos de las porteras. Colocan cerraduras y ponen alarmas. Un inquilino nos grita en el pasillo que él ya hizo su declaración. Nos encerramos en el encierro. No debe olvidarse que la experiencia de una persona, de dos personas, carece de importancia. Lo correcto es pensar en términos altruistas y enumerar las expectativas. Me incluyo, claro, en el colectivo, por disponibilidad. Las calles se irán atiborrando, no todos usarán cubrebocas por razones de política y de libre albedrío. El señor seguirá feliz: como anillo al dedo le ha venido la pandemia. Inolvidable la declaración e inevitable el desenlace. Leo en un libro sobre viajes en el tiempo: “Tu ahora no es mi ahora”. La última vez que caminé por el parque en marzo un joven tuvo convulsiones junto a una banca. Giraba como trompo. Se acercó una señora, otro joven, y yo me detuve. Ofrecí algunos consejos y me alejé con rapidez. Al día siguiente empezó el confinamiento. “El tiempo presente y el tiempo pasado están quizá presentes en el tiempo futuro”: es el inicio de un poema legendario que nos conduce por un sendero de la memoria donde se construyen imágenes que serán las paredes de la conciencia. Llevamos casi seis meses en el departamento. Yo reciclo toallas de papel y él recicla bolsas. Somos adultos vulnerables. Nuestros zapatos se alinean afuera. El futuro aún consiste en no contagiarse. Imaginarlo de otro modo es confiar demasiado en que el cambio de tema equivaldrá a un cambio de contenido. Soy supersticiosa; tengo un mantra que repito antes de distraerme: “espero que no tiemble, espero que no se vaya la luz, espero que no me dé un ataque, espero que no nos dé coronavirus, espero que no se vaya el agua”. Siempre toco madera. Siempre es una fórmula de la eternidad.


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