“Cuando se rompa la estructura sólo deberá escribirse en tercera persona”. La frase proviene del diario de Marina, de la entrada correspondiente al 3 de agosto de 1980. En la del día anterior leo que “los términos figurativos del ‘agotamiento del alma’ pueden resolverse si se ajustan a alguna versión de la realidad: aún no sé cuál. La broma de las manos de Manuel. El gancho en la rama torcida del árbol. ¡Un mes de tregua para el cuerpo! Definir ‘cuerpo’ en sus cinco declinaciones, como si fuera la rosa de mis clases de latín”. A Marina le gusta presumir su refinada, quizá postiza, cultura; parafrasea a Catulo, a Ovidio, y pone expresiones en alemán o francés que no vienen al caso en el transcurso de una caminata por San Ángel, un paseo por el mercado de Coyoacán o una tarde solitaria en el cuarto de azotea de su familia. Menciona “poemas” el 31 de julio y una lista de rimas que le da Manuel para que haga ejercicios, aprenda a versificar en serio y abandone de una vez por todas ese “lirismo infantil” que practica, según él, porque en su cabeza no hay nada salvo sentimientos, impresionismo sin relieves. Brinca-hinca (Gutiérrez Nájera), salvaje-miraje (Othón), epopeya-onomatopeya (Darío) topacio-espacio (Lugones). Manuel le repite su consigna: “la escritura no será nunca automática”. Reconozco las huellas. Para ser admisible, la conciencia debe adoptar la forma de un palimpsesto: documento cuyas capas de textos primitivos se descubren mediante rasgaduras o borraduras. El procedimiento es complejo. Idealmente, se trata de un pergamino en cuya superficie lisa no parece haber nada; sin embargo, al acercarse uno —o una— se perciben sombras de palabras o de signos: el códice de la vida interior, aunque sin un solo detalle psicológico. Eso es fundamental: ningún estado de ánimo puede perturbar el examen minucioso de lo que se piensa al margen de la identidad. Suena rebuscado, pero funciona si se desea medir el tamaño del espíritu. La vigilancia es extrema: por encima del hombro, desde un rincón del cuarto, a través de la ventana. Me sorprende —y asusta— que Marina haga referencia a La novela inconclusa en su diario. ¿Cómo sabe? Habla de una fotografía que le muestra Magdalena: Mariano Antúnez está de pie detrás de una silla y mira a Magdalena con una mezcla de sorna y desprecio. Ella —la boca abierta y sonriente— ha de estar desmenuzando una de esas largas anécdotas que, si hay público (como en la foto), desemboca en una broma que la ridiculiza y la deslinda, con elegancia, de cualquier tipo de pretensión. Lo que también me sorprende —y asusta— es que en la carpeta de hojas sueltas hay una copia de esa imagen que no estaba ahí cuando hice mi primera revisión de todo el material: la cara de Antúnez está fuera de foco; la de Magdalena es un perfil oscuro. Falsa penumbra, dice la leyenda al calce, y abajo: colóquese en la O del archivero, en la sección de Odio. Se ven muy contentos los comensales reunidos alrededor de la mesa. ¿Por qué?
Capítulo 11
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Tedi López Mills
Ciudad de México /
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