Séptimo

  • En el banquillo
  • Tedi López Mills

Ciudad de México /

Tengo un amigo que lee libros de vez en cuando y con gran intensidad: hace anotaciones en los márgenes de las páginas, listas de palabras que no entiende (su vocabulario es pobre) o que le gustan (para usarlas en ocasiones apropiadas), subraya párrafos, coloca interrogaciones y exclamaciones junto a frases y, finalmente, a un lado del índice, una calificación del 1 al 10 que encierra en un círculo como para evitar que se escape. Su entusiasmo me pone nerviosa porque nunca logro estar a la altura, aunque siempre agradezco que me distraiga. En una llamada reciente mi amigo me pregunta sin preámbulos si ya leí La insoportable levedad del ser de Kundera y qué recuerdo. Le respondo que sí con una risita sardónica, “en 1985: ¿tú no?”, y le confieso que no me acuerdo de casi nada. Me pide que la vuelva a leer para comentarla en nuestro próximo encuentro. Y lo hago. Lo primero que me sorprende (e inquieta) es que uno de los personajes principales, quizás el más importante, se llama Teresa (nunca Tere, por fortuna); lo segundo, las teorías de Kundera sobre el eterno retorno de Nietzsche que, si se cumpliera y nuestras vidas se repitieran ad infinitum, nos convertiría en una carga tan pesada para el tiempo que, calculo yo, lo detendría, o sobre las amistades eróticas que excluyen las agresiones de la pasión, o sobre el amor definido no por las mujeres con las que el personaje Tomás quiere acostarse, sino por las mujeres con las que desea dormir, o sobre las casualidades que llevan, paradójicamente, a hechos inamovibles cuyo origen, sin embargo, depende del azar. Por ejemplo, si en La novela inconclusa Marina no hubiera ido a la fiesta de su amiga en 1979, no habría conocido a Manuel y no sería su amante: “mi cómplice literaria, mi amanuense y mi teacher de inglés”, como presume él. O si Antúnez no hubiera dicho que él compraba el vino para aquel fin de semana, no sería ahora un cadáver envuelto en un sudario en su recámara y no habría una mujer con zapatos rojos ni sería yo invisible ni habrían surgido Tere y Raúl. ¿Dónde empieza cada casualidad? Vienen por series y se cancelan y se multiplican según se impone una en lugar de otra. Aún no se determina cómo se conocieron Tere y Raúl —bajo el régimen de qué casualidad—, pero ya se intuye un desbalance sentimental que favorece a Raúl, y puede inferirse que Tere será muy servicial y Raúl, despectivo. En algún momento, Tere percibirá el desencanto de Raúl y, grave error, procurará ser aún más atenta. Tampoco se ha establecido en qué instante se enamora Tere. Yo sospecho que fue en la carretera, en el coche, cuando Raúl puso “Kiko and the Lavender Moon” de Los Lobos. Tere se la sabe de memoria, por cierto, y se atrevió a cantarla en voz alta, presumiéndoselo a Raúl, quien hizo una mueca y cambió de carril. El desencanto de Raúl tuvo que ver con el dinero y el olor de los dedos de Tere cerca de su nariz cuando iban saliendo de un estacionamiento. Lo que aún no se resuelve es el tema del odio.

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