“Hace unos años, no hubieras podido poner un pie aquí sin que estuvieras en peligro de muerte”, me dice Rafael y levanta su playera sin mangas para mostrarme que no carga con una pistola ceñida a su short gris. “Yo también hubiera estado venadeado. Para meterte al barrio tendría que estar armado y mírame: no traigo bronca”.
“Venadeado” es estar vigilado por los jefes criminales de la zona que no autorizan el acceso a algún foráneo. “Bronca” es una pistola –usualmente 9 milímetros– para defenderse de los vecinos. Y “barrio” es La Joya, una mina de tezontle en el extremo oriente de Iztapalapa que fue ocupada irregularmente desde los años ochenta por cientos de personas que hoy le llaman “El Hoyo”, considerada desde hace muchos años como la colonia más peligrosa de la Ciudad de México, incluso por encima de Tepito o La Merced.
Rafael me citó en el único acceso vehicular: el altar verde con blanco que se edificó para honrar a los sicarios que aquí nacieron y ya murieron, como El Ivansote o La Culebra. Hace unos años, estaba tapizado con fotografías en blanco y negro de otros criminales locales que eran vistos por los vecinos como sus héroes. Hoy, esos rostros se han borrado y en su lugar hay volantes pegados que anuncian clases de regularización, inglés y matemáticas para los chicos de la zona.
“Tú elige la hora y el día para entrar, para que veas que ya no se tiene que pedir permiso”, me había dicho Rafael y cumplió: solicité encontrarnos a las 10:00 horas y que hiciéramos un recorrido a pie desde el mítico altar del Hoyo. “Aquí estuve hace cinco años y me corrieron con pistola en mano”, le digo y sonríe. “Ese tiempo se acabó…. ya está muy cambiado todo”, resume.
No milita en Morena y no tiene credencial de elector. Me asegura que no conoce personalmente a Clara Brugada, pero que sí sabe bien las entrañas de su cuna y quiere que su nombre se limpie: me ha citado en lo que antes era la colonia más impenetrable de la capital para mostrarme que la estrategia de seguridad aplicada a su colonia es un éxito.
Por primera vez desde su fundación, se ufana Rafael, El Hoyo no se devora a quienes se meten sin permiso de la mafia ni es la patria chica que más expulsa jóvenes de sus casas a los reclusorios de la ciudad. Algunos de sus vecinos más jóvenes han ganado concursos de oratoria en la preparatoria, están terminando la universidad y vuelven a casa por las noches con uniformes de futbol.
“Yo no voy a meter las manos al fuego por ningún político, pero lo que pasó acá se debe hacer en toda la ciudad”, me dice, mientras caminamos por las calles estrechas diseñadas para emboscar a policías. “Ponle así: en Iztapalapa se logró la ‘resurrección del Hoyo’. Y sí: falta mucho por hacer. Pero se está logrando”.
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Dos modelos distintos
El renacimiento del Hoyo y el blindaje de la colonia Narvarte son dos muestras del estilo personal de Clara Brugada y Santiago Taboada, respectivamente, para dotar de mayor seguridad a la Ciudad de México, si ganan la Jefatura de Gobierno este 2 de junio. Son los ejemplos que pueden mostrar a un electorado que aún no decide quién tiene la estrategia correcta para garantizar paz en la capital mexicana.
La colonia Narvarte, en la alcaldía Benito Juárez, es completamente opuesta al Hoyo. Según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, la calidad de vida tiene una calificación de 0.91, similar al de un pequeño país rico en Europa; sus edificios conservan su estilo art decó y los negocios se extienden sobre calles con áreas verdes y parques ocupados hasta la noche por vecinos que pasean a sus perros con un café en la mano. Pero mientras nadie veía, los cabecillas de los cárteles más violentos del país se asentaron en la colonia y se disfrazaron de vecinos honorables.
A partir de 2018, los comités vecinales de la colonia Narvarte advirtieron un cambio en sus calles que comunicaron a la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México: bares, restaurantes y cantinas de la zona perdían su brillo hipster y ambiente familiar frente a una oleada de foráneos que se comportaban agresivamente con otros clientes, lucían armados y con un estilo ‘buchón’ incomodaba a los benitojuarenses.
Las sospechas de los vecinos estaban respaldadas por notas de prensa: el crimen organizado se había mudado a sus casonas neocoloniales y nuevos desarrollos inmobiliarios. En Narvarte vivieron y detuvieron al Pistache y El Bandido de La Unión Tepito, al Lucas de la Antiunión Tepito, o El Irving del Cártel Jalisco Nueva Generación. Incluso, en el centro comercial Parque Delta, en la misma colonia, comía a sus anchas Ovidio Guzmán, el hijo más famoso de Joaquín El Chapo Guzmán.
De pronto, aparecieron voceadores en las calles que anunciaban con megáfono en mano el descubrimiento de una casa de seguridad en la calle Zempoala, luego otra en Anaxágoras y hasta supuestas casas de tortura dos pisos más arriba de una barbería de moda.
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Mano dura en la Benito
La reacción del alcalde panista Santiago Taboada fue de mano dura. A partir de 2021, se duplicó el número de patrullas del programa Blindar BJ en los siete cuadrantes que integran el Sector Narvarte y el arreglo de los uniformados cambió para darles un aspecto más atemorizante: la élite policial benitojuarense portaba ropa negra, iban embozados y mostraban su armamento similar a la Unidad Metropolitana de Operaciones Especiales.
Aquel “pequeño SWAT” hacía despliegues de fuerza como parte de su estrategia de ocupación. Luces, torretas, códigos con volumen a tope. Por ejemplo, si un negocio recibía un aviso de extorsión, Blindar BJ se trasladaba hasta la empresa y se desplegaba por toda la calle haciendo ruido y recabando evidencias de la manera más estruendosa posible.
“El mensaje era para los criminales: este vecino tiene protección especial, no se te ocurra pasarte de listo porque te agarramos”, asegura uno de los policías adscrito a la estrategia ideada por Santiago Taboada.
Blindar BJ también optó por los aparatosos operativos policiacos. Incluso, llegó a coordinarse con la Secretaría de Marina, como cuando se decomisaron 62 kilos de cocaína en el inmueble Xola 1610. De inmediato, “los chicos de negro” –como algunos vecinos les llaman– cerraron los accesos a la calle y con rifles largos desviaron el tráfico. Al día siguiente, volvieron a la zona para calmar a los vecinos y entregar personalmente los números de las patrullas para estrechar el contacto entre uniformados y lugareños.
En menos de cuatro años, el esplendor de la colonia Narvarte se recuperó. La revista estadunidense ‘TimeOut’ la consideró en 2020 el “barrio más cool de México” y la zona 23 más atractiva del mundo. Sus taquerías atrajeron series de Netflix, sus mezcalerías a turistas en busca de recorridos gastronómicos y una vibrante vida nocturna.
La Narvarte en que alguna vez se sintió cómodo uno de Los Chapitos dejó ser “el mejor lugar para vivir” del crimen organizado.
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Dar dignidad
Al contrario de la gentrificada Narvarte, la alcaldesa morenista eligió una estrategia sin operativos espectaculares ni una ocupación policiaca que se parece mucho a la militarización de zonas conflictivas. El planteamiento de Clara Brugada se pareció más al discurso oficial del presidente Andrés Manuel López Obrador –“abrazos, no balazos”– para quitarle al Hoyo el mote del “barrio más peligroso de la Ciudad de México”.
A sabiendas de que por las estrechas calles de La Joya no circulan con facilidad las patrullas –a veces apenas caben dos bicicletas juntas y en varios callejones no caben los vehículos tipo Pickup– la policía quedó relegada a una función meramente auxiliar. Las armas se guardaron y toda la estrategia se centró en inversión pública y programas sociales.
Entre las acciones más urgentes fue dotar de alumbrado público a las zonas más alejadas de la colonia, donde las autoridades presumían que estaban las bodegas de droga y armas. También se iniciaron obras urbanas que los vecinos jamás habían visto, como drenaje en las calles secundarias, escaleras de concreto donde antes había pendientes enlodadas y muros de contención que previenen deslaves.
“Llegó la gente de la alcaldía y nos citó. Había de todo en esas juntas: gente bien y mañosos. Nos dijeron que nos iban a poner obras para dignificar la colonia, pero que a la primera que vieran que se dañaba el alumbrado o el drenaje o que andábamos de cábulas, se iban a quitar los apoyos”, relata Pepe, vecino y a quien hoy le sorprende ver que un foráneo puede caminar sin escoltas en la calle.
“El barrio decidió cuidar al barrio. Finalmente acá viven mis papás, mis hijos, los hijos de mis vecinos y todos queremos vivir bien. Ya estamos hartos de no tener drenaje, así que se hizo un pacto entre todos: portarse bien”.
Cuando las obras urbanas resistieron el paso del tiempo, la alcaldía se articuló con el gobierno central para iniciar una importante transferencia de recursos a los vecinos en forma de programas sociales: llegaron el Jóvenes Unen al Barrio; Iztapalapa La Más Deportiva, o Fortaleciendo la Paz en Iztapalapa. El desarme voluntario se intensificó y creció la afiliación a las actividades de las Utopías sin costo para los beneficiarios. Para muchos, esto significó su primera clase de natación o su primera visita a un psicólogo.
De pronto, los vecinos se sentían motivados a mantener a raya el crimen en el barrio. Incluso, se volvió un trabajo remunerado: habitantes de todas las edades tuvieron su primer empleo como facilitadores de talleres contra la violencia, democracia y derechos humanos con un sueldo mensual de hasta 9 mil 500 pesos. Esta vez, el crimen no pagaba, sino la paz.
“No sé cuánto tengamos ahora de Índice de Desarrollo Humano, pero estamos mejorando”, resume Rafael mientras me acompaña al final del recorrido. “Mira, esto no hubiera sido posible hace unos años. Tómale una foto, por favor”.
Mi acompañante apunta con el dedo un graffiti en la salida del antes hermético Hoyo: una paloma blanca vuela con un listón azul claro que cuelga de su pico y en el que se lee “Juntos saldremos adelante”.
Dos caras de la seguridad: Brugada y Taboada
MO