La industria de los cárteles contribuye al calentamiento global

Estudios revelan que al arrasar zonas de cultivo y usar químicos, el crimen organizado coadyuva a elevar la temperatura en zonas de Chihuahua, Durango, Sinaloa, Jalisco y Ciudad de México.

Crimen organizado y su participación en las altas temperaturas. (Especial)
Ciudad de México /

Entre los lugares más hirvientes de México en estos días está la zona de la Sierra Tarahumara, controlada por el crimen organizado. Aún no amanece en la zona baja de la Sierra Madre Occidental y el termómetro ya alcanza los 30 grados. Para cuando llega el mediodía, son 38. Y cerca de las 15:00 horas son unos 43 con la sensación térmica de un horno. Las pocas corrientes de aire se sienten como fogonazos a los que nadie se acostumbra, sobre todo porque no siempre fue así: antes de que los cárteles llegaran, el clima era templado incluso durante la primavera.

Hace 12 años, cuando la Sierra Tarahumara sólo pertenecía a los rarámuris, el clima dominante era subhúmedo. Los registros históricos muestran que rara vez se pasaba de 32 grados en las llanuras. Los árboles frondosos daban sombra y se distinguían las estaciones del año. Hasta que en 2011, según la organización civil Alianza Sierra Madre, el crimen organizado empezó a colar a hombres armados en aquella región para reclamar a punta de pistola los recursos naturales de municipios como Batopilas o Urique, hoy considerado el más sofocante de Chihuahua.

El objetivo de esos miembros del Cártel de Sinaloa era estirar la zona conocida como el Triángulo Dorado. La misión: desplazar a cientos de indígenas que cuidan la tierra y el agua para quedarse con los plantíos y sembrar marihuana y amapola. Así lo hizo, por ejemplo, el clan criminal Los Salazar, que rasuró la mayoría de los ejidos de maíz y frijoles del municipio de Basihuare para obtener cocaína, alterando para siempre el ecosistema.

Llegaron los narcos y raparon las milpas para hacerse espacio, secaron las presas para hidratar sus cultivos ilegales y usaron fertilizantes que quemaron el suelo. En una década, la sierra se volvió árida y con vientos sofocantes que amenazaban con golpes de calor a los indígenas que aún sobreviven al hambre y al crimen organizado.

Luego, el problema empeoró: las altas temperaturas que provocaron los narcotraficantes generaron largas sequías que hicieron crecer la incertidumbre alimentaria y aumentaron las enfermedades ligadas a la falta de agua, según el estudio Cambio climático, narcos y la Sierra Tarahumara de la Universidad de California Irvine.

“Al enfocarnos en el cambio climático en áreas de cultivo de drogas descubrimos un serio desafío para los cárteles que cada vez van a tener mayor presión para encontrar nuevas tierras en las cuales cultivar. Y presión para las comunidades por tener que pelear para sobrevivir”, escribió el autor del estudio Daniel Weisz.

La conclusión del estudio es escalofriante: mientras exista el narco en las montañas de Chihuahua, la temperatura subirá y subirá. Como mata de marihuana.

A punta de pistola

La relación entre los cárteles de las drogas y el calentamiento global ha sido objeto reciente de estudio en el mundo con una hipótesis que la realidad confirma cada año: los narcotraficantes son otro factor en el aumento de temperaturas en el planeta, junto con la industria ganadera y la farmacéutica. Y en países donde el crimen campea —como México— los efectos son más notorios.

“Si bien las drogas son responsables de una pequeña parte de la huella ambiental en el mundo, la industria de los cárteles tiene un importante efecto en lo local”, se lee en el informe Drogas y medio ambiente, publicado el año pasado por la Organización de las Naciones Unidas.

Por ejemplo, en Durango, los cárteles han secado por casi por completo los cuerpos de agua del norte del estado para regar intensivamente los campos al aire libre de marihuana y amapola. Pero la alternativa es peor: los invernaderos para cultivos ilegales requieren enormes cantidades de energía, lo que resulta en altas emisiones de bióxido de carbono.

En Jalisco, los personeros de Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, han diversificado sus cosechas hacia un orgullo mexicano en el extranjero: el aguacate, un monocultivo que genera millones de pesos anuales, pero que se apoya en el uso excesivo de agua, la salinización del suelo y la tala indiscriminada de árboles.


En mayo de 2020, los habitantes de Cuautla, Jalisco, sufrieron esa realidad: vieron llegar a la Sierra de Cacoma camiones repletos de hombres que cargaban armas largas y motosierras. En unas horas, derribaron pinos y oyameles con cientos de años para instalar huertas de aguacates. El frescor de la sierra se perdió para siempre ese día y hoy los pocos vecinos que quedan soportan hasta 38 grados a la sombra.

Y en Sinaloa, donde las Fuerzas Armadas han encontrado más narcolaboratorios que en otra entidad del país, se ha encontrado que los “cocineros” del Cártel del Pacífico suelen tirar los desechos químicos con los que hacen mentanfetaminas y fentanilo en áreas boscosas remotas y cuerpos de agua, donde los ecosistemas son diversos y frágiles.

Gasolina, queroseno, cloro, acetona, entre otros corrosivos, enferman montañas y campos provocando la resequedad de la tierra e impidiendo el crecimiento de vegetación, lo que cambia a los pocos años la temperatura de la zona. Hoy Sinaloa vive también bochornos históricos.

“Como en muchos procesos químicos, el desperdicio de droga que queda después de la producción de narcóticos sintéticos es hasta cinco veces más grande que la cantidad de producto final. Y dependiendo del método y del tipo de droga, el desperdicio puede ser hasta 30 veces mayor”, alerta la ONU.

La fórmula se repite en cada lugar donde los cárteles se han plantado: desde los campos amapoleros en Chiapas hasta la región de laboratorios de fentanilo en Baja California.

Incendios y criptomonedas

En la Ciudad de México, una facción de Los Chapitos se ha apoderado de San Miguel Topilejo y los alrededores del Ajusco para talar intensivamente pinos, abetos y encinos para la industria de la construcción, mientras que en Yucatán se derriba palo de rosa que se trafica ilegalmente a China para el placer de los millonarios asiáticos que admiran el tono rosado de esa madera que consideran un lujo. De cualquier modo, están contribuyendo al calentamiento nacional y global.

Y cuando el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación no están peleando por la explotación de minas en Zacatecas usando dinamita que aniquila las zonas arboladas, es probable que sus integrantes estén concentrados en deforestar los montes donde crece el peyote y, a finales de año, los campos de biznagas para elaborar acitrón.

“Alrededor del mundo, los grupos criminales no sólo están inmiscuidos en la tala ilegal, sino que inician intencionalmente incendios forestales para ‘limpiar’ grandes extensiones de tierra, apoderarse de ellas, especular con su precio y venderlas a campesinos”, descubrió Vanda Felbab-Brown, directora de la organización Iniciativa de Actores No Armados.

Incluso, los nuevos giros del crimen organizado están elevando la temperatura: el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos encontró en 2019 que el 26 por ciento de los usuarios de bitcoins estaban ligados a actividades ilícitas, incluido el tráfico de drogas. Y el uso de esas grandes computadoras especializadas para la minería de criptomonedas también está provocando una preocupante huella de carbono.

“El Índice de Consumo de Energía Bitcoin estimó que, hasta marzo de 2022, el gasto anual de energía relacionado con el uso de bitcoins se estima en 204.50 horas-terawatt, lo que equivale al consumo promedio anual de 19 millones de autos que usan gasolina o la electricidad que requieren 17 millones de hogares a lo largo de un año”, cita la ONU.

La alerta es metafórica y literal: los cárteles están calentando la plaza.


EHR

  • Óscar Balderas
  • Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.

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