A 14 años de la masacre de Villas de Salvárcar, Chihuahua, los habitantes de Ciudad Juárez siguen hablando en presente de los asesinos.
En 2010, cuando ocurrió la matanza más estremecedora de los primeros tres años de la “guerra contra el narco”, el gobierno federal prometió a los juarenses que en corto tiempo se hablaría de los gatilleros en pasado, tras su desarticulación. Pero hoy, el brazo armado de La Línea no sólo ha sobrevivido a las amenazas de las autoridades, sino que está más fuerte que nunca.
MILENIO tuvo acceso a informes elaborados para la reunión diaria de seguridad que se convoca en Palacio Nacional y que retratan el fortalecimiento de la escisión más violenta del Cártel de Juárez que, se supone, estaría acabada para ahora: manejan el negocio de la metanfetamina cristalina –“cristal”– a su antojo, controlan al menos dos prisiones locales, operan como los máximos traficantes de migrantes indocumentados hacia El Paso, Texas, y extraen agua de zonas protegidas para revenderla a mineras que extraen oro, plata, cobre y zinc.
Además, según el reporte, acuñaron en los últimos meses un término que el fiscal estatal describió como “homicidios a domicilio”: en lugar de acechar a sus enemigos y atacarlos en la vía pública para facilitarse un escape, los asesinos tocan la puerta de su objetivo y le disparan apenas abre la puerta para que caiga muerto frente a sus hijos y esposa.
El gobierno federal estima que La Línea pasó de unos cientos de sicarios reclutados a inicios del siglo a una base social de unos 15 mil integrantes, es decir, cerca del uno por ciento de la población de la densa Ciudad Juárez. No están acabados, sino más vivos que nunca.
Son los herederos del negocio que dejaron los hermanos Amado, Vicente y Rodolfo Carrillo Fuentes en los años noventa y que ha dejado de obedecer a sus fundadores para moverse como un engendro propio, del mismo modo que lo hicieran Los Zetas respecto del Cártel del Golfo o La Gente Nueva del Cártel de Sinaloa. Jóvenes, independientes y hambrientos de demostrar que superarán a sus maestros.
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El brazo armado se hizo infame internacionalmente el 31 de enero de 2010, cuando más de 50 estudiantes se reunieron en un domicilio en la calle Villa del Portal, fraccionamiento Villas de Salvárcar, en la misma Ciudad Juárez, para celebrar un cumpleaños.
La reunión fue vista a la distancia por un ‘halcón’ de La Línea que avisó, erróneamente, a su jefe, José Antonio Acosta El Diego, que la casa estaba repleta de pandilleros “doblados”, es decir, del brazo armado enemigo Los Artistas Asesinos.
El Diego no verificó la información y ordenó a una jauría de sicarios rodear la fiesta y disparar a mansalva. El ataque provocó la muerte de 15 personas, la mayoría estudiantes, y uno más que falleció en el hospital debido a que las ambulancias no respondieron a las llamadas desesperadas de los padres debido a la presión ejercida por La Línea. Cuando amaneció, Ciudad Juárez, una ciudad acostumbrada al horror, se petrificó por sus jóvenes muertos.
“En México, las promesas hacen muy poco para aliviar el dolor de una ciudad”, tituló el diario estadunidense The New York Times. “Horrible masacre de estudiantes conmociona a México”, publicó el periódico francés Le Monde. “Matan a más de 15 estudiantes confundidos por pandilleros, ¿México tiene una respuesta?”, lanzó el portal brasileño O’Globo. La presión internacional fue tan grande que el entonces presidente Felipe Calderón volvió de un viaje en Asia a atender a una ciudad doliente y a un país conmocionado por el aviso de lo que serían las masacres en los años siguientes.
De poco valió un discurso presidencial de mano dura —“¡No tengan duda de que limpiaremos a Ciudad Juárez!”—, que el entonces secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna, anunciara una nueva estrategia para la ciudad —luego se le vincularía a los enemigos de La Línea — o que dos años más tarde el gobierno federal instalara en la frontera norte un anuncio panorámico —“No More Weapons (No más armas)”— construido con tres toneladas de armas estadunidenses arrebatadas al crimen organizado por el Ejército Mexicano.
De acuerdo con el informe al que tuvo acceso este periodista, La Línea tiene mando y presencia en 60 de los 67 municipios chihuahuenses. Sólo palidece en aquellos cercanos a Sinaloa, como Guadalupe y Calvo, donde pelean sin dominio contra brazos armados asociados a ‘Los Chapitos’.
Una pista al origen de su poder la siguió la periodista Miroslava Breach antes de ser asesinada en marzo de 2017 por los mismos de la masacre de Villas de Salvárcar.
En aquel año, La Línea infiltró la lista de candidatos a alcaldes del PRI y del PAN para controlar las alcaldías de Namiquipa, Bachíniva, Urique, Uruachi, Guachochi, Batopilas, entre otros, por ser importantes corredores de droga.
Si controlaban a los presidentes municipales, podrían dominar a su antojo los nombramientos de las jefaturas de policías locales, la operación de giros negros para lavar dinero y el otorgamiento para sus empresas de contratos de obra pública.
Antes de ser asesinada por La Línea, Miroslava Breach puso un ejemplo de ese narcopoder: Arturo Quintana, El 80, ex líder máximo del brazo armado y hoy extraditado en Estados Unidos, amenazó de muerte a toda la clase política del municipio de Bachíniva para que nadie compitiera contra su suegra, la nominada priista Silvia Mariscal. Aquello desnudó el modus operandi del brazo armado para hacerse intocable.
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Después de la masacre de Villas de Salvárcar, La Línea copió un modelo de ataque terrorista de sus socios en Colombia e instaló varios coches bomba por la ciudad para atacar a policías y paramédicos que no trabajaban para ellos.
Luego inició una serie de masacres en centros de rehabilitación para personas con adicciones, en donde se suponía se escondían otras pandillas enemigas como Los AA o Los Mexicles.
Cuando parecía que su existencia peligraba por el ascenso del Cártel de Sinaloa a finales del sexenio del presidente Felipe Calderón, prescindieron de liderazgos con experiencia en corporaciones policiacas y sumaron a militares desertores imitando el modelo de Los Zetas.
Y a finales del sexenio del mandatario Enrique Peña Nieto se reforzaron con mercenarios colombianos y kaibiles guatemaltecos que los envalentonaron para amenazar de muerte al entonces gobernador chihuahuense Javier Corral, según el reporte fechado en noviembre del año pasado.
El cambio de cártel de las drogas a empresa criminal paramilitar quedó claro para el país en noviembre de 2019, cuando en una emboscada con sello de contrainsurgencia militar atacaron a integrantes de la familia LeBarón en el municipio de Bavispe, en la frontera entre Sonora y Chihuahua, provocando la muerte de personas, incluidos dos bebés de ocho meses.
De nuevo creció la presión social para acabar con ese brazo armado. Las imágenes de los cuerpos calcinados de la familia LeBarón convocaron a un reclamo unísono para que se tomaran las medidas necesarias para acabar con su existencia en Chihuahua y México, pero el poder político volvió a cobijarlos, cediéndoles el negocio del cristal, una droga estimulante, barata y adictiva, muy socorrida por migrantes, jornaleros y obreros, cuya distribución antes estaba en manos de policías sucios y ahora está es controlada y distribuida por integrantes de La Línea.
“Es el ciclo de vida de ellos: hacen una atrocidad y cuando están a punto de extinguirse, reviven gracias a sus complicidades. Lo mismo pasó cuando atacaron a mi familia y hoy tienen alianzas nuevas que los han fortalecido”, aseguró a este diario el activista Adrián LeBarón, activista por la paz en Chihuahua y víctima directa de la violencia de La Línea.
Actualmente, el negocio del cristal ha resultado tan redituable para La Línea que, incluso, les ha permitido financiar dos escisiones: por un lado, están quienes han hecho una alianza con los hijos de Joaquín Guzmán, ‘Los Chapitos’, y están enfrentados con la Gente Nueva del Cártel del Pacífico de Ismael El Mayo Zambada y, por otro, los que se han unido al Cártel Jalisco Nueva Generación para pelear contra la familia criminal Cabrera Sarabia.
A 14 años de la masacre de Villas de Salvárcar, que los debió poner en peligro de extinción, los cabecillas y su gente de La Línea toman fuerza y crecen. Chihuahua y México aún tendrán que esperar varios años para verlos, finalmente, apagarse.
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