DOMINGA.- El escritor Roberto Saviano contó en uno de sus libros sobre la mafia italiana, CeroCeroCero, que un importante capo le dijo que sólo hay dos tipos de riqueza en el mundo: la que se cuenta y la que se pesa. Si eres de los segundos, los que usan una báscula para tener una noción de cuánto dinero tienes, entonces sabes lo que significa realmente tener poder.
Le narré esa historia a Spear y él soltó una risotada. “Es cierto: ningún jefe importante cuenta el dinero, eso lo hacen los de abajo”, dice un traficante de armas con quien me he citado en la periferia de Guadalajara, Jalisco. Él jamás vio en persona a uno de sus mejores clientes, un importante capo de Los Cuinis –o Cártel de Los Cuinis–, ensalivarse el dedo para armar fajos de billetes.
“Eso sería denigrante, un hombre absolutamente poderoso”.
Los Cuinis fueron apodados hace una década por la Administración de Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés) como “el cártel más rico del mundo”, debido a que se habían escindido del Cártel del Milenio para transformarse en el brazo financiero del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). En la práctica, se trataba de una organización criminal que funcionaba como un despacho contable. La primera narcoempresa criminal del siglo XXI en México.
Al cliente de Spear le entregaban maletas deportivas repletas de efectivo con una denominación particular, casi siempre billetes de 200 o 500 pesos. Luego, agitaba el paquete para calcular, con exactitud matemática, cuánto dinero había adentro.
Si el peso era el correcto, autorizaba que esa maleta entrara a un vehículo o avión que pararía en la casa o en el hangar de algún militar o político corrupto; si era más liviano o pesado de lo esperado, alguien había cometido un terrible error que a menudo se castigaba con tablazos.
“Ese escritor tiene razón”, dice mi entrevistado sobre Saviano. “Las fortunas se pesan, no se cuentan. Ahí está realmente la diferencia entre un jefe millonario y un jefe de poder. No son lo mismo”.
Enseguida saca su teléfono y me enseña algunas imágenes que guarda en un carrete digital con contraseña. Es una galería de objetos de la narcocultura en manos de sus clientes, quienes también operaban para el Cártel de Sinaloa, el Cártel del Golfo y la pandilla Mara Salvatrucha o MS-13: pistolas de 9 milímetros con incrustaciones de diamantes, revólveres calibre 38 con rubíes, un rifle AK-17 con empuñadura de oro y un AR-15 repleto de esmeraldas.
“Pero esto no es lujo”, ataja Spear. “Esto sólo te habla de que tienen dinero, pero no necesariamente poder. Es como tener un Mercedes Benz pero con tapetes de plástico. Si quieres saber lo que es poder, lo que se dice ‘poder’, entonces tengo que enseñarte otras fotos”.
Habla de una pistola que en el mercado de armas es igual a tener un vestido Chanel y un dron que es como cargar un bolso Christian Dior.
Armas que no usan los criminales millonarios, sino los capos más poderosos. Esos jefes que no cuentan dinero, sino que lo pesan en kilos o toneladas.
El exquisito menú de un traficante de armas ‘freelance’
Conocí a Spear gracias a Seller, otro traficante de armas que ha sido mi fuente en los últimos años. Lo interrogué para un reportaje sobre corrupción en las Fuerzas Armadas –había sido militar adscrito a la Dirección General de Registro Federal de Armas de Fuego y Control de Explosivos, en Campo Militar, y de ahí sacaba armas para revenderlas a los cárteles–, el documental Una jauría llamada Ernesto, de Everardo González, y el programa Esquina Balderas en Youtube.
Sentí que ya no había nada nuevo por descubrir, así que le pedí que me presentara a alguien con su mismo oficio pero distinta experiencia.
“Te voy a presentar a un amigo, pero él sólo vende a los poderosos”, dijo y yo, como muchos, confundí poder con dinero. De inmediato, pensé en armas ‘buchoneadas’, pero él se refería a ese lujo discreto que usan los multimillonarios del mundo que no requieren de joyería llamativa para destacar en su campo.
“Piensa en que yo vendo a jefes de plaza que mandan sus armas a Estados Unidos para que les graben su nombre en oro y sepas de quién es esa Beretta, pero Spear vende armas a las que no hay que meterle ni diamante. Yo vendo Mustangs para ‘tunear’; él vende Bentleys, ¿a poco le pondrías un pegote a esas cosas tan lujosas?”, dice haciendo un símil entre marcas de autos y fabricantes de armas.
Para conocerlo había que viajar a Guadalajara. Luego, rentar un vehículo en un municipio de la Zona Metropolitana. Y esperar a Spear, de unos 40 años, bajo un enorme poste de luz a la mitad del estacionamiento de un supermercado.
Poco antes del atardecer apareció con el atuendo más común posible: jeans, camisetas y tenis. Sin seguridad, sin armas. Luego me pareció lógica esa apariencia para su tipo de clientes; después de todo, Mark Zuckerberg y Elon Musk son los hombres más poderosos del mundo y usan sudaderas y gorras beisboleras en público.
En un rincón seguro de una cafetería poco concurrida comenzamos a hablar. Spear no me decepcionó. Era todo lo que esperaba de un traficante de armas de lujo que opera independientemente, es decir, no tiene lealtad con ningún cártel. Un freelance culto, refinado, confiable y con una alta dosis de inteligencia callejera.
Probablemente es incapaz de matar por sí mismo, pero tiene los contactos suficientes para hacerlo al momento usando las manos de otro. Cada vez que decía dead ass serious o fucking awesome lo hacía con un perfecto acento anglosajón que he escuchado en mis amigos que desde niños estudiaron inglés británico, en lugar del “vulgar” inglés gringo.
Sus fotografías no vienen de un catálogo de internet ni fueron tomadas por otras personas. Son imágenes que Spear muestra con la delicadeza de un maestro joyero. Armas en elegantes estuches, relumbrantes, pulidas, que él consiguió en un cerradísimo mercado de armas de lujo al que sólo acceden brokers internacionales.
Son artefactos obtenidos directamente de sus fábricas, robadas de almacenes de las firmas de seguridad privada más exclusivas del mundo o, incluso, compradas a militares de alto rango o políticos sólo para modificarlas con impresoras 3D.
“Mira esta belleza. Hace poco vendí una”, me dijo y me entregó su teléfono. “It’s fucking awesome: se llama Revolver NXR 6 de (la empresa alemana) Korth. Tienen, literalmente, el mismo funcionamiento preciso de un Rolex. Esto es como llevar un vestido Chanel a una fiesta; la raza ni se dará cuenta lo que traes, pero los conocedores sí. Precisión, lujo, diseño”.
Es un revólver elegantísimo .44 Magnum con seis tiros. Tiene recubrimiento de apenas seis diamantes, cañón de precisión forjado en frío, mira trasera ajustable en deriva y altura, mira delantera de cambio rápido, gatillo de doble y simple acción, empuñadura Jim Wilson, riel Picatinny y un distinguible punto rojo decorativo que recuerda al color de las suelas de las zapatillas de lujo Christian Louboutin.
Todo eso pesa menos de dos kilos. Ya con las modificaciones del cliente, el Revolver NXR 6 ronda los 30 mil euros en el mercado negro. Incluso yo, que no soy amante de las armas, puedo reconocer la belleza de esa máquina excepcional cuando la veo. Ingeniería de alta gama para la guerra.
Spear siguió buscando en su teléfono. Se detuvo en una carpeta nombrada “Barret modificada”, en referencia a ese poderoso rifle de francotirador calibre 50 que desde su invención en 1985 es el terror de policías y militares por su capacidad de perforar los más duros blindajes, incluso a 1.8 kilómetros de su objetivo. La letalidad de esa arma estadunidense la hizo predilecta entre los cárteles a partir de 2008.
Las Barret fueron creadas por la empresa Barrett Firearms, que ahora ofrece una versión mejorada llamada M107A1 con una reducción de peso de casi dos kilos y un silenciador que brinda al tirador la capacidad para matar a más en menos tiempo. Se oferta como un rifle “verdaderamente diseñado para la acción” que es más ligero, resistente, preciso y capaz.
Si eso no fuera suficiente, existe una variante de cinco estrellas que está en el menú de Spear: una M107A1 completamente personalizada para asesinar con ‘glamour’ con opciones en negro carbón, gris perla y beige champaña. El precio oscila entre 20 mil y 30 mil euros.
“Empuñadura de piel italiana, armazón estructural de aluminio de alta calidad, culata de nogal, detalles en oro –nada corriente, algo discreto y elegante– y un estuche de cerámica para que impresione desde el primer segundo”, presumió ‘Spear’. Yo hice una mueca y él, de pronto, se puso serio.
“¿Es necesario todo eso para una Barret? Parece excesivo que…”, pregunté.
“No lo entenderías”, me interrumpió. Y tiene razón: aún no lo entiendo.
La pistola que los gringos hicieron con roca de meteorito
Si no fuera porque es un traficante de altos niveles para los cárteles más adinerados del mundo, Spear sería un tipo cualquiera. Indistinguible en Jalisco, como en cualquier otra parte del mundo. No veo en él ninguna característica que destaque: no tiene tatuajes, no porta accesorios hechos a la medida e, incluso, sus lentes son del armazón más común.
Cuando no contrabandea armas, dice, está leyendo algún libro sobre historia del arte o viendo una serie en Netflix. Así que aprovecho ese dato para abrir nuestra conversación.
Le cuento que en el segundo episodio de la primera temporada de la serie House Of Cards, el personaje Frank Underwood, que aspira a ser presidente de Estados Unidos, reflexiona sobre las diferencias de dinero y poder. “Qué desperdicio de talento”, dice el personaje de Netflix.
“El dinero es como la mansión gigante en Sarasota que comienza a desmoronarse después de diez años. El poder es un viejo edificio de piedra que permanece en pie durante siglos. No puedo respetar a alguien que no vea la diferencia”.
“Ahora que hablas de eso. Mira esto: dead serious man, esto no lo has visto jamás”, dijo con emoción.
Y mientras buscaba otra carpeta, me contó una historia: en el siglo XIX, los antiguos pueblos nama, que viven en lo que hoy es Gibeon, Namibia, en África, usaban fragmentos de una roca increíblemente dura para fabricar sus herramientas y armas. Esa roca era un meteorito que cayó tras miles de millones de años de viaje espacial.
En 2015, la noticia llegó a oídos de la armera estadunidense Cabot Guns, que mandó a sus especialistas por esa roca. Tras una tensa negociación –y sobornos millonarios, aseguran los expertos– lograron llevar hasta Pennsylvania un primer bloque de 34 kilogramos para moldear la primera pistola a partir de materiales extraterrestres.
El resultado es The Meteorite 1911, una poderosa y letal calibre 9 milímetros que es completamente funcional, a pesar de que parece que debería estar resguardada en un museo. Así la describen sus creadores:
“A partir de una roca espacial, fabricamos un mecanismo complejo y preciso; desciframos los antiguos secretos de una masa inerte y le dimos aliento para que pudiera hablar, presentando al mundo una creación de otro mundo. Miles de millones de años de viaje a través del tiempo y el espacio se perfeccionan ahora en un logro supremo del diseño”.
Esa, reconoce Spear, no la ha podido conseguir. Lleva tres años detrás de una Meteorite 1911 y tiene un cliente en espera –de ellos, me advierte, no puedo preguntar– que le ha prometido pagar lo que sea con tal de tener una pistola proveniente de otra galaxia.
No tiene precio mínimo, todo se debe negociar. Imaginé su obsesión con el espacio exterior como el que siente el poderoso Jeff Bezos, CEO de Amazon. A los ricos y poderosos los une la fascinación por lo que perdura más allá de la humanidad.
Drones de alta gama, los Christian Dior de los cielos
Law Roach, experto en marcas de lujo, llamó “las cinco grandes” a ese póquer de la distinción y el poder: Yves Saint Laurent, Chanel, Gucci, Valentino y Dior. Clásicos, atemporales, marcas que sólo los humanos depredadores usan como atuendos diarios.
Si hubiera un equivalente en el crimen organizado, la quinteta perfecta serían pistolas, revólveres, rifles de francotirador, fusiles de asalto y drones de ataque. Así que le pedí a Spear que me mostrara las dos últimas categorías.
“A este le llaman ‘el estándar dorado’. Tú no eres un capo real, si no tienes una de estas en tu bodega privada. Date una idea: este fusil de asalto puede disparar estando empapado, inmediatamente después de salir del agua. Ideal para quienes operan desde los mejores resorts del mundo, junto a la playa”, repitió mi fuente en lo que seguro es un discurso aprendido de memoria para sus clientes.
Es el HK416 de la empresa alemana Heckler & Koch. La versión estándar es utilizada por numerosas fuerzas armadas y unidades especiales de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y países socios. Tiene un calibre 5.56 mm x 45 que lo hace extremadamente peligroso, confiable y con capacidad de hasta 30 cartuchos.
"Pero yo no lo vendo, porque ese lo vende cualquiera. Yo te entrego la mejor variante, la de premium, top of the linea, la G95K. Like a chef's kiss, una delicatessen", mencionó Spear.
Bañado en oro mate –o en oro rosa, si quieres– con un cañón de precisión fabricado en acero especial martillado en frío y cromado internamente, interfaz para lanzagranadas de 40 mm de montaje adicional, compatible con intensificadores de imagen o visores térmicos.
Es alta gama hasta en el más mínimo detalle: creadores promueven
Y finalmente, el Christian Dior de los cielos. Si el diseñador francés aún viviera y quisiera darle lujo a la guerra, dijo Spear, él estaría detrás del diseño de los drones FPV, que primero fueron vistos en la guerra entre Rusia y Ucrania y en los últimos meses se han divisado en México, especialmente en la frontera entre Michoacán y Jalisco, según la propia Heckler & Koch.
Estos son los drones de última generación, exclusivos para los jefes criminales más poderosos y que buscan instrumentos bélicos de élite: es un tipo de dron que permite al piloto ver en tiempo real lo que la cámara de la aeronave está captando, como si estuviera “dentro” del dron, volando en primera persona. Esta experiencia se logra con un visor especial que recibe la señal de video en directo desde el dron.
“Este es el bueno”, dijo y mostró el DJI Inspire 3, de los más avanzados a la venta y que fue diseñado originalmente para directores profesionales de cine, para sus tomas áreas, pero que ya está en manos del crimen organizado.
“Tiene cámara 8K con largo zoom que no pierde calidad cuando espías desde largas distancias y no serás detectado; graba movimientos de vehículos en rutas policiales o puntos de control; tiene un alcalde envuelto de hasta 30 minutos para vigilar con tiempo las distintas rutas en las que se transportan drogas, armas o migrantes”.
Además, tiene visión nocturna y sensores que obtienen planos aéreos de objetivos: casas de enemigos, instalaciones periodísticas, cuarteles de fuerzas de seguridad e instalaciones estratégicas. El dron mapea entradas, salidas, puntos ciegos o guardias en turno. Incluso, emiten señales para bloquear a más drones y son capaces de cargar bombas caseras de hasta cinco kilos.
“Lo más importante es que, mediante un ‘software’ que vendo, las gráficas se transforman en algo parecido a un videojuego. Eso es útil a la hora de matar”, dijo Spear. “No se ven como humanos, sino como caricaturas. La versión más austera cuesta unos 100 mil pesos; la más lujosa, con estuche de piel, acero y plata es la que usan los que realmente tienen poder. A veces, sólo es un despliegue de poder”.
No importa la actividad a la que te dediques, siempre puedes agregarle un toque tuyo. Algo que diga que no eres nuevo rico, sino un poderoso capo con pedigrí en el crimen internacional. Ser de los que resisten la tentación de tener una pistola diamantada y elegir una nueve milímetros del espacio. O un revólver con precisión de reloj suizo en lugar de uno que tendrá vidriería que simula ser joyería.
El argumento final de Spear me parece impecable: cada vez hay menos Chapos y Mayos que salieron del monte para irse a vivir a mansiones. Los nuevos jefes del crimen organizado son millennials que crecieron en cunas de oro y con cucharas plateadas en la boca. A diferencia de sus padres y abuelos, ellos gatearon y caminaron entre maletas de dinero que no se contaban, sino que se pesaban.
El mejor ejemplo, dijo, es Iván Archivaldo, líder de Los Chapitos. Un hombre que no usa Versace como su papá, sino Saint Laurent. O un Menchito, que en libertad era aficionado a la ropa Chanel. Para perfiles así es que Spear trabaja: en el crimen organizado hay una nueva generación que prefiere el minimalismo sofisticado que la ostentación. Buscan, incluso en las armas, poseer ese lujo callado en lugar de la estridencia ‘kitsch’.
“A ti que te gustan las frases, acuérdate de la mía: el dinero mata todo, excepto poder. Y lo que yo vendo es eso: poder, trascendencia, exclusividad”, dijo mi entrevistado antes de pedir la cuenta y pagar en efectivo, como buen mafioso. Nos despedimos y cada quien tomó su camino.
En el último momento volteé a ver si lo había recogido alguna camioneta blindada con ocho guardaespaldas que a propósito hacen ruido para que los demás lo vean. Típica movida de narcojunior. Pero no. Spear camina tranquilo y sin aspavientos hasta su vehículo estacionado en la calle. Callado, como una sombra.
Creo que ya voy entendiendo eso de la elegancia sutil en el crimen organizado.
MD