Héctor Luis Palma Salazar, El Güero Palma, ya no estaba en sus cabales cuando ordenó la venganza contra el hombre que decapitó a su esposa Guadalupe y le envió la cabeza en una hielera. El mismo tipo que, días después de convertirlo en viudo, le mandó un video en el que aventaba a sus dos hijos de cuatro y cinco años del Puente de la Concordia, en Venezuela, provocando su muerte inmediata al caer 150 metros.
Era 1989 y El Güero, usualmente frío y calculador, se le había instalado una rabia irreflexiva y tenía muerto el último pedazo de corazón que le quedaba vivo en el pecho: ordenó un desquite ojo por ojo contra el sicario venezolano Rafael Clavel Moreno, lo que cambiaría para siempre las reglas tácitas del narcotráfico.
Otros capos no tardarían en enterarse de la manera en que el capo agraviado se había hecho cargo del hombre que mutiló a su familia. Había logrado que autoridades venezolanas detuvieran a Rafael Clavel Moreno por el asesinato de sus hijos y, ya en prisión, murió en una riña que nadie creyó accidental, pero el sinaloense no había terminado su desquite y calculó que si su rival le quitó dos hijos y una esposa, él le quitaría sus tres hijos de golpe.
“Enloqueció”, me contó un joven sicario de Culiacán. “Nunca fue el mismo”, secundó otro. Meses después, un tercer sicario, pero de Guasave, me repetiría la historia que se cuenta entre los pistoleros más chicos como una lección para nunca perder la cabeza. “Valió madres y pidió matar a tres pleblitos (sic). Ahí se acabó todo”.
El Güero Palma —cuentan en Sinaloa— fue claro en sus órdenes: aunque fueran menores de edad, los tres hijos de Rafael Clavel Moreno serían asesinados a mansalva y descuartizados. Una especie de combinación del asesinato de su esposa e hijos. Dicen que las fotos eran tan terribles que nadie, excepto él, las vio.
Y al tenerlas mostró una de sus cuatro caras asesinas: la de un infanticida.
Infanticida y feminicida
El Güero Palma nació hace 63 años en Mocorito, Sinaloa, y hasta la fecha se siguen contando historias sobre su vida. Por lo general, los más jóvenes la platican con pocas palabras, como un ascenso galopante y una caída vertiginosa.
Dicen que el niño campesino de ojos verdes se convirtió en robacoches, que se transformó en sicario, que se ganó la confianza de Miguel Ángel Felix Gallardo, El Jefe de Jefes, hasta que su mentor fue detenido por el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, y él, junto a su ambicioso amigo Joaquín El Chapo Guzmán —otro niño campesino—, decidió separarse y crear su propio grupo criminal con un nombre que ambos compartían en su acta de nacimiento: el cártel de Sinaloa.
Que junto con El Chapo Guzmán y El Mayo Zambada, El Güero Palma integró la triada de narcotraficantes sinaloenses más poderosa de la historia enviando marihuana y cocaína por toneladas hacia Estados Unidos.
Que El Jefe de Jefes enfureció cuando supo que sus clientes habían sido robados por aquellos tres, así que usó a los hermanos Arellano Félix para infiltrar la familia del Güero Palma y enseñarle a respetar: usarían a un atractivo sicario venezolano, Rafael Clavel Moreno, para seducir a su esposa y llevarla con sus dos hijos a Venezuela, donde acabaría a todos y, de paso, con el código mafioso de que mujeres y niños eran intocables.
La venganza en nombre de su familia no quedó ahí. El Güero Palma ordenó el asesinato de más personas: un abogado del cártel de Tijuana, tres cómplices venezolanos de Rafael Clavel Moreno y nueve familiares de Félix Gallardo y del clan Arrellano Félix.
La historia oral de esta ola de homicidios se cuenta con dos versiones: entre las personas asesinadas estaría la “suegra de Félix Gallardo” o a una joven de 21 años prima de Ramón, Francisco y Benjamín. De cualquier modo, siempre se cuenta una mujer entre sus víctimas.
Aquella orden es la segunda cara asesina del fundador del Cártel de Sinaloa: un feminicida.
Asesino de activistas y matapolicías
La tercera cara asesina del Güero Palma es la de un matón de activistas por los derechos humanos. Enloquecido por maximizar su venganza, el sinaloense contrató en 1990 a un grupo de cuatro policías judiciales sinaloenses para asesinar a la activista Norma Corona, quien investigaba las extrañas muertes de tres abogados que, por desfortuna, habían conocido alguna vez al venezolano Rafael Clavel Moreno.
Norma Corona era una abogada bronca. En la comunidad de litigantes de la entidad era conocida por defender aguerridamente a víctimas de la violencia. Ella creía que esos tres colegas suyos habían sido detenidos por policías corruptos, secuestrados, torturados y asesinados como parte de la guerra en el Pacífico mexicano, así que había decidido representar a sus familias y hallar a los culpables.
Aquella decisión fue fatal. Norma Corona se acercó demasiado a encontrar al autor intelectual del multihomicidio y antes de que pudiera dar aviso a la Procuraduría General de la República (PGR) fue asesinada a balazos dentro de su vehículo el 21 de mayo en Culiacán. Su trabajo en vida causó que la abogada recibiera el título honorífico de “Madre del activismo contemporáneo” y orilló al gobierno mexicano a crear la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
Su asesinato intensificaría una temporada de cacería para defensores de derechos humanos: según un conteo de la Red TDT, en México han sido asesinados desde 2001 hasta 2023, al menos, 325 activistas.
Y la cuarta cara asesina de El Güero Palma se mostraría apenas unos años después, en 1995, con la detención que lo ha privado de la libertad por más de 28 años: volaba en un Lear Jet para asistir a una boda en Guadalajara cuando la aeronave cayó en una zona limítrofe de Jalisco. Cuando policías y militares acudieron a su auxilio notaron una pistola de oro apretada a su cinturón, lo que reveló su identidad y una orden de extradición hacia Estados Unidos en su contra.
Las investigaciones posteriores demostrarían que, un mes antes de su caída, metafórica y literal, ordenó la ejecución de dos policías: un subcomandante de la Policía Judicial de Nayarit y uno de sus escoltas por supuestamente cambiar de bando y unirse al cártel de los Arellano Félix.
Esos dos asesinatos son la causa de que El Güero Palma no se haya convertido en un hombre libre cuando, en 2016, volvió de una prisión en Estados Unidos a suelo mexicano: apenas pisó la tierra en la que nació, el sinaloense fue detenido y encarcelado por el doble homicidio ocurrido en Trigomil, Tepic.
El Güero Palma es un “matapolicías”, otro fenómeno que ha azotado al país desde que los miembros del crimen organizado dejaron de matarse entre ellos y dirigir sus armas hacia uniformados: sólo entre 2018 y 2022 van más de mil 818 policías asesinados, de acuerdo con la organización Causa en Común.
Aquella esperanza de ser excarcelado se esfumó tan rápido como la madrugada de este 10 de mayo, cuando un juzgado federalordenó la libertad inmediata de El Güero Palma tras absolverlo por delincuencia organizada. En horas, la noticia corrió por todo el país, pero pronto encontró freno en la Fiscalía General de la República (FGR) que ordenó, de último momento, una nueva orden de aprehensión contra el sinaloense por homicidio.
El Güero Palma no pondrá —al menos, por ahora— un pie en la calle, pues la nueva orden de captura se ejecutó dentro de la prisión de máxima seguridad El Altiplano. Acaso, su esperanza en ver de nuevo la calle está en que sea trasladado a un penal estatal por tratarse de un delito del fuero común.
Mientras tanto, se quedará encerrado en cuatro paredes, el mismo número que sus caras asesinas: infanticida, feminicida, asesino de activistas y matapolicías.