Cumplieron el primer día detrás de la reja que frenó su paso hacia el norte. Las mujeres y los niños que formaban la primera línea de la resistencia de la caravana de migrantes hondureños mostraban rostros de fatiga, deshidratación, insolación y hambre. Filas atrás los huecos eran cada vez más visibles. Se aventaron al río o regresaron a Tecún Umán, y desde el Paso del Coyote cruzaron en balsas, pero los que estaban hasta adelante no sabían que los que vieron aventarse de 15 metros hacía el agua, ahora secaban su ropa en un parque y recibían una ración de comida.
Las mujeres y los niños iban primero. Tras horas interminables de espera, México reabrió su frontera para la caravana migrante de hondureños, pero a cuenta gotas, con fichas numeradas y de 40 en 40.
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El calor los sofocaba y el hambre hacía que la gente se desmayara. La promesa de México estaba presente, pero la esperanza iba desapareciendo con el paso de las horas.
“Ya no puedo tener a mis hijos así, caminando descalzos, pero en Honduras no hay nada, no hay trabajo, ni educación ni seguridad, tenemos que seguir adelante”, platicó Denisse Salvador.
Los hondureños de la caravana son familias enteras: bebés, niños, mujeres, hombres que quieren buscar una mejor vida. Dejar atrás la violencia, la miseria y el miedo para llegar a EU o de menos a alguna ciudad grande de México.
“Estamos todos desesperados, dicen que mujeres y niños primero, pero no entra casi nadie. Ya necesitamos una solución, que tengan piedad”, señaló Juan Carlos Vázquez.
Fue uno de los días más largos de la caravana, porque hay urgencia de seguir el camino, tienen miedo de regresar y está en riesgo su avance y su futuro, que hasta hoy es Estados Unidos.
En el parque había esperanza, y querían transmitirla a los que aún permanecían en el puente. Se organizó una marcha para motivarlos a dejar la espera y arrojarse al agua, porque la cita estaba ya definida. La caravana reanudará su éxodo al norte hoy cuando salga el sol.
Los migrantes dejaron todo para buscar una nueva vida, algo que mantenga con bien a sus hijos, algo que en Honduras, aseguran, no encontrarán nunca.
Casos como el de William Rodríguez revelan la situación difícil en su país y el riesgo de venir a México.
“Allá no hay trabajo y queremos una mejor vida, el gobierno no sé qué hace con todas las ayudas, pero no nos ajusta para todos el poquito que recibimos. Mi destino es llegar a EU, si no aquí en México”, explica.
En esta caravana hay mujeres que solo van de la mano de sus hijos y afirman no tener miedo ante los posibles peligros.
“Salí porque es un país corrupto y me vine por la vida de mi hija, allá en Honduras no podemos vivir. Mire mi niña cómo está delgada y todo lo perdí, ahorita quiero llegar a Estados Unidos”, contó Luvi Sarmiento.
La solidaridad de los lugareños se hizo sentir, los migrantes que durmieron en la plaza de Suchiate recibieron comida, agua y ropa.
Un grupo de poco más de 500, el de los más débiles, los que enfermaron, mujeres y niños o simplemente quienes no desean irse al norte, sino quedarse en México, optaron por dar un el paso hacia el autobús que los condujo a un albergue que terminó por ser una estación migratoria. Ahí esperarán a que las autoridades les permitan salir a probar suerte en México o regresarlos a su país.