El hacinamiento que impide la sana distancia, la inexistencia de agua potable y jabón en las celdas, las múltiples enfermedades que padecen, la mala alimentación y la escasez de servicios médicos son para los presos en México literalmente una pena de muerte.
Si se suma la falta de una estrategia integral por parte de las autoridades y los autogobiernos, que al final del día controlarán quiénes serán los privilegiados para tener acceso a las pocas medicinas y alimentos, las vuelven una bomba de tiempo; el foco rojo más latente en el país.
“Sí es un caso muy preocupante porque lo que puede haber ahí es un contagio masivo sin servicios médicos y básicamente es ‘cierren la puerta y a ver quién sobrevive”, explicó la investigadora del CIDE, Catalina Pérez Corra.
En entrevista con MILENIO dijo que la mayoría de los presos son personas de escasos recursos por lo que generalmente tienen otros padecimientos como diabetes, obesidad, sobrepeso, hipertensión, hepatitis, tabaquismo y otros, además de una edad muy avanzada. Todas las características de una persona potencialmente frágil ante el coronavirus.
El problema se centra en que si alguno de los presos se contagia, pasarán varios días hasta que comiencen los síntomas, por lo que en todas esas horas dormirá hasta con 16 compañeros en la misma celda, convivirá en el comedor o los espacios de talleres, en rutinas de baño y pasará cerca de los custodios. Lo que lleva a una cadena de brotes que generará otra serie de conflictos.
“Cualquier brote que suceda dentro de los centros penitenciarios no nada más va a afectar a los internos sino que va a afectar a los custodios; y en los penales en los que de por sí hay escasez de personal el hecho de que haya un brote y contagios masivos pues va a implicar que va a haber todavía menos guardias cuidando. Los médicos además no están de tiempo completo van algunos días a la semana entonces tampoco tendrán una atención inmediata y mientras tanto el contagio se sigue esparciendo”.
Paola Zavala, experta en el tema penitenciario y ex directora del Instituto de Reinserción Social de la Ciudad de México, alertó que estos contagios masivos pueden ser incontrolables y no se quedarían solo en una prisión, sino podrían afectar a toda la sociedad.
Puso como ejemplo reclusorios en los que hay entre cinco mil y siete mil reclusos que por la cercanía, el contacto constante y el hacinamiento puede terminar con una propagación en toda la población en pocos días.
“Y si tienes el 10 por ciento de casos graves vas a tener que internar a 500 a un hospital y con eso poner mucha presión en el sistema de salud pública, además de que creo que no tendría la capacidad el sistema penitenciario de reaccionar a tantos enfermos graves al mismo tiempo por el tema de los custodios, por el tema de los traslados, sería un problemón”.
De acuerdo a la Encuesta Nacional de Población en Prisión, el 75 por ciento de los internos dijeron que pueden tener alimentos gracias a la comida que les proporcionan sus familiares durante sus visitas; por lo que en aquellas prisiones principalmente estatales en las que las visitas se suspendieron por la contingencia, los autogobiernos deciden quiénes pueden acceder a los pocos alimentos y quiénes no.
Y si la cadena de custodios comienza a infectarse, el control se intensificará no solo en los alimentos sino en el acceso a medicamentos, agua potable y aseo. Lo que también desataría riñas y motines.
“Son cárceles en las que no hay condiciones mínimas para vivir y ahora estamos muertos de miedo porque estas personas puedan generar motín y haya una evasión de presos y haya muchos muertos”.
El primer paso que incluso ya plantearon algunos gobiernos como el de la Ciudad de México es agilizar la liberación de presos para reducir el hacinamiento.
El Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, podría ordenar de manera inmediata la liberación de personas adultas mayores, aquellas que tengan enfermedades crónico degenerativas o sentencias menores a cinco años basado en el artículo 146 de la Ley de Ejecuciones Penales que lo permite así por cuestiones humanitarias. Mientras que la Ley de Amnistía de la que se espera que se agilice su aprobación sumaría a este grupo a sectores vulnerables como indígenas, mujeres y primo delincuentes.
Pero de acuerdo a las expertas, esto si bien sería un gran primer paso, el círculo podría repetirse si el sistema penal y de justicia continúa actuando con todas las deficiencias que lo han caracterizado hasta ahora. Para empezar, si los jueces siguen ignorando las 13 medidas preventivas adicionales a la prisión preventiva oficiosa. Pues incluso hay personas en prisión que sus delitos ni siquiera ameritan que pisen la cárcel.
“Si las policías siguen actuando de la misma forma que llevan actuando todo este tiempo pues lo que va a pasar es que van a seguir deteniendo a personas por delitos menores y llevándolos a las fiscalías, a los separos que son otros centros de detención que tiene muchos problemas de higiene y probablemente van a acabar en prisión de nuevo y ocupando estos espacios que son liberados”, señaló Pérez Correa.
Pero no solo eso. Solo los ellos entienden el infierno que pueden llegar a ser las prisiones. Por lo que Paola Zavala asegura que incluso varios de ellos han alertado que preferirían no notificar si llegan a tener síntomas, pues esto implicaría perder derechos básicos que en este país, resultan ser privilegios.
“Cuando llegas a una prisión con problemas de sobrepoblación como la mayoría de las cárceles en este país, empiezas durmiendo amarrado a los barrotes, luego te toca en el espacio que hay entre las camas y el suelo y entonces te asfixias, y luego te toca en el baño hasta que por fin te toca en un camarote que es la cama de concreto y llegas ahí por dos vías: si pagas o si tienes mucho tiempo.
“Entonces a mí me comentaban varias personas internas que ellos no están dispuestos a decir si se contagian o no porque les costó muchos años poder dormir en un camarote, entonces dices ‘no, cómo crees que no vas a decir si tienes síntomas, tienes que decirlo’ y les das una serie de razones y te dice ‘yo voy a estar aquí 15 años más y no voy a volver a dormir amarrado a los barrotes”.
Además, el resultar contagiados implicaría en las pocas prisiones que cuentan con espacios para ello, ser aislados. Lo que para los reclusos significa un castigo. Y es algo a lo que también le tienen miedo. Por lo que preferirían dejar sus vidas a la suerte aunque eso implique poner en riesgo las del resto de sus compañeros.