• Contra viento, marea... y Trump: las caravanas migrantes no se detienen

Sufrieron robos, hambruna, violencia sexual y sobrevivieron a los narcos. Los migrantes prefieren enfrentar las amenazas del futuro presidente que dar marcha atrás.

y Daniela Díaz
Tapachula, Chiapas. /

Alejandro tiene 28 años y no ha visto las últimas noticias sobre Donald Trump. Durante dos meses estuvo enfocado sólo en sobrevivir a una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo, la que inicia en el Darién de Panamá y termina en el norte de México. Su meta es iniciar una nueva vida lejos de su natal Venezuela, de donde huyó por razones de persecución política.

Luego de más de ocho semanas, Alejandro y su familia hacen una pausa. Se detuvieron en Tapachula, Chiapas, para chequear la salud de sus dos hijos pequeños, que no rebasan los cinco años, y la de su esposa embarazada de siete meses. Fue en ese momento cuando se enteró de la victoria de Trump y de todo lo que ha declarado cada que los micrófonos se lo permiten, de su animadversión a los migrantes latinos. En lo que Alejandro y su familia piden asilo en México, les agarró la Navidad y el Año Nuevo en suelo chiapaneco.

Han corrido los primeros días de enero de 2025 y Donald Trump se mantiene firme con que empezará a deportar migrantes recién tome posesión el próximo 20 de enero. Pese a las reiteradas amenazas, ni Alejandro ni los otros migrantes que hacen filas eternas para pedir asilo saben a ciencia cierta qué puede pasarles si el republicano cumple su promesa.

Para la gran mayoría, la meta sigue siendo la misma: establecerse en Estados Unidos. Con o sin Trump. No pueden dar marcha atrás. Luego del infierno que han recorrido, con las venas abiertas, no es para menos.

Donald Trump hizo de la migración un tema central de su campaña presidencial | REUTERS

Los migrantes se topan con la ley de los cárteles que controlan las rutas

UNO. Desde el cielo, a través de los drones de la Guardia Nacional, se distinguen caravanas diminutas como si fueran hormigas: rojas, negras, coloradas, carpinteras, faraonas. En este caso son personas migrantes que cargan una mochila, un bolso al hombro y las mismas ilusiones y zozobras para intentar llegar a Estados Unidos.

Las caravanas se reagrupan en la frontera sur para seguir el camino. En el último trimestre de 2024, Médicos Sin Fronteras documentó 12 grupos de caravanas compuestos por más de diez mil migrantes. Personas que partieron de sus países en América del Sur y América Central –y de África también, luego de que Europa reforzara sus fronteras–, que van en busca del sueño americano atravesando los peligros –secuestros, extorsiones, abusos, hambre– del istmo de Panamá y del soconusco chiapaneco. Todos transitan con o sin éxito más de 4 mil 500 kilómetros rumbo al norte.

En territorio mexicano entran por Chiapas, casi siempre por Tapachula. Puede ser que pasen por Tabasco o corten por el sur de Veracruz, o lo hagan por Oaxaca, para llegar a Puebla o Ciudad de México. Y de ahí dispersarse por rutas cuyo paso se los permitan los grupos criminales, para tratar de cruzar a la tierra del Tío Sam. La finalidad es clara: ganar un salario en dólares. 

Pero el camino no es sencillo. Una vez en el sureste, se topan con la ley del Cártel del Pacífico, el Cártel de Sinaloa, el Cártel Jalisco Nueva Generación –incluso, la Mara Salvatrucha–, grupos criminales que tienen alianzas con pandillas locales que truncan caminos y sueños. Éstos controlan la ruta, encabezan el cobro de extorsión y “piso” a quienes les arriendan por cifras exorbitantes cuartos que van desde los 250 dólares por semana.

Y las cantidades van aumentando conforme haya algún viso de mayor comodidad: una ventana extra, un baño con azulejo decoroso, un ventilador. Éstos se encargan también de trasladar a inmigrantes con estatus irregular por territorio mexicano en camiones o taxis particulares.

El Centro de Dignificación Humana estimó una movilización de 70 mil migrantes para febrero de 2025 | EFE/ Juan Manuel Blanco

Los migrantes se instalan en Tapachula en improvisadas casas de campaña

DOS. Desde Tapachula, Alejandro, un hombre delgado y con la piel tostada por el sol que lo ha acompañado en largas caminatas desde Venezuela, hace filas para solicitar asilo en las oficinas regionales de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). Las filas pueden durar horas. No es para menos: ahí viene Trump, dicen.

En esta ciudad hay dos sedes de la Comar y ambas siempre tienen largas filas. En ellas se cuentan cientos de personas, desde familias enteras hasta personas solas que esperan acostados en el asfalto. Varias veces al día la Guardia Nacional se pasea calle arriba y calle abajo, mientras las familias migrantes que viajan con niños y mujeres embarazadas les miran temerosos. En los parques aledaños unos instalan ‘cambuches’, como llaman a las improvisadas casas de campaña, que se duplican de acuerdo a la temporada del año.

Campamento de migrantes en un parque en la ciudad de Tapachula, Chiapas | Daniela Díaz

Durante la espera los migrantes conversan, debaten, alegan, “manotean”, redundan sobre la xenofobia del futuro presidente de la Unión Americana, quien ha amenazado con deportar a un millón de migrantes indocumentados. Unos no lo creen capaz, otros sí; algunos confían en la intervención de organismos internacionales o de los mandatarios latinoamericanos. El álgido debate carece de conclusiones.

Trump incluso ha amagado ante los noticieros con eliminarles a los latinos la ciudadanía por derecho de nacimiento tan pronto asuma el cargo. La solicitud de asilo ante la Comar, al cierre de noviembre de 2024, asciende a más de 66 mil peticiones.

Ante el republicano que los amenaza por televisión, en sus planes no está desistir

TRES. Lauri es otra joven venezolana de 24 años. Llegó una semana antes que Alejandro y ha tenido un poco más de suerte. Insistió aquí y allá y logró conseguir un trabajo temporal como mesera en una sencilla y modesta cafetería en Tapachula, donde sigue ahorrando – unos mil pesos a la semana– para seguir su camino hasta el norte.

Cruzó la misma ruta riesgosa: cinco días caminando por el Darién con su hija y su esposo. Pasó hambre. Me dice que no quiere hablar del tema. Cuenta que su meta es establecerse en Estados Unidos donde tiene varios familiares quienes le han hecho préstamos para atravesar el continente. La deuda ya le suma al menos tres mil dólares (unos 60 mil pesos). Con ese pasivo, regresar a Maracaibo no es opción.

“Quisiera comprarme una casa. Eso que ahora los venezolanos que siguen en mi país no pueden tener”, dice Lauri. Si no le dan el asilo antes del 20 de enero, fecha de la toma de posesión, “no sabría qué hacer”, dice con la mirada de incertidumbre.
Lauri, migrante venezolana, posa frente a la pensión donde renta una habitación por alrededor de 200 dólares mensuales | Daniela Díaz

En sus planes no está desistir. La fe que le queda está puesta en la solicitud de la visa humanitaria que presentó a través de la plataforma CPB-One, la aplicación de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza que dispuso Joe Biden desde julio de 2024, para que los migrantes puedan hacer las peticiones desde México. “Conozco a gente que se la han dado y ya está trabajando allá”, asegura con dejo de esperanza.

Las amenazas de Trump parecen no tener ningún peso en los migrantes. No las tienen en los mexicanos que siguen yendo en busca del American dream, tampoco en hondureños y guatemaltecos que tienen el alma pendiendo de un hilo ante el cogobierno de la Mara Salvatrucha; mucho menos pesan en venezolanos y su elevada crisis social en un país que los asfixia en la hiperinflación o en las zonas marginales de Colombia, donde manda el narcotráfico, el Tren de Aragua o el Clan del Golfo. Tanto así que, todos ellos, prefieren enfrentar a un presidente que amenaza en televisión con deportarlos.

En resumen, estos viajeros trasnacionales forzados, con las venas abiertas de América Latina y sus penurias –como las enunciaba Eduardo Galeano–, prefieren enfrentar las políticas autoritarias del futuro presidente de los Estados Unidos.

No quiero estar ilegal, confío en que salgan los papeles. Lo único que quiero es poder trabajar, quizá estudiar y darle un mejor futuro a mi hija”, reflexiona Lauri. Su niña de cuatro años la agarra fuerte de la mano. Lauri sueña con ser arquitecta.
Migrantes aguardan en una calle aledaña a la Comar | Daniela Díaz

Tapachula es frontera y punto migratorio con Guatemala

CUATRO. Como Lauri y Alejandro, miles tienen sus esperanzas puestas en la solicitud de asilo en México y luego en Estados Unidos. La mayoría arriban a Tapachula para iniciar de inmediato el trámite que puede durar varios meses. Por lo que ya es tradición en esta ciudad que los parques estén atestados de cambuches improvisados con bolsas de basura, carpas, o personas que duermen a la intemperie. A diario, bajo más de 30 grados, las personas esperan impacientes afuera de la Comar. Si un día no alcanzan los turnos, insisten al siguiente. La mayoría llegan a esa ciudad sin un dólar en el bolsillo.

Tapachula es una ciudad en el soconusco chiapaneco. Tiene más extranjeros que locales, pero no son los turistas que van al cañón del sumidero en pantalones cortos y sombreros de palma, ni los europeos que no paran de tomar selfies en Tuxtla Gutiérrez o Chiapa de Corzo. Sino los migrantes que toman una pausa en el camino, toman respiro y buscan un ingreso en esta ciudad de casas empobrecidas, donde predomina el comercio informal e ilegal, para desde aquí seguir su camino hacía la frontera norte.

Fila de migrantes en una calle aledaña a una de las sedes de la Comar | Daniela Díaz

Tapachula es frontera y punto migratorio obligatorio con Guatemala. Ronda los 400 mil habitantes y es un territorio sin ley por los grupos criminales que abundan, desde la Mara, el Cártel del Pacífico, el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación, quienes tienen alianzas con pandillas locales. Éstos controlan la ruta, el cobro de extorsión y se encargan de trasladar en camiones o lanchas a los migrantes con situación ilegal en territorio mexicano.

En un jueves soleado de noviembre, en el kiosco de Tapachula, muy cerca de su iglesia principal, se ven a los migrantes buscar un pedazo de sombra. Ya es una postal que forma parte de la cotidianidad chiapaneca. Ningún migrante centro y sudamericano, con los que DOMINGA platicó, tiene clara la magnitud de las eventuales medidas de Donald Trump y por más que despierta temores, inquietudes, esos no son sentimientos nuevos en su travesía migrante.

Para los migrantes, enfrentar las nuevas políticas migratorias debe parecer poca cosa: ya atravesaron la región del Darién entre paramilitares y pandillas, sufrieron robos, hambruna, violencia sexual, se toparon con cadáveres, cruzaron la selva espesa, el soconusco chiapaneco y, ahora, sobrevivieron a los narcos mexicanos.

La terquedad de Luci, José, María o Bryan, en su decisión de cruzar la frontera, parece inexplicable. Pese al hambre, el cansancio, las ampollas o los secuestros de los que han sido víctimas varios de ellos, nada les detiene. Ni siquiera la dura violencia sexual y física a la que les han sometido, sobre todo mujeres y niños. Aunque, según fuentes de Médicos sin Fronteras, los hombres también han sido agredidos sexualmente.

En un día de atenciones médicas, la organización registró dos violaciones masculinas: una en el Darién y otra en la frontera de México. La violencia está a la orden. Lo que sigue sin estar nítido es lo que va a suceder en términos de migración de cara al futuro inmediato. Por un lado, expertos señalan un posible incremento en las solicitudes ante la Comar, una entidad que tendrá un recorte de al menos tres millones de pesos mexicanos en este 2025.

El narco y las pandillas libran una batalla por el poder de las rutas

CINCO. Lauri se abstiene de hablar a detalle de su paso por la jungla del Darién. Pide no profundizar y se le entrecorta la voz. Alejandro tampoco se explaya mucho. “Duro, duro”, dice en seco. El consenso es total, lo que pasa en el Darién es tenebroso. Los testimonios señalan como ataques sistemáticos: robos y abusos sexuales. Para la mayoría la hambruna es una nimiedad en medio del trayecto de siete mil kilómetros. El cruento panorama no es nuevo pero sí permanente.

La mayoría de los que ya alcanzaron la frontera sur de México vivieron las penurias por la espesa selva fronteriza entre Colombia y Panamá –los dominios del Clan del Golfo–, para después caminar de Nicaragua a Guatemala. Y al llegar a Tapachula, México, el desgaste físico y emocional es evidente. Allí, se estrellan con otro embate: el narco y pandillas libran su propia batalla intestinal.

SEIS. En Chiapas miles de personas famélicas, enfermas, asustadas y deprimidas son auxiliadas por las organizaciones humanitarias, como Médicos Sin Fronteras, Médicos del Mundo, Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales, el Consejo Danés para Refugiados y otras más de carácter local. De nuevo, en interminables filas, migrantes con numerosas problemáticas de salud mental y física buscan ayuda.

A las afueras de la Comar la zozobra se siente. Me señalan a unos hombres que parecen civiles, están tomando notas, haciendo llamadas, texteando en el celular, observando con detenimiento el paisaje. Los migrantes intentan pasar desapercibidos. “Si uno no se mete con nadie, espera que nadie se meta con uno”, dice un venezolano. La alta criminalidad libra batallas duras por ostentar el poder sobre las rutas de tráfico de migrantes, drogas y armas.

Ese temor permea todo. Los trabajadores de las oenegés y organizaciones humanitarias toman medidas de seguridad. No se mueven a ciertas zonas, tampoco salen después de cierto horario. Mucho menos viajan en la noche.

Un informe del Departamento de Seguridad de EU señala que prácticamente ningún migrante está exento de pagar cuotas a organizaciones criminales | AP

En sus tarjetas informativas el Instituto Nacional de Migración (INM) va dando cuenta de requisas, rescates, aseguramientos de migrantes. Hay una causal común: las zonas fronterizas del sur y norte del país. Desde su oficina de prensa, el INM también tiene que estar negando abusos, vejaciones o incluso extorsiones en contra de migrantes.

A lo largo de estos años crecen los migrantes que reportan secuestros exprés. Si bien no hay un modus operandi, grupos armados interceptan vehículos particulares que movilizan migrantes al casco urbano de Tapachula y luego les encierran en “gallineros” de donde solo los dejan libres a cambio de miles de pesos. “Le habían quemado las manos y torturado durante su cautiverio”, contó Daniel Bruce, jefe de misión en esa zona, en un comunicado de noviembre de 2024.

De esa violencia exacerbada nadie les advirtió. La única garantía de seguridad ha sido viajar acompañados de otros pares, de más gente que –como ellos– busca llegar al norte, en caravanas de miles de personas que a pie y o en trenes de carga buscan a como dé lugar arribar a Estados Unidos.

En Chiapas el control de migrantes asegurados y repatriados cae en un limbo

SIETE. Aún no termina el 2 de enero de 2025, así que revisamos X y Facebook, a ver qué arrojan los algoritmos con las palabras “caravanas” y “Donald Trump”. Medios mexicanos, centroamericanos y norteamericanos dan cuenta de que ni el 31 de diciembre y primero de enero dejaron de entrar migrantes al territorio, con la clara finalidad de llegar a Estados Unidos. Unos dicen mil, otros más de mil, los más hablan de miles.

Este mismo día, en el estado de Veracruz la gobernadora Rocío Nahle ha dado una rueda de prensa para informar que tan sólo en diciembre de 2024 se “aseguraron” a 2 mil 993 “hermanos migrantes” cuya integridad física peligraba en tránsito. Lo que ya no dijo la gobernadora es que estos migrantes habrán de ser “repatriados”, vía el INM, a su país de origen, salvo casos excepcionales.

Caravanas migrantes partieron de Tapachula tan pronto México recibió el 2025 | REUTERS/ José Cabezas

En Chiapas, el control de migrantes asegurados, repatriados y demás cae en una completa anarquía y en el limbo. Apenas el vicecónsul de Guatemala, Fernando Castro, dijo a medios locales que tan sólo 4 mil 500 guatemaltecos habían sido repatriados desde Chiapas a Guatemala al cierre de octubre de 2024.

En otras entidades de tránsito migratorio, la información se difumina, de la misma manera en que los miles y miles de migrantes se van desperdigando por suelo mexicano.

Falta una semana para que Trump tome protesta, si cumple todo su legajo de promesas, amenazas e improperios, lo habremos de atestiguar en los próximos meses. En un futuro mediano, de mientras, las caravanas de migrantes, como ejércitos de hormigas, enfilan su ruta hacia el norte. Han vivido de todo en esta travesía. No darán marcha atrás. La primera caravana de 2025 partió de Tapachula a primera hora del 1 de enero.

​GSC/ASG




  • Noé Zavaleta
  • Reportero desde hace 23 años. Corresponsal una década de la revista Proceso en Veracruz. Fue director, subdirector, cronista, reportero y talachero de Crónica de Xalapa. Colaborador de Milenio y también del Instituto de Medios de Al Jazeera.

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