Miedo, felicidad y hasta incredulidad: así fue el día 1 de vacunación anticovid en CdMx

Entre largas filas, sol y sombra, 30 mil 332 adultos mayores de la capital del país recibieron la vacuna contra covid-19.

Muchos adultos mayores llegaron desde primeras horas del día | Javier Ríos
Editorial Milenio
Ciudad de México /

I. Cuando el señor Alfonso, de 65 años, recibió un mensaje a su teléfono, donde le avisaban que el lunes 15 de febrero lo vacunarían para protegerlo del covid-19 y que, para ello, debía presentarse a la primaria Próceres de la Revolución antes de las 08:00 horas, llamó a una de sus hijas para preguntarle quién lo había registrado en el programa de vacunación porque él, ya se los había dicho, no se iba a dejar inyectar ni en ésta ni en la otra vida.

¿Y por qué la negativa? —le preguntas al señor Alfonso.

—Porque no sabemos qué reacción vamos a tener. No sabemos si nos va a hacer daño. Puede salir contraproducente. En las noticias dicen que la gente se ha puesto mal, que se mueren.

El señor Alfonso quiere agregar que otra razón por la que le teme a la vacuna es porque no confía en el gobierno federal. “López Hablador y el doctor Muerte compraron vacunas que todavía están en prueba”, te dice mientras se ayuda a caminar de una andadera de aluminio, pues perdió la pierna derecha hace un par de años y todavía no se ha acostumbrado a la prótesis.

Le explicas que a él le van a inyectar la vacuna de AstraZeneca, que sí fue aprobada con un 63 por ciento de eficacia, pero con un 100 por ciento de protección para evitar las hospitalizaciones. No, no es la mejor, pero es lo que hay y lo que decenas de países quisieran.

¿Y si no confía en la vacuna, ¿por qué vino?

—Porque obligan a uno.

¿Quién?

—Bueno, no, pero mis hijas se iban a enojar si no venía. Ellas tienen familiares que murieron de covid y piensan de otra manera.

Cuando hayan vacunado al señor Alfonso, le preguntarás cómo le fue. “Pues vamos a esperar las reacciones”, te dice con el pesimismo por delante…

¿A poco no está contento?

—No sé. Te digo que temo a las consecuencias, pero allá adentro pensaba en los millones personas que no se van a poder a vacunar este año y seguro quisieran haber venido en mi lugar.

¿Entonces les recomendaría a los adultos mayores que se vacunen?

—Pues yo no quería, y mírame.

II. La escuela primaria Próceres de la Revolución, en la entraña de la unidad habitacional Independencia, ha estado cerrada desde que suspendieron las clases. Hoy, la reja blanca se ha abierto para ser uno de los 70 centros de vacunación, distribuidos en las tres alcaldías en Ciudad de México donde ha empezado la jornada: Cuajimalpa, Milpa Alta y, por supuesto, Magdalena Contreras, que es a donde has venido para hablar con los adultos mayores.

En la radio, en la tele, en los portales informativos y en las redes sociales, sólo se habla de las largas filas, y del sol, y del frío, y del retraso. Aquí no. En esta historia no hay retrasos, los adultos mayores vienen bien abrigados, con sus banquitos, y la fila sólo aparece para darte cuenta de que, a este centro de vacunación acude más clase mediero que población rural.

Es decir, gente que no se las compra a la 4T, como la señora María E., de 70 años, aunque tampoco se encomienda a la prensa: “Los medios no entienden que a la mayoría de nosotros nos sobra la paciencia, tenemos tiempo, hemos estado encerrados casi un año; además, ¿no sé si dan cuenta de que, para toda esta gente que hoy venimos, la vacuna significa la vida? Así que sí, vale la pena esperar, y mire que el gobierno no es santo de mi devoción”.

A la señora María le llegó la notificación por correo. Vive a cinco minutos del centro de vacunación. Ha venido acompañada de su esposo, el señor Felipe, de quien, por ahora, se encuentra separada. La vacuna también los distancia: ella ha venido a vacunarse y él está indeciso. De hecho, sólo la señora María se vacunará.

“Me siento protegida, pero aun así hay que cuidarnos”, te dice la señora María y te informa que la segunda dosis se la pondrán en 50 días.

¿Y qué más le dijeron los médicos?

—Una doctora me dijo que la vacuna era un acto de fe, que a lo mejor no funciona, pero yo ya me siento protegida.

¿Y usted por qué no se va a vacunar? —le preguntas al señor Felipe, quien usa una mascarilla antigás que apenas y lo deja respirar.

—Por miedo. Le digo a María: ¿y qué tal si me pongo mal? Yo sé que tengo nomás hasta el 19 de febrero para decidir.

—Mi mayor deseo era vacunarme y ya lo logré —interviene la señora María, como azuzando a su marido.

¿Y cuál ha sido el suyo? —le preguntas al señor Felipe.

—Ser joven, porque a los jóvenes no les pasa nada. Eso es lo que más he deseado.

IIIAhorita en el carro, le venía contando a la vecina que me traje a lo de la vacuna, que cuando salgo a la calle me siento como si estuviera desnuda. Vulnerable, se podría decir. Con mucho miedo a contagiarme. Yo a mis nietos no los he querido ver, por lo mismo, porque son jóvenes, se descuidan. Yo espero que la vacuna me dé paz, que me haga sentir segura, y que, con el tiempo, pueda ver a toda la gente que no he visto por miedo. Eso es lo que le puedo decir por qué me vine a vacunar.

IVAl señor Pedro Esquivel, de 65 años, le avisaron por teléfono que lo irían a vacunar a su casa, que pasarían bien temprano. Pero como no pasaron, se montó a su silla de ruedas y le pidió a su hijo, el que tiene carro, que lo trajera. “No se vayan a acabar las vacunas”, lo apuró.

En el centro, le dieron preferencia, le tomaron sus generales, una doctora lo auscultó y a ella le contó lo de la diabetes y la amputación del pie. Lo vacunaron, esperó veinte minutos por si tenía alguna reacción, y ahora está platicando contigo.

“La vacuna es una protección para nosotros, pero también un alivio para la familia”, te dice el señor Pedro. “He visto la angustia de mis hijos pensando en que pudiera enfermarme”.

La angustia se sustenta no sólo en la diabetes que padece el señor Pedro, sino en que el covid-19 ya mordió a su familia: se le murió un cuñado.

“Él era de los que no creían. Si se hubiera cuidado, a lo mejor hubiéramos venido juntos a vacunarnos porque su apellido también empezaba con E”.

¿Qué les diría a todas esas personas que no piensan vacunarse?

—Que no pierden nada, que lo hagan, que es un beneficio, que no hagan caso del miedo. Como dice uno de mis hijos: peores cosas nos hemos metido al cuerpo y aquí seguimos.

Hay quienes dicen que el gobierno hará un uso electoral a las vacunas.

—No, no es electoral, es la pandemia misma. Lo que sí me molesta es que los de Morena anden diciendo que dieron dinero para las vacunas y no: es dinero de nuestros impuestos.

¿Y qué piensa del manejo de la pandemia?

—Bien, pero han cometido errores y no los reconocen. Como lo del cubrebocas. Todo por llevarle la contraria a unos cabrones.

FS

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