Migrantes, sin medidas contra el coronavirus

Sin portar cubre bocas, sin gel antibacterial, agua ni casa en donde dormir, es como la pasan los indocumentados que llegan a Monterrey en busca de una mejor vida.

Los centroamericanos enfrentan diferentes problemáticas en su paso por Monterrey. (Archivo)
Kevin Recio
Guadalupe /

Sin comida, sin hogar y con sueños muy altos que se verán afectados por el inicio de la Fase 2 de la pandemia del coronavirus en México, es como sobreviven los migrantes centroamericanos en busca de un refugio en Monterrey.

Un grupo de 10 centroamericanos expresó que para ellos es imposible seguir las recomendaciones de Salud Estatal sobre mantenerse en casa debido a que no la tienen; por eso es que están en constante movilidad en busca de pan, agua o si cae la noche optan por aguantarse el hambre. 

Con el estómago vacío, las tripas que gruñían y las ganas de un pollo asado, es como Miguel Ángel de 19 años de edad, originario de El Salvador, esperaba en la sombra de una tienda de conveniencia para ingresar a Casa Nicolás tras haber llegado en tren el pasado viernes.

“Mi familia no sabe que vine a México (se ríe), salté en la María Goreti pero ahí cerca había mucho drogadicto.
“Trabajaba en una carbonera, era muy pesado eso, fácil se enfermaban todos y no nos alcanzaba para comprar medicina porque trabajábamos 13 horas por 150 pesos mexicanos”, expresó Ángel.

Una mujer originaria de Guatemala, de 23 años, indicó que el sábado por la noche subió a un tren con “la banda” y llegó a México “bailando” y “zumbando” con la cumbia de los sueños mexicanos a fin de superarse.

“Pues namás estudié hasta segundo de primaria, es que me expulsaron porque era la mejor de la banda, tocaba, bailaba y aunque no era la mejor en clase, yo era la líder,
“De repente nos daba la loquera y nos poníamos a bailar, neta; mi familia no sabe que vine a México, no saben nada de mí”, refirió la mujer mientras disfrutaba su medio yogur y una lata de atún en agua.

Durante las entrevistas, una persona de edad avanzada llevó una bolsa de margaritas y les dijo “se reparten, por favor,”; y estos respondieron: “gracias padre, dios lo bendiga”.

Entre las problemáticas a las que se enfrentan los centroamericanos, van desde soportar los 25 o más grados en la Sultana del Norte, palabras discriminatorias y altisonantes de elementos policíacos que los retiran de la sombra y los obligan a esperar bajo los rayos del sol, señalaron los entrevistados.

Sin cubre bocas, sin gel antibacterial, sin guantes, y sin agua, es como se trasladan de un municipio a otro las personas migrantes, quienes alegaban que los tienen en el olvido.

A pesar de que predomina la desinformación entre ellos, un joven llamado Carlos, originario de Belice, informaba lo que recordaba cuando leyó en redes sociales sobre la pandemia.

Los 10 migrantes de Honduras, El Salvador, Nicaragua, Belice y Guatemala dijeron tener familia en sus países, sin embargo, no les han enviado algún apoyo económico o un simple rastro de que están con bien en México.

Pero no todos eran adultos, pues también se encontraban dos niños con su cabello rizado rubio que se ondeaba con el viento de los árboles que los protegía del sol, mientras descansaban en la banqueta.

Los infantes jugaban con una caja de cartón y se acercaban a la grabadora para observarla y sonreír ante los cuestionamientos a los adultos sobre sus pesares, y la manera en que harían frente a la pandemia del Covid-19.

Carlos E., originario de Nicaragua, dijo que llegó a México en 2007 con la ilusión de trabajar para generar un ingreso, tres años después la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) le otorgó un permiso, asegurando que ninguna empresa lo ha contratado.

“Yo tengo un día esperando aquí (frente a Casa Nicolás) para ver si me dejan entrar, sino pues me voy a trabajar con quienes vengan aquí, a veces vienen señores que nos dicen que si les ayudamos a pintar o de jardinero y (pues) nos vamos”, refirió el nicaragüense.

Otro joven llamado Juan, originario de Guatemala, indicó que él caminó desde el municipio de Santa Catarina para llegar a Casa Nicolás en Guadalupe y encontrarse con la sorpresa de que tendría que dormir otra vez en la banqueta.

“Hubo un chingo de riesgos y gracias a Dios padre que anda con uno pos nos salvó de lo malo, porque en mi trayecto se subió gente del crimen organizado y de la mara; no me hicieron nada pero me quitaron todo lo que traía, le habló de 40 (pesos mexicanos)”, expresó el hombre que se dedicaba a la agricultura en la provincia de Quiché, Guatemala.

Cabe mencionar que todos los días hay múltiples indocumentados que esperan afuera de las diferentes casas de migrantes que hay en Monterrey, pero por la sobrepoblación deben esperar su turno o continuar con su camino.

Aunque se buscó ingresar a Casa Nicolás, dos trabajadores y una mujer que no portaban un cubre bocas, argumentaron que para poder ingresar se debía solicitar un permiso mediante la cuenta de Facebook; es importante señalar que en el sitio había medidas de protección como gel antibacterial y jabón para manos.

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