Aún con semanas de confinamiento por delante, los mexicanos ya nos preguntamos qué es lo primero que haremos cuando la cuarentena termine, pues aunque el coronavirus SARS-CoV2 reventó resortes emotivos y económicos por igual, la llama, que representa el deseo de librar esta lucha, arde más que nunca.
Si bien el home office se volvió herramienta obligada para algunas empresas, hay quienes no tienen más opción que seguir saliendo a la calle y encarar desde sus trincheras al virus, mientras otros permanecer en casa, pues las puertas del trabajo se cerraron de golpe. Sin embargo, todas estas voces cantan el mismo deseo al unísono: ¡que esto termine ya!
Desde seguir trabajando, pasear por las calles, volver a llevar serenatas, acostarse en el pasto a escuchar música y hasta ahorrar para una prótesis, son apenas un cosito de los deseos que MILENIO halló al preguntar a nueve mexicanos qué es lo primero que harán al fin de la pandemia, en la nueva normalidad, y qué ha sido lo más difícil en estos meses.
Mientras piensas qué es lo primero que harás tú, lee aquí lo que todos ellos contestaron.
Ir con mis hijos al zoológico, agradecer a Harfuch y todo el mundo: Fabiola, policía
El pánico en ella no existe y el agradecimiento de las personas por cuidarlos la motiva a no renunciar a su labor en la que incluso, dice, sería un orgullo morir. La subinspectora Fabiola Yazmín Ramos Saavedra, de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC), tiene que cumplir con una jornada diaria de 16 horas, en la que vigila calles de la capital y concientiza a la gente a no salir a la calle.
En calles como Corregidora, Francisco I. Madero, Pino Suárez, 20 de Noviembre, así como la Plaza de la Constitución y la Alameda, ella reparte gel antibacterial a los transeúntes, quienes le dan las gracias y a veces hasta una fruta para que "no se mal pase".
Cuenta que antes de la pandemia el último lugar que visitó fue el cine, cuando llevó a su hijo a ver la película Sonic, algo que han dejado de hacer, por ahora pasan los días jugando lotería, ¡basta! y memorama.
“Esto ya nos cambió a todos y nos dejó marcados para siempre. La verdad es que nos cambió valores, hábitos; nos juntó y nos trajo hermandad”, relata.
Pero el día que acabe la contingencia llevará a su hijo al zoológico y dará gracias a Dios por su salud, por la de su familia y compañeros, aunque si pudiera pondría “un altavoz en la mitad de la explanada del Zócalo para agradecer al secretario de Seguridad (Omar García Harfuch), a la gente y a todo el mundo”.
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Liberar estrés y pensar en cómo ayudar en el futuro: Karina, médico
La normalidad para Karina Morales es algo que se ve lejano. Ella es médico y trabaja en un Hospital General de Zona del IMSS, en la Ciudad de México, en el que se atienden los padecimientos cotidianos y casos de coronavirus. Además, brinda atención médica a adultos mayores en una estancia privada.
Trabajar cada día con población vulnerable y ver de cerca lo que el virus hace en el cuerpo humano es desgastante física y emocionalmente. Para ella, ver morir en medio de la batalla contra la pandemia a su amigo José Porras, también médico, ha sido lo más difícil desde la llegada del covid-19 a México.
La llegada del coronavirus ha marcado un antes y un después, para muchos ha cambiado drásticamente la forma de trabajar; es el caso del personal médico, del cual, esta joven doctora forma parte. Hacer “todo el ritual de ponerte el equipo de protección, (que ella llama de 'astronauta' tratando de encontrar el lado divertido a lo duro de la jornada) usarlo en temperaturas altas, donde no puedes respirar, se te empañan los goggles y saber que no puedes tocarte la cara”, se ha vuelto el día a día.
A la incomodidad del equipo médico se suma el estrés del contacto con los pacientes, el miedo de contagiar o ser contagiado y saber que ese miedo “no se irá hasta que se encuentre la vacuna o un tratamiento eficaz”, expresa con pesar la doctora Morales.
Las pérdidas humanas son lo más duro de la pandemia, pero el impacto se ve también en cosas sutiles, como visitar un parque de diversiones, como Six Flags que fue precisamente uno de los últimos lugares que Karina visitó, un espacio al que disfruta mucho ir, pero ahora “acercarte a la gente, a multitudes, a lugares con mucha concurrencia sin miedo a que alguien te contagie” es algo que ve lejano.
Ella espera, cuando pase la etapa crítica de la pandemia, tener un tiempo para liberarse del estrés que le genera el luchar cada día contra el covid-19, “para poder pensar a futuro en qué condiciones está la salud del país y cómo poder ayudar como médico para que mejore".
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Juntar dinero para comprar mi prótesis: Coscolín el payaso
Con el coronavirus, el Día del Niño, el 10 de Mayo y el Día del Maestro, "que para nosotros son como nuestros aguinaldos se vinieron abajo", cuenta el payaso Coscolín, quien hace dos años sufrió un problema motriz que derivó en la pérdida de una pierna.
Con su distintiva nariz roja, chistera elegante y maquillaje colorido, comparte que lo más difícil de la pandemia ha sido que los contratos para fiestas infantiles, cumpleaños y eventos en plazas públicas fueron totalmente cancelados y que el dinero que guardaba para su prótesis tuvo que destinarlo a otros gastos.
El último lugar público que visitó fue una plaza en Tecámac, Estado de México, donde se les advirtió que por la emergencia sanitaria las aglomeraciones de gente se iban a suspender, lo que le "cayó como un balde de agua fría", pues no sólo se cerró el trabajo en shows, sino también frenó la fabricación y venta de artículos para payaso.
Coscolín asegura que está acostumbrado a salir a la calle a ganarse el pan disfrutando de todos los eventos como si fueran el primero en su carrera. Y aunque confiesa que en tiempos de covid-19 ha hecho transmisiones en vivo, dice que no se compara con ver la reacción de niñas y niños cuando les roba una carcajada.
Sin perder la chispa que caracteriza a un payaso advierte que al finalizar la contingencia se viene "el mal del 'débo-la': el debo luz, debo la renta, debo las tarjetas", por lo que confía en que la gente aprenderá a ahorrar y valorar más lo que tiene. Volver a juntar dinero para comprar su prótesis, es lo primero que hará cuando termine la pandemia.
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Abrazar a mis alumnos, los extraño un montón: Efraín, profesor
Para Efraín Benítez, profesor de Matemáticas, Física y Química en una secundaria técnica de Santa Fe, cerca del Metro Observatorio, “una zona marginada con delincuencia”, empezar a dar clases en línea fue un reto: comparte pantalla, a través de Zoom, con sus alumnos para escribir en One Note las fórmulas que enseña.
“Tuve que actualizarme, tomar tutoriales. Hice ensayos con mi familia para que me dijeran en qué fallaba. La primera vez fue impactante ver en la pantalla a mis alumnos, conocer prácticamente su casa”, cuenta.
Benítez, quien también trabaja en la Normal Superior, considera que aunque da clases en una zona urbana, la desigualdad de sus estudiantes para acceder a internet es notoria, pues solo el 50 por ciento de ellos pueden acceder a clases en línea; que el programa de estudios sí se alcanzará a cumplir, aunque opina que deberían darle a los estudiantes “pase automático” y el próximo ciclo escolar dedicar un mes para ponerlos al corriente.
La vida de México cambiará, a consideración del docente, en el crecimiento de la pobreza y desigualdad “yo preveo que habrá mucha necesidad, gente que tenía para medio comer ahora quedará en la miseria”, por lo que hace un llamado la solidaridad con las personas que más lo necesiten, sin la necesidad de hacerlo a través de fundaciones.
El último lugar al que viajó el profesor antes de la cuarentena fue el estado de Guerrero para visitar a su familia y ya sabe lo que hará cuando se levante ésta: "abrazar a mis alumnos, los extraño un montón, ese calor humano que nos alimenta a los profesores, que nos mantiene en pie, llevo 25 años dando clases y eso de no tenerlos a la vista, no me siento a gusto”.
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Levantar el negocio y recuperar lo perdido: Zenón, taquero
Hace 12 años, el señor Zenón abrió su taquería en Cuautitlán Izcalli, Estado de México. Un pequeño local sobre una avenida principal, con su infaltable trompo de pastor y unas cuantas mesas al interior que, en estos días, lucen vacías a causa de la pandemia de covid-19 que afecta a todos.
Sus ventas han bajado y ha tenido que cambiar el horario de su negocio. Empieza alrededor de las 17:00 horas, pero ahora ya no mantiene abierto el negocio hasta las 12 de la noche como acostumbraba: el movimiento de gente, antes alto hasta esas horas, empieza a bajar mucho más temprano.
Pero ha encontrado una solución al temor de la clientela a salir a la calle: ¡tacos a domicilio! Ahora ofrece su servicio así para toda la pequeña colonia donde se ubica y, además, vende los de pastor al 2x1 diario. Don Zenón espera que pasando la cuarentena la gente sea más consciente de la higiene y las medidas para protegernos.
A él también le urge que termine la pandemia, pero a diferencia de muchos, no porque quiera salir de paseo. Antes de esto, él y su familia no habían salido de vacaciones, ya que se entregaron por completo al trabajo. Y pasando la pandemia, ve difícil tomarse un momento para descansar. Prefiere volver a levantar su negocio para recuperar lo perdido por esta situación.
Dar gracias que estamos bien y trabajar, no hay de otra: Enrique, ingeniero
México lleva más de 40 días de confinamiento, pero sólo los afortunados han podido resguardarse en casa con la seguridad de que volverán al trabajo cuando la contingencia termine. El ingeniero eléctrico Enrique Rodríguez no está seguro de ello, por lo que sale a laborar diariamente, a pesar del riesgo de contagio.
Trabaja en la instalación de una casa en construcción en Tlaxcala y asegura que en tiempos de covid-19 la faena no es sencilla, pues lo más difícil con lo que lidia ahora es la paranoia, pues afirma que sus clientes se han vuelto desconfiados a pesar de que su equipo cuenta con las protecciones necesarias y cumple con medidas de salubridad.
Aseados y con cubrebocas, él y dos de sus empleados se levantan temprano y emprenden su jornada que termina cerca de las 18:00 horas; ahora que el trabajo escasea, es más fácil conseguir ayudantes, pero no es lo mismo con los clientes. “La gente no piensa en construir”, pues las prioridades económicas cambian en la situación actual, asegura.
Su trabajo sigue igual, pero el resto del mundo ya no. Así recuerda el mercado, que fue el último lugar público que visitó antes de que iniciara la cuarentena y que ahora está cerrado. Enrique espera que la vida en México cambie para bien, y que medidas como el lavado de manos se vuelvan un hábito colectivo. Para él, es necesario dar gracias “que estamos bien, y seguir trabajando, no creo que haya una diferencia adicional… más que seguir trabajando”.
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Buscaré restaurantes para ponerme a cantar: Ramón, cantante de rancheras
De sus 60 años de edad, Ramón Aguirre lleva 45 como cantante de música ranchera. Su vocación lo llevó a España, donde sus trabajos como músico y actor mantuvieron en alto el legado de la música mexicana por dos décadas.
Después de una gira por el viejo continente y de actuar en comerciales y películas como Rec 3, Ramón regresó a México, donde siente que tanto su carrera como su profesión no está tan valorada como en tierras europeas.
Para un artista que parece conocer los vicios y virtudes propios de cualquier escena musical, Ramón luce desconcertado. Sus llamados actorales y sus contrataciones musicales se suspendieron por la emergencia sanitaria. Incluso ofreció serenatas virtuales el 10 de mayo, a 250 pesos por cuatro canciones, pero todo intento ha sido en vano.
A la hora de pensar en lo que hará una vez acabada la cuarentena, Ramón lo sabe bien: “buscar restaurantes para ponerme a cantar”. Es necesario volver a la actividad a la que ha dedicado tanto esfuerzo por el amor a su vocación, sí, pero también para pagar las deudas que contrajo durante la cuarentena.
Para ello, regresará a los bares y restaurantes del Centro, que fueron de los últimos sitios que visitó antes del confinamiento y donde solía acudir de lunes a jueves, con guitarra en mano a dar serenatas, desde las estaciones del Metro Zócalo hasta Revolución.
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Ver a mis abuelos y comer en una fonda: Diego, abogado
“Esto es algo que no te imaginas”, comenta Diego Páez, abogado en la Unidad de Servicios a la Ciudadanía de la alcaldía Iztacalco, pues considera raro cómo una enfermedad cambia totalmente la rutina de todo el mundo. No es para menos, el coronavirus ha afectado su fuente de ingresos y su ritmo de vida: pasó de estar casi todo el tiempo en la calle al encierro en casa.
Explica que el trabajo ha sido esporádico durante la cuarentena, pues se desenvuelve entre juzgados y el ámbito administrativo de Iztacalco, donde brinda atención a la población, pero todo se ha detenido a causa de la pandemia. Lo último que hizo en su trabajo, de manera presencial, fue entregar vales de Mercomuna a los beneficiarios de Liconsa, desde entonces ha permanecido en casa.
Después de la pandemia, Páez considera que México pasará por una época difícil: con índices de desempleo bastante altos y quizá un aumento de la inseguridad en las calles, derivada de la incertidumbre económica que se avecina, tanto para quienes viven al día como para los empresarios. Sin embargo, confía en que "saldremos de la crisis como siempre se ha hecho, pues esto es México”.
Comparte que al término del confinamiento visitará a sus abuelos, pues son con quienes ha sido más rigurosa la medida de sana distancia y, ¿ por qué no?, ir a comer a una fonda o un mercado.
Recostarme en el pasto y escuchar música: Yesenia, enfermera
Yesenia Solís es enfermera del área de terapia intensiva en Star Médica Lomas Verdes. Desde que el coronavirus llegó a México su vida ha cambiado, pues además de salir todos los días a trabajar, lidia con problemáticas que no deberían existir en una pandemia.
Ante esta coyuntura, ella se enfrenta a una de las más crueles consecuencias del virus: la discriminación. En su trabajo y en la calle ha experimentado el rechazo por el simple hecho de ejercer su trabajo y querer dar lo mejor de sí.
“Cuando llegó el primer paciente al hospital donde trabajo me tocó cuidarlo a mí, así que al yo estar en un área covid-19, mis compañeros me veían como "apestosa" se alejaban de mi y podía escuchar comentarios tipo "tú estás contaminada", "no deberías estar aquí", a pesar de que yo usaba todo mi equipo de protección personal. Me hacían sentir rechazada.
"Ya lidiaba con el estrés mental de que me podía contagiar, sumado al rechazo en el mismo hospital. Una situación horrible. Asimismo, en el transporte público la gente aún piensa que nosotros, el personal del área de la salud, somos los transmisores del virus”, cuenta.
“Normalmente en el área donde estoy teníamos dos o tres pacientes, pero ahora son siete, de los cuales seis están intubados. Así que el estrés físico y mental aumentó. Trabajar 12 horas con el equipo de protección personal es agotador. Pero a la vez es retador, ya que es una nueva enfermedad y los cuidados son especiales. Al final de turno termino la jornada satisfecha porque hice lo mejor que pude”, cuenta Yesenia.
El último lugar público que visitó la joven enfermera, antes de que covid-19 llegara a cambiar su rumbo, fue un centro comercial. Cuando pase todo esto, ella sólo desea ir al Parque Bicentenario, comprar un vaso de fruta grande y caminar rumbo a los peces Koi. Tomar aire fresco, recostarse en el pasto mientras escucha música de Ataraxia, un grupo de música gótica, medieval y renacentista.
evl/aesc