En el diminuto cuarto que alberga una inmensa soledad en la casa que habita con su familia, la joven estudiante de 26 años contagiada por covid-19 enfrenta su encierro desde hace 70 días sudorosa, temblorosa, adolorida y con la sensación de sentir muy de cerca que le respira la muerte, pero sin darse por vencida.
Son ya más de dos meses sumergida en la penumbra ambivalente de la vida y la muerte, de pedir ayuda a una burocracia negligente, golpeada por la incertidumbre que le carcome la serenidad, le amenaza su sano juicio y le germina en el pensamiento la duda sobre su comportamiento y conducta social en este periodo de tormento infinito; así lo percibe, porque para ella nada tiene sabor ni olor en su entorno y sus ojos pierden el brillo ante el constante lagrimeo por su padecimiento.
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Es una excelente alumna de Antropología que ha tenido que lidiar con los aterradores malestares del trasnacional virus y avanzar en la elaboración de su tesis para titularse.
Su viacrucis inició el 16 de mayo, lo tiene muy presente. Desde entonces se encuentra sola en esa pequeña habitación de paredes desnudas, obligada a realizar por sí sola todas las tareas y quehaceres en ausencia de sus familiares más cercanos, aunque están del otro lado de su cuarto.
El virus impide la cercanía hasta de los más entrañables debido a que “no puedo interactuar con nadie, ni con mi perro; primero fue sentirme muy sola y ahorita es como un poco de desesperación, porque ya es mucho tiempo”.
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Con temor, acepta narrar a MILENIO su tenebrosa experiencia, con el deseo de que sirva sobre todo a los escépticos:
“Nunca pensé en morirme, me calmó saber que no iba a ir al hospital, pero cuando me dijeron que tenía covid me entró una incertidumbre de no saber qué iba a pasarme”, y piensa en los jóvenes que transitan en las calles sin seguir los protocolos de seguridad sanitaria y que sienten que esto no existe, que no sucede nada.
“A ellos, sí, a ellos en especial, les pediría que se cuiden, que usen cubrebocas y todos los aditamentos; que se laven constantemente las manos y aunque sepan que están jóvenes y no enfermos de nada, el virus está al acecho y los puede atacar; juventud no significa salud ni inmunidad” dice con la voz quebrada por la angustia del horror por el que atraviesa.
“Yo pensaba que no me iba a enfermar y por eso iba al mercado. Nunca supe dónde me saqué el número de esta lotería fatal”, recalca.
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Hay quienes le dicen que ya rompió record por el tiempo que lleva enferma. Aquel 16 de mayo inició con escurrimiento nasal, cuerpo cortado y tos. “Mi primer pensamiento fue que era gripa”, pero ella no contaba con que tendría que enfrentar otro virus igual de dañino: el de la burocracia; “entonces hice la encuesta covid en la página de internet del gobierno y la respuesta fue simplemente que era sospecha de covid.
“Me sentí peor y volví a hacer la encuesta ya con otros síntomas que se incorporaban a toda velocidad, como pérdida del olfato y del gusto y la respuesta fue: sospecha grave de covid. Me dijeron que tenían que comunicarse conmigo de Locatel, pero nunca me llamaron, no obtuve respuesta”.
Una tos seca la ataca constantemente durante la plática realizada por videollamada; pide no tomar fotos ni video, cuidar su nombre, no quiere enfrentar el estigma del contagio, y continúa:
“Tuve que buscar otros medios y hablé a un laboratorio privado. Me vinieron a hacer la prueba cerca del 20 de mayo. Resulto positiva y lo primero que dije fue ¡chin, ya me enfermé, tuve mucho miedo, qué me va a pasar, cómo es posible si no soy población de riesgo, soy menor de 30 años, no tengo sobre peso, no tengo enfermedades crónicas….no sé por qué fue….. Me di cuenta que estamos ante una ruleta rusa con esta pandemia”.
Su voz era débil: “Mi médico me dijo que tomara paracetamol y si me sentía más mal llamara al 911.
Comencé con las dosis del medicamento, pero llegaron otros síntomas: dolor de estómago, diarrea, fiebre, esto ya para finales de mayo y principios de junio, cada día el malestar era peor, insoportable…
“Pero yo seguía con el medicamento. Mi oxígeno nunca bajó de los 90, con eso sentía que podía seguir en mi casa y no ir al hospital, porque mi mayor miedo era que me intubaran, a ya no salir de ahí, creo que era la angustia de escuchar las noticias y todo eso”.
Y en esta incertidumbre, sentir también la indiferencia y la promesa oficial: “Me llamaron de Locatel y me dijeron que tenía que esperar un período de 14 días para ver si disminuían los síntomas y me estabilizaba. Fueron 20 días los que esperé y me hice la segunda prueba en laboratorio privado y volvió a dar positivo. ¿Cómo, si dicen que dura 14 días?.
“Otra vez de Locatel me dijeron que iban a estar en constante comunicación conmigo y me volvieron a llamar, me preguntaron cómo seguía, les dije que tenía pérdida de gusto y del olfato, tos seca; fuerte dolor de cabeza y de articulaciones. Me dijeron que siguiera en aislamiento y me volverían a llamar. Esa fue la última vez que me llamaron, casi para finalizar junio”.
En esos más de dos meses de aislamiento refiere: “los síntomas nunca se me han ido; no tengo ya dinero para hacer la prueba en un laboratorio particular.
Por fin las autoridades de Salud tomaron cartas en su caso y le hicieron por fin la prueba gratuita en su casa. Aún no le dan el resultado.
“Lo que quiero es saber si sigo con el virus o ya es otra cosa. Así llevo 70 días, hay veces que los síntomas van y vienen, a veces me siento mejor y otros días muy mal”, concluye la joven estudiante.