En la cima de la Sierra Madre Occidental, habita uno de los hombres más longevos de México y el mundo, Catarino De La Cruz, quien ha vivido 118 años y ya recibió su vacuna contra el coronavirus. El centenario hombre de origen wixárika, camina a paso lento pero firme, habla, y aunque su vista está nublada por las cataratas, disfruta sentarse en su silla de madera para apreciar el horizonte.
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Catarino nació el 20 de mayo de 1902 en Mezquitic, Jalisco. Habla pocas palabras en español, una de ellas es su edad. Cuando le preguntan por el número de años que ha vivido, menciona la edad que está próximo a cumplir y rezonga si alguien lo corrige. - ¿Cuántos años tiene Don Catarino? - 118 - contesta con tono tajante.
Los años se notan en su fisonomía, pero no tanto como uno podría esperar. Su cabeza aún tiene abundante cabello teñido de canas y en su cara algunas cuarteaduras en la mandíbula y las comisuras de los ojos. Aunque eso sí, los dientes al interior de su boca son contados.
El hombre porta orgulloso un traje típico hecho por su esposa e hija. Es de manta, color blanco. Con tejidos de pájaros naranjas y rojos en los bordes de las mangas y en el centro, a la altura del pecho, una mariposa rosa.
Pero Don Catarino no solo es una hazaña viviente por tener más de un siglo y gozar de buena salud, también porque hizo historia el pasado 16 de febrero, al convertirse en el segundo adulto mayor más longevo de México vacunado contra covid-19.
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Catarino, su esposa de 80 años Zenaida y dos de sus tres hijos, habitan en la comunidad de La Manga, perteneciente al municipio nayarita La Yesca. La pareja fue registrada para recibir la vacuna los primeros días de febrero y una semana después los inocularon con la primera dosis de AstraZeneca.
Candelaria es nuera de Catarino, vive a cinco casas de distancia y suele traducir de la lengua wixárika al español los pensamientos de su suegro. Ella menciona que el abuelo se jacta de no haber tenido ninguna reacción luego de la aplicación de la vacuna. “Cuando me la pusieron solo me dolió el brazo”, aclaró Catarino. “Se siente bien. Si él hubiera enfermado estuviera tirado, pero se siente bien con la vacuna que le pusieron”, parafraseó Candelaria.
La familia De La Cruz no dudó en aceptar que los adultos mayores fueran vacunados porque en caso de enfermar gravemente, conseguir atención médica es una odisea. En la pequeña comunidad solo hay un centro de salud que la mayor parte del tiempo no tiene médicos a cargo, ni medicinas.
Además, el poblado está en la cima de la Sierra Madre Occidental, a 185 kilómetros de Tepic. El acceso terrestre es complicado.... el camino no está pavimentado, hay piedras, baches y muchas curvas. Por las condiciones del terreno no se puede avanzar a más de 50 kilómetros por hora, así que el tiempo mínimo de trayecto de la capital a la comunidad es de cinco horas.
“Mucha gente se está quejando, no se están vacunando, pero si la gente no se vacuna ya es culpa de ellos porque a veces no tiene dinero uno para sacarlos afuera vale más vacunarse y aprovechar la medicina”, explicó Candelaria.
La familia no ha escuchado que alguno de los 243 habitantes de la comunidad haya enfermado de covid-19, sin embargo, mientras que el resto de la población es vacunada, Catarino pide a Dios todos los días para que la enfermedad no azote a La Manga.
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El hombre exclama unas palabras en su lengua mientras agita la mano derecha. Cuando termina de hablar, Candelaria traduce. “Él como tiene mucha fe, ora por toda la comunidad para que a ninguna persona le pegue eso. Está orando y dice que ellos sabrán si le dan su parte o no, pero está orando por ellos. Y esa enfermedad que está pegando allá no llegue igual acá con nosotros”.
La mayor parte del día Don Catarino está sentado en su silla de madera, a un costado de su casa de adobe y tejaban. Desde esa silla puede mirar a su hija y esposa hacer las tortillas que luego venderán entre los vecinos. El sonido de las diez gallinas se vuelve parte de la escena. Cuando se cansa de su aposento, se para y recorre a paso lento la siembra de maíz y frijol con la que subsiste la familia.
Si está aburrido y tiene suficiente energía, corta algo de maíz para luego regresar a su lugar de contemplación, donde casi siempre es acompañado por alguno de los siete perros que viven en el rancho.
Por el momento, Catarino no sabe cuándo recibirá la segunda dosis, mientras tanto, seguirá haciendo lo que más le gusta: caminar por el rancho, cortar maíz y mirar al horizonte.
MC