Ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer. Este día algo cambió. Las mujeres están rotas, todas. Pero frente a ello, la respuesta no fue quebrarse, sino más bien unirse como nunca, tomar las calles, esas que nunca han sido suyas.
Así fue. Desde hace unas semanas, distintos colectivos convocaron a una marcha que comenzó en el Monumento a la Revolución para culminar en el Zócalo de la Ciudad de México.
Y todas atendieron la cita. Los contingentes liderados por madres y familiares de víctimas de feminicidios comenzaron a concentrarse desde las 12 del día, y hacía la una y media de la tarde, la cifra ya se media en miles.
Esta vez, todo fue diferente. Las manifestantes dejaron de ser en su mayoría jóvenes. Esta vez, tres generaciones se unieron para cantar, bailar y exigir que les devuelvan una sola cosa: la dignidad.
Abuelas, madres, hijas, hermanas, niñas… parece ser que el domingo ninguna mujer se quedó en casa, algo les dijo que ya no era tiempo de callar. Desde las 2 de la tarde, hora marcada para el arranque de la manifestación, los grupos comenzaron a avanzar hacia Reforma, y posteriormente a avenida Juárez.
"Mujer, hermana, si te pega no te ama", “¡Somos malas, podemos ser peores, y al que no le guste, se jode, se jode!”. Sin excepción, todas cantaban consignas con una energía que no se desvaneció nunca. En algunos momentos, los contingentes paraban para reorganizar la marcha, sin embargo, así como los ánimos, la presencia de mujeres ya estaba completamente desbordada.
Hacia los costados, decenas de personas hablaban por celular para encontrarse con sus conocidas en un punto, pero era imposible: avenida Juárez se convirtió en una gran masa teñida de morado que desde Bellas Artes hacia atrás se visibilizaba interminable, tan infinita como las ganas de justicia por los miles de feminicidios impunes en este país.
Mientras tanto, por las bandas, tanto izquierdo como derecho, algunos hombres observaban la marcha, muchos de ellos con pancartas de apoyo a sus hijas, hermanas, madres y esposas. No se metieron, no lo intentaron. Pero les hicieron saber que no estaban solas desde donde pudieron.
Al llegar al Antimonumenta, muchas denunciaron sus casos de acoso ante el micrófono, otras más, amenizaron la caminata con himnos feministas como El Violador Eres Tú, y Canción sin miedo, y recordaron a numerosas víctimas, que hoy ya no están para contar su historia.
Miles continuaron avanzando por 5 de Mayo, donde algunos grupos dañaron comercios e hicieron pintas con los nombres de Ingrid, Fátima, Abril, Karla, acusando que todas ellas son mucho más que una cifra.
Algunas cuadras antes de llegar al Zócalo, el grito de “todas juntas” se hizo presente ante la aparición de petardos y la presencia de policías. El ambiente se tornó tenso por un momento, pero tras unos minutos, recordaron por qué estaban ahí, y que el miedo nunca más debía vencerlas. Entonces justo así, juntas, continuaron caminando y cantando hacia la recta final.
Para las 4 de la tarde, miles de mujeres ya ocupaban el primer cuadro de la ciudad, y los contingentes restantes no pararon de llegar por 5 de Mayo, por al menos una hora más. A pesar de eso, los ánimos no se apagaron, y nadie parecía cansada, un "mujer escucha, está es tu lucha" seguía retumbando en cada rincón de la marcha.
Distintos grupos tomaron dos tarimas, una frente a la catedral, y una más sobre Palacio Nacional. Desde esta última, madres de víctimas aseguraron que la indignación no les cabe en el cuerpo, que el patriarcado no se va a caer, sino que lo van a tirar.
Dolor y exigencia de justicia fue el común denominador, ante el pase de lista de las víctimas de violencia de género, un nudo en la garganta reinó en decenas de manifestantes, y más aún, en los familiares que gritaron sus nombres.
“No queremos pinches salarios rosas”, las mujeres también pidieron a activistas no lucrar con su dolor y se refirieron al presidente Andrés Manuel López Obrador al decir que no van a comprar “un boletito para una rifa que nos invisibiliza”.
Aquí el miedo se esfumó. El terrible sol fue el menor de los infiernos para al menos 80 mil mujeres que se cansaron de callar, de ver como las matan cada día, de darse cuenta que diez de ellas nunca más regresan a casa. Aquí las calles se llenaron con miles de pasos firmes que se cansaron de tener miedo.
Ocho de marzo fue, sin duda, el día en que tres generaciones de mujeres entendieron que el cambio es impostergable, que las nietas, como ellas mismas lo aseguraron en sus pancartas, no tienen por qué vivir lo que ellas soportaron. Es simple, y poderoso: con solo estar ahí, sabes perfectamente por qué tienes que luchar.
Mañana, en cambio, después de todo, solo habrá un gran silencio, unas calles vacías de mujeres y una ausencia lapidaria. Mañana la forma más efectiva de hacer visible la violencia es al parecer, hacerse invisible. Todas habrán desaparecido, y ese silencio será el YA BASTA más fuerte que jamás haya sonado, con la gran lección de que por supuesto, esto solo es el comienzo de todas las batallas que aún faltan por ganar.
RLO