De niño, el historiador poblano Fritz Glockner Corte soñaba con ser invisible, pero también jugaba a ser un doctor debido a las imágenes de su padre y abuelo, quienes abrazaron esa profesión.
A la par, fue aficionado a los juegos de mesa, la lectura y la lucha libre, por lo que llegó a admirar al Huracán Ramírez.
“Me parecía el más chingón arriba de Blue Demon y El Santo, a quienes también vi luchar en la Arena Puebla cuando iba junto con mi tío Fidel (...) Recuerdo haber comprado las revistas de luchadores, haber colgado en mi cuarto las máscaras y jugar a que era luchador”.
En esa época, su hogar se localizaba a una cuadra del asilo de ancianos de la colonia Gabriel Pastor, donde vivió una infancia feliz:
“Me encantaba salir con la pandilla de la cuadra a jugar futbolito, quemados, declaro la guerra en contra de, jugar canicas y a los cochecitos. Era una vida de colonia, en la calle, donde la madre salía a gritar ‘ya métanse’, y te valía madre y seguías correteando alrededor de los cuates”.
¿En qué momento llega la literatura?
“Siempre ha sido parte de mí. En cuarto de primaria escribía junto con mi compañero de escuela, Geovanny, quien también era muy lector. Un día dijimos ‘¿por qué no hacemos lo nuestro?’, por lo que hicimos como una zaga: Fritz y Geovanny en el Desierto, Fritz y Geovanny en la Selva. Según íbamos a hacer una veintena de aventuras y llegamos a una nada más”.
¿Cómo fue su formación académica para llegar a ser escritor?
“No me meto a Letras al salir de la preparatoria. Mi tío Julio Glockner me recomienda que me inscriba a Historia y creo que fue lo mejor que me pudo haber sucedido, porque me permitió desarrollar las técnicas de investigación que me han servido maravillosamente para escribir la ficción”.
¿La literatura le sirvió para reinventarse?
“No te reinventas con la literatura, interpretas. Te reinventas a través de la nostalgia. Salvo Se nos hizo tarde, donde hablo de la generación que me tocó vivir, que me tocó compartir y los símbolos de educación sentimental que nos marcaron, el resto de mis libros son de literatura, los de historia no, porque son otra cosa”.
¿Cómo es la lectura de un escritor?
“Leo por placer, no le busco la metafísica, ni los diálogos intrínsecos, ni la metaliteratura. Hay que leer para divertirse, hay que leer para sentir ese placer maravilloso”.
Para escribir Los Años Heridos entrevistó a guerrilleros y a un ex presidente ¿alguna vez sintió miedo?
“Me he dedicado tres décadas a investigar la mal llamada ‘guerra sucia’, la cual denomino ‘guerra de baja intensidad’. He entrevistado a ex torturadores, ex asesinos, ex policías y ex presidentes, a Luis Echeverría, quien es un ex torturador, ex asesino. Nunca sentí terror ni miedo. Por fortuna no he recibido amenazas ni censura (...) sí tuve la precaución de ser decente y negarme a acudir a la cita que tenía para entrevistar a Fernando Gutiérrez Barrios, pero no fue por miedo, sino porque no tenía las vísceras saneadas; supe que había estado presente o había torturado a mi padre (...) no así con Echeverría, con quien estuve casi cinco horas en su casa”.
¿Qué tanto le cambió la vida ser padre?
“No creía todo esto que te planteaban de que un hijo te cambia la vida. Decía ‘no es para tanto’. El 21 de diciembre de 2011 empecé a tragarme todas mis palabras, pero con un placer inimaginable. Todo lo que decía por no ser papá, con Frida me trago mis palabras. Claro que me cambió la vida y agradezco ser papá a los 50 años, porque ya tienes otra visión del mundo y la impartición y acompañamiento, así como educación sentimental que realizamos son padrísimos”.
¿Cuál libro le ha impactado?
“La literatura te impacta de forma de rebote en cada momento de tu vida. A los 19 años de edad, Pasto verde, de Parménides García Saldaña, me pareció mejor novela que La Tumba de José Agustín, pero no por competencia porque sí me había impactado La Tumba a los 15, pero a los 19 Pasto verde me conmovió más por el rumbo oscuro (...) Hasta el 93 creía que si empezabas un libro tenías que acabarlo, pero creo que si un libro no te está atrapando y no estás en el placer no tienes la obligación de leer algo que no te gusta “.
¿Cuántos libros tiene?
“No sé, tengo muchos, pero no soy un coleccionista de objetos, prefiero coleccionar recuerdos”.
Además de las huellas de las risas ¿qué otras hay en su memoria?
“Las huellas del dolor y las huellas convertidas en lágrimas, nada más, porque las huellas de las risas son las huellas de la alegría, no de la felicidad. Siempre he pensado que la felicidad es un término que se nos impone como para estar detrás de ella sin llegar nunca a alcanzarla y la alegría sí la sentimos cotidianamente”.
Alguna vez dijo que a los 8 años de edad su amor platónico fue Campanita, ¿ahora existe alguna amante o musa a la que usted quiera seguir?
“A mi esposa. Dije y he declarado que Campanita fue mi amor platónico cuando fui a Disneylandia, 6 meses antes de que mi padre se fuera de guerrillero y, posteriormente, en 1996, descubro a Nadia Comaneci y me convierto en el presidente del club de admiradores. Nadie lo sabía pero estaba perdidamente enamorado de ella, al grado de que le escribí a todos los medios de comunicación de entonces. No sé cuántas cartas fueron, 28 o 29, para que me mandaran la dirección de Nadia Comaneci. Nadie de mi familia lo sabía, era algo clandestino este amor platónico y de pronto me respondió El Heraldo: ‘Sentimos decirle que no tenemos esa información y aunque la tuviéramos no se la daríamos’; y luego a Jacobo Zabludovsky se le ocurre decir al aire: 'Le informamos al joven Fritz Glockner que no se la podemos dar’. ¡Chinga tu madre! Me balconeó a nivel nacional”.
mpl