Covid-19, en primera persona; parte dos

La noticias empeoran y ahora hay que conseguir oxígeno e irse despidiendo.

Una mujer carga un tanque de oxígeno en calles de la Ciudad de México. (Omar Franco)
Editorial Milenio
Ciudad de México /

4. La travesía del oxígeno

Muchos días antes de que empezara todo lo que todavía no ha terminado, antes de que el incontenible virus irrumpiera en tu familia, te asomaste al asunto de la escasez de oxígeno en Ciudad Chilango porque eres reportero. Por eso sabes que rentar un tanque es más difícil que conseguir la vacuna contra el coronavirus en el mercado negro. 

Por eso sabes que en Frontera 33, a la vuelta de tu calle, los tanques que antes costaban dos mil 500 pesos ahora se venden casi en 4 mil y, para conseguir uno hay que hacer una fila de cuatro a cinco horas. Son tanques que, depende la gravedad del enfermo, habrá que rellenar dos, tres veces al día y gastar, en cada refill, entre 200 y 400 pesos e invertir todo el día. 

Gabriel, el bolero del restaurante Covadonga que hace un par de semanas te encontraste en el parque, te contó que él desembolsó casi 20 mil pesos, entre el tanque, el refill y la renta de un concentrador. Por eso supiste que el oxígeno de los concentradores es infinito, salvo que exista una falla eléctrica, y que los más vendidos son los de 5 litros (con el que se garantiza el mínimo volumen por minuto que requiere un humano en reposo). Antes de la pandemia, su precio no superaba los diez mil pesos pero, como estamos en temporada de muertos, ahora se venden desde 20 mil y hasta 35 mil pesos. Los de 10 litros rondan los 70 mil pesos. La oferta y la demanda de la muerte.

Mientras unos vendedores te dicen que les transfieras la mitad del dinero y que te lo mandan mañana antes de que cante el gallo. Mientras otros te dicen que sus concentradores están varados en la aduana. Mientras hay quienes te dan la cuenta número 4169160473430990 de Bancoppel, a nombre de un tal Julio Camacho García, para que le deposites mil 500 pesos y él mismo (¡sí, cómo no!) te lleva el concentrador hasta la puerta de tu casa. Mientras en Infra te dejan esperando en la línea telefónica, y mientras buscas en Mercado Libre y en Amazon y en Alibaba. Mientras encuentras unos armatostes chinos por cuatro mil pesos que llegarían a mediados de febrero, un joven de la empresa Sonolife, con quien hablaste hace algunas semanas, te ofrece un concentrador de 5 litros. Entrega inmediata, a meses sin intereses y hasta con un descuento.

Por ese joven sabes que en su empresa empezaron a vender los concentradores en 15 mil pesos, después los subieron a 19 mil, en el verano regresaron al precio inicial “porque bajó la pandemia”, pero desde noviembre volvió a encarecerse el producto. “Mañana ya sube a 29 mil, aproveche la promoción”, te dice el joven y tú piensas que en su otra vida debió haber sido corredor de bolsa. Mientras negocias el precio, te mantienes a la espera de los laboratorios Olarte y Akle. Llamaste por la mañana para que te dieran los resultados de tu viejo y la misma doctora Munive, la que ya antes te había contestado, olvidó a prometerte lo que de nuevo no ha cumplido: que a la 1 de la tarde tengas los resultados en tu mail. “Estamos esperando a que salgan de las máquinas”, te dijo y tú te imaginaste a cientos de chatarras escupiendo a miles de infectados.

En esa espera, 'J' encuentra un hospital público a donde podrían realizarle a tu viejo un triage en el área covid-19. Pero tendrían que ir ya porque quedan dos o tres camas. Necesitan comunicarse con tu viejo para explicarle la situación. Le explican: el riesgo que corre si es que está contagiado, la lentitud para entregar los resultados, el rebase hospitalario y el esfuerzo que un amigo está haciendo para asegurar que lo valoren en el triage. Pero tu viejo les dice que tiene miedo de morirse en el hospital. Que allá sólo se va a estresar. Que qué tal si infecta. Que todavía no hay seguridad de que se haya contagiado. Que donde se encuentra lo tratan bien. Que él se siente fuerte. Que con el oxígeno la va a librar. Tú y tus hermanos, como la mayoría de los hijos, quisieran conectar a tu viejo a artefactos que lo mantuvieran con vida. Tu viejo, sin embargo, está consciente y lúcido, y no contempla en sus planes el hospitalizarse.

Digerir su voluntad viene acompañada del resultado de la PCR:

SARS-CoV-2: Detectado.

5. Fragmentos de una carta en proceso de escritura

"Pienso en todo ese tiempo en que no nos vimos, papá. Un tiempo donde teníamos tiempo para hablar pero no lo hicimos. Pienso en ese tiempo donde éramos otros, no sólo por la edad y por nuestras circunstancias, sino porque éramos bien machos. Qué bueno que la vida nos ha dado sus chingadazos. Porque, al igual que tú, yo también quise cambiar el mundo pero también me olvidé de que era yo el que antes necesitaba cambiar".
"Sé que no tenemos ninguna foto reciente donde estemos los cuatro juntos pero leí el otro día que hay gente y recuerdos que no necesitan de una foto para ser recordados".

6. “Sabemos que estamos lucrando”

Haces trato con el joven de Sonolife, pero como ya anocheció, te dice que sus oficinas en el World Trade Center abren hasta el lunes. Te ofrece que vayas a recoger el concentrador al City Express de Mundo E. “Te van a esperar en el lobby”. Si nunca le hubieras comprado hierba o mercancía a desconocidos, pensarías que vas directo a la ratonera.

En el lobby, te recibe un sinaloense que dice llamarse Juan. Mientras le transfieres el dinero, le dices que los precios de los concentradores están más vacilantes que las conferencias de Gatell. Entonces Juan desfunda su franqueza norteña: “Sabemos que estamos lucrando pero no nos sentimos mal, ¿y sabes por qué?: porque ustedes se están llevando un producto que salva vidas”.

Mientras te despides de tu compa el mercenario y le envías el concentrador a tu viejo, recibes la llamada de tu agente de seguros. Le escribiste días atrás, preguntándole qué hacer por si te contagias.

—Te comunicas al centro de atención de la aseguradora y ahí te canalizan.

¿Y si no hay camas en la ciudad?

—Te buscarían alguna, aunque fuera en otro estado.

¿Y si el paciente se muere durante el traslado?

—No, pues eso sí ya sería tener muy mala suerte, ¿no crees?

7. Fragmentos de una carta en proceso de escritura

"'C', tengo todo preparado: si zafamos de ésta, nos juntaremos los cuatro para darnos los abrazos que no nos hemos dado en meses, en años. Por ahora necesitamos calmarnos. Confiar en nuestro sistema inmune".
"¿Sabes? Al igual que tú, pienso que así ha debido ser para que suceda todo lo que nos está sucediendo".

8. Sin folio no hay hospitalización

El domingo 27, quince días después de que tu viejo se fracturó la cadera, despiertas con el mensaje del internista:

Urgente hospitalizar: Neumonía grave por SARS-CoV-2

El mensaje viene acompañado del ofrecimiento de buscarle una cama en un hospital privado. Si tuvieran más de medio millón de pesos, que es lo mínimo que van a gastarse, lo harían. “Lo vamos a llevar al IMSS”, le respondes. “Pues a ver si te lo reciben, porque ya no hay camas”.

Que reciban a un paciente covid en urgencias es más difícil que López Obrador se ponga el cubrebocas. La dificultad, sin embargo, empieza desde que buscas la ambulancia. En el 911 te dicen que van a enviarte una pero no te dicen para cuándo. En la Cruz Roja te dicen que marques al 911. En una empresa de ambulancias privadas les cobran 6 mil pesos y en otra pagarían casi 9 mil, ambas con un tiempo de espera de tres horas, como mínimo. En una de esas compañías, un hombre que habla muy fuerte, como si estuviera hablando desde el inframundo, te pregunta si ya tienes folio.

Y tener un folio significa un número que se consigue en el Centro Regulador de Urgencias Médicas (CRUM), una suerte de central informativa en la que, hasta donde le entendiste al paramédico, autoridades y personal médico reportan en tiempo real la disponibilidad de camas, tanto en hospitales públicos como privados. “Como ambulancia tenemos prioridad pero, como ahorita está todo lleno, sólo con folio hacemos el traslado”, te dice el hombre que habla fuerte, el que renta las ambulancias. “El folio asegura que tu paciente no se nos va a morir buscando dónde lo reciben”.

¿Y usted me puede conseguir ese folio? —le preguntas.

—Tu paciente ya está grande, no creo, la verdad.

Mientras investigas de qué otra forma obtienes el número, una mujer cuyo nombre no debes mencionar, una mujer que ha estado al pendiente de la salud de tu viejo desde los días en que se fracturó de la cadera, te tiende de nuevo la mano y sabe de dónde saca el folio. Ella no te sugiere que te despidas de tu viejo pero tú y tus hermanos saben que habrá que hacerlo.

9. La videollamada

Pantalla del celular partida en cuatro. Aquí estamos. Somos la misma sangre, la misma alma, viéndonos hacia las caras. 'J' y 'C' están desconcertados. Yo debo parecer uno de esos grabados cadavéricos de posada. Tú te miras sereno, nada que ver con el viejo asustado que vi minutos antes de la cirugía de cadera. A lo mejor es porque has visto a la muerte recientemente y ya sabes lo que está del otro lado. Nos dices que vas a estar bien, “primero Dios”, y que te alegra que te hayamos acompañado durante los días pasados. 

'J' y 'C' te dicen lo que tienen qué decirte. A mí se me olvida agradecerte las enseñanzas. Se me olvida contarte que te estoy escribiendo una carta. Se me olvida decirte que son varios los recuerdos que conservo de ti, como ese donde tienes 35 años, estás regresando a casa y bajo el brazo cargas el periódico Excélsior, donde trabajas en talleres, pero también nos traes algunos cómics de la desaparecida editorial Novaro. Se me olvida contarte que he vuelto a ir a las luchas para acordarme de cuando tú y mamá nos llevaban de niños a la Pista Arena Revolución. Se me olvida todo. Pero sé que al olvidarnos de todos esos malos ratos que nos llevaron a alejarnos, todos cerrábamos lo que nos faltaba por cerrar.

"We fight all the time, you and I, that’s alright, we’re the same soul".

FS

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