Toda su vida activista y defensor de los derechos humanos; hoy servidor público. Desde hace un par de años, Jesús Robles Maloof es el titular de la Coordinación General de Ciudadanización y Defensa de Víctimas de la Corrupción de la Secretaría de la Función Pública.
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Asiduo tuitero, gusta de comer en fondas y nadar en el mar de Cortés, además de preferir transportarse en bicicleta que en automóvil. Afirma que a pesar de haber nacido y vivido en la época del rock, en realidad lo suyo es la cumbia.
Aprovecha para presumir su paso por diversos deportes durante su juventud: campeón de natación en estilo mariposa y de ping-pong en la secundaria, defensa en la selección de soccer de la preparatoria estadunidense donde estudió y hasta pateador de futbol americano en Wisconsin.
Robles Maloof también tiene formación musical. En la infancia aprendió a tocar 10 instrumentos gracias a que su madre insistió en llevarlo a clases, situación a la que el activista años después sacaría provecho. Tocó por varios meses en la Línea 3 del Metro y dio clases de música en primarias durante más de 10 años hasta que el activismo lo ocupó de tiempo completo.
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Sin embargo, dejando a una lado dichos logros personales, el funcionario se sincera y acepta que fue una “complicada” y “dolorosa” experiencia el detonante para que decidiera convertirse en abogado y activista, camino que no ha sido fácil. Haber sido opositor le costó que atentaran contra su vida en más de una ocasión, además del asesinato de amigos y hasta el fin de su matrimonio.
¿Cómo fue tu infancia?
A pesar de los traumas, en realidad tuve una niñez muy feliz. Me enfoqué en la música. No aproveché de forma inexplicable la dedicación de mi madre por llevarnos a diferentes clases de música. Iba a las sesiones solo a escuchar, pero al final eso me permitió una formación que no solo me llevó a disfrutar de aprender y tocar 10 instrumentos, sino en la adolescencia a sacarle provecho económico.
Toqué por meses en la Línea 3 del Metro y posteriormente di clases de música en primarias por más de 10 años hasta que el activismo me ocupó de tiempo completo. Por cierto, por cantar en el transporte me detuvieron cinco veces.
¿Por qué tocabas en el Metro?
Para pagar todo aquello que estaba fuera del presupuesto familiar como conciertos y viajes, por eso se me ocurrió ir a vagonear con un cuate. Tenía 16 años y como sabía tocar y cantar, pues nos fuimos a esa línea que no se llenaba tanto, pero pronto vimos que los mismos vendedores nos echaban a la policía por no seguir reglas que ni conocíamos.
¿Qué música tocaban?
De todo, probábamos y lo que dejaba más lana lo tocábamos más, y lo chistoso es que eran las rancheras. Sí tocábamos rock, El Tri, por ejemplo, pues les gustaba a los chavos, pero a veces no tenían dinero. La verdad nos iba muy bien y por lo mismo los policías nos esperaban por la noche para detenernos, pero la verdad yo preferí dormir en el juzgado antes que darles dinero.
¿Y respecto a los deportes?
Pareciera que no por mi condición, pero siempre fui muy deportista. Era un buen defensa central, jugué soccer en una High School gringa y hasta me alcanzó para ser pateador de futbol americano en Wisconsin. Fui campeón de estilo mariposa en la secundaria y más tarde corrí 10 maratones. También gané un campeonato de pin-pong, soy excepcionalmente bueno en eso.
¿Le entras al baile?
Es algo que siempre he disfrutado. La fiesta me hizo descubrir algo que aún hoy disfruto mucho: la cultura popular. Como un ave rara, dedicaba mi tiempo libre en la universidad fresa de la Ibero a recorrer los barrios históricos de la ciudad, las pulcatas, las fondas y por supuesto las fiestas a media calle. A pesar de haber nacido y vivido en la época del rock, en realidad lo mío es la cumbia.
¿Qué haces en tu tiempo libre?
Tomo mis viejos libros del doctorado y los leo. Tengo como proyecto titularme de doctorado por mí mismo, acabar mis lecturas y quizá escribir algo, eso es reconfortante de hacer en el poco tiempo que tengo entre semana. El sábado y domingo se los dedico a mi hijo.
¿Sigues siendo activista?
Tuve que renunciar, porque no es compatible ser defensor de derechos humanos con estar en el gobierno. Tú defiendes derechos frente al gobierno, no hay de otra, por eso ya no soy defensor de derechos humanos sino servidor público; sin embargo, yo amaba ser defensor de derechos humanos, era mi motivo de vida.
Y mira, muchos de mis amigos del movimiento dejaron de llamar, los veo muy enojados con el gobierno y quizá eso afectó la relación, gente muy querida que además nos ubicaban como iguales. Para ellos, el papel de un activista siempre va a ser así, en contra, y quisiera decirles que la vida sigue y la vida también son las personas.
¿Qué estás leyendo?
Informe sobre Auschwitz de Leonardo de Benedetti y Primo Levi.