San Simón Ticumac es uno de esos pocos lugares del centro de la Ciudad de México que parece suspendido en el tiempo. Ubicado en la misma demarcación que los rascacielos World Trade Center y Mitikah, en sus callejuelas la fruta aún se vende sobre la banqueta, los ayateros ofertan desde zapatos viejos hasta libros raros, los muebles se compran al aire libre y las vecindades son bulliciosas, atrapadas entre ferreterías y tiendas de materias primas, donde dueños y clientes se saludan por el nombre y preguntan por sus hijos.
Dentro de la tremenda urbe, es una de las 56 colonias de la alcaldía Benito Juárez y, al mismo tiempo, uno de sus 10 pueblos originarios. Esa dualidad está a la vista. No tiene grandes malls, pero sí el famoso Mercado Portales. No hay restaurantes de lujo, pero existen Los Huaraches. No hay antros de moda, pero desde 1954 abre sus puertas el salón California Dancing Club que maravilló al cronista Armando Ramírez. Y sus dos habitantes más distinguidos han sido Doña Esthercita, que atendió la mercería La Orquídea, y su hijo Carlos Monsiváis, a quien amigos y vecinos todavía apodan El Monsi a 14 años de su muerte.
Tampoco hay torres de departamentos u oficinas de lujo. Los edificios son tan chatos que las copas de los árboles sirven como sombrillas y las casas tienen patios y jardines donde el día transcurre perezosamente. Y ahí está la particularidad de este pueblo originario: sus techos bajos, acorralados por las colonias altas, son la muestra de que es un territorio en resistencia contra los grandes desarrollos inmobiliarios.
Por eso sus vecinos dicen con orgullo que en San Simón Ticumac está la única casilla electoral que el Partido Acción Nacional (PAN) perdió en toda la alcaldía en las elecciones del 2 de junio de 2024, que se rindió ante sus enemigos políticos como un acto de protesta.
Si alguien observa el mapa de resultados electorales de la Ciudad de México y se concentra en la alcaldía Benito Juárez, observará que toda la demarcación está teñida de azul, el color del panismo. Aquí los blanquiazules no ganan; arrasan. O, mejor dicho, en casi toda la demarcación. Porque en el oriente hay un polígono pequeño que representa a la sección 4407. Y ese lunar es el único de color guinda, el pantone del oficialismo.
Son apenas seis calles las que dan forma a San Simón Ticumac: 5 de Febrero y Reforma y fragmentos de Calzada Santa Cruz, Balboa, Libertad y Calzada de Tlalpan, entre las estaciones Portales y Nativitas de la Línea 2 del Metro. Hay casas de empeño, tiendas de saldos, librerías cristianas, iglesias y farmacias de genéricos bajo y junto a casas y departamentos donde la lista nominal es de 722 personas, principalmente adultos mayores, quienes han resistido el empuje de la gentrificación y el desdén de ser la colonia más pobre de la alcaldía más rica de todo el país, que tiene un Índice de Desarrollo Humano de la ONU de 0.91, similar al de un pequeño país desarrollado en Europa.
En ese pequeño espacio Morena ganó con un triplete perfecto: Claudia Sheinbaum derrotó a Xóchitl Gálvez por la presidencia, Clara Brugada a Santiago Taboada por la jefatura de Gobierno de la capital y Leticia Varela a Luis Mendoza por la alcaldía. Una derrota excepcional para el PAN, que gobierna la demarcación desde el año 2000.
“Somos los pobretones, los jodidos de la Benito Juárez”, dice Jesús Grande Arau, de 71 años, vecino de San Simón Ticumac. “Pero como me dijo un ministerio público: también somos unos pinches indios muy resistentes”.
Lo sabe por experiencia propia. Ansiedad, depresión, presión alta, diabetes. Todo eso sufre Jesús Grande y responsabiliza a lo que los vecinos llaman el Cártel Inmobiliario, el mote para una presunta agrupación criminal integrada por jóvenes panistas que se habrían enquistado en la alcaldía para hacerse ricos emitiendo permisos para construir nuevos edificios, a pesar de afectar la calidad de vida de sus gobernados.
En 2005 comenzó la pesadilla de Jesús: su casa ubicada en la Tercera Privada de la Luz registró graves afectaciones cuando el predio contiguo fue vendido a una inmobiliaria que violó el Plan Parcial de Desarrollo del pueblo originario y comenzó la construcción de un edificio de siete pisos donde había una casa unifamiliar. El baño se llenó de humedad, las recámaras de salitre, el piso de la sala se desniveló y las paredes se quebraron.
Jesús supo entonces que venía una larga y ardua batalla. Conocía bien a sus enemigos: esas constructoras ya habían afectado la iglesia del pueblo, demolido la editorial Editormex que publicó las tiras cómicas de Viruta y Capulina e, incluso, destruyeron vestigios indígenas hallados en la calle Antonio Rodríguez. Todo para hacer departamentos supuestamente de lujo, pero de menos de 80 metros cuadrados a precios millonarios.
Lo que no sabía: defender la casa donde nació, y su pueblo, casi le costaría la vida.
“Un pueblo de lucha, acá topan con pared”
Sentado en la sala de su casa, Jesús Grande muestra con orgullo un diploma que le expidió un grupo de alumnos de la Facultad de Economía de la UNAM. El reconocimiento es por impartir la conferencia “Depredación y violencia de las inmobiliarias: el caso del pueblo originario de San Simón Ticumac”. Lo sostiene, orgulloso, como una victoria pírrica. Si los indígenas de su pueblo fueron determinantes en la Batalla de Churubusco de 1847 contra la invasión estadounidense, él y sus vecinos serán ejemplo de su propia lucha.
Su viaje al activismo comenzó cuando quiso obligar a la constructora Casamía a que le pagara los daños en su propiedad. Pedía, apenas, 50 mil pesos de indemnización. Pero en las oficinas del Juez 39 de Paz Penal, en lugar de un cheque recibió una amenaza de muerte por parte del Director Responsable de Obra, Salvador Cruz, quien dijo tener la protección de los panistas benitojuarenses: “Si le sigues, te voy a romper la madre y te vas a morir con toda tu familia”, le dijo, según su recuerdo.
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Pero Jesús Grande, como su apellido, no se achicó. Su esposa y su hija Elizabeth endurecieron su postura e hicieron denuncias por toda la Ciudad de México: ante el Gobierno de la Ciudad de México, la Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, la fiscalía capitalina. Incluso, demandaron penalmente al exjefe delegacional Christian Von Roehrich, hoy preso en el Reclusorio Norte por el delito de ejercicio ilegal del servicio público. Las carpetas de investigación FBJ/BJ-4/T2/924/10-09 y FBJ/BJ-3/T1/1656/10-06 aún esperan sentencia.
Recibió amenazas de policías. Llamadas extrañas a su teléfono. Amagos de ser detenido con cargos inventados, debió instalar cámaras de vigilancia en su fachada ante los rondines de personas armadas.
En su lucha supo, al menos, de 10 casas adicionales con daños. Y que los departamentos nuevos tenían “vicios ocultos”. La mayoría de los afectados eran propietarios con más de 70 años, a veces parejas sin hijos, a quienes se les dificultaba una lucha legal contra grandes empresas. Jesús decidió pelear también por sus vecinos. Muchos de ellos, cuenta su hija Elizabeth, cuando pedían ayuda en la alcaldía, funcionarios corruptos les recomendaban mejor vender. Luego pedían una “cuota” por predio conseguido a las inmobiliarias.
“Yo tengo una grabación de Von Roerich ofreciendo 20 mil pesos de arreglo: ¡20 mil pesos!”, dice, sorprendida. “Pero nosotros somos un pueblo de lucha. Acá topan con pared”.
El barrio de Carlos Monsiváis
La sección 4407 es un pedazo de resistencia en el territorio más panista de todo el país. No hay edificios altos ni construcciones nuevas, salvo el edificio de número 1263, en Calzada de Tlalpan, que se remodeló junto a una sexshop por la Comisión para la Reconstrucción tras el terremoto de 2017. Tampoco plazas comerciales nuevas que acaparan las plantas de luz ni gimnasios de lujo con albercas que succionan el agua de las casas. Es un rincón de rebeldía contra el avance de la voracidad de las constructoras. Un polígono “libre del Cártel Inmobiliario”, dice, orondo, Jesús Grande, nacido y crecido en el pueblo desde 1953.
Benito Márquez, comerciante en el Mercado Portales, asegura que los panistas fueron engañados: creían que ganarían la sección porque tenían muchas mantas en las fachadas de las casas, pero esos vecinos que aceptaron su dinero votaron finalmente por Morena. Tiene una sonrisa socarrona mientras posa junto a un volante amarillento pegado en la tienda La Nueva Alpina, que dice: “Este 2 de junio no tendremos servicio para hacernos escuchar. Sal y vota que tu voz se escuche”.
La guerra de pendones en CdMx
Josefina Domínguez, vecina de la calle Libertad, coincide: hubo un voto silencioso y de castigo contra quienes han lucrado con los espacios públicos. La gente, dice, se organizó en casas, pasillos del mercado y hasta en iglesias para simular que se unirían a la ola azul que arrasó con la alcaldía, pero que no se pudo infiltrar en esas seis calles.
“Agrégale que aquí somos muchos adultos mayores y que la pensión ‘de los viejitos’ nos ayuda mucho”, insiste Perla Cuevas, de la calle 5 de Febrero, y señala la única casa que aún conserva un manta partidista colgada en la ventana: la de la morenista Varela frente a un poste de luz, donde sigue pegada la sonrisa de Claudia Sheinbaum y solo queda una nariz roja que alguien pintó a un afiche de Santiago Taboada. “Acá somos pueblo, pueblo, pueblo”.
Y Jesús Grande sigue en resistencia. Con sus propios recursos ha mantenido en pie su casa, en espera de que un día la justicia llegue. La humedad aún trepa por sus paredes y el piso sigue desnivelado, pero son las cicatrices de una batalla que continúa. No va a ceder, promete, hasta que muera en su querido pueblo.
San Simón Ticumac espera ser ejemplo de resistencia para los otros nueve pueblos originarios de la Benito Juárez —Actipan, La Piedad, Mixcoac, San Juan Malinaltongo, San Lorenzo Xochimanca,San Sebastián Xoco, Santa Cruz Tlacoquemécatl, Santa Cruz Atoyac y Santa María Nativitas Tepetlaltzinco—. Ser dignos de su pasado combativo y portar con orgullo el mote de indígenas en una alcaldía de rascacielos, bares, lofts, boutiques y hotspots instagrameables conseguidos con el dolor ajeno y desplazando familias. Contra el PAN, pero también contra Morena, si los traicionan.
La sección 4407 en el código postal 03660 de la Ciudad de México, el barrio de Carlos Monsiváis que le arrebató al PAN el carro completo en la Benito Juárez.
Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.
GSC/ASG.