Luego del éxito de ‘Bella’, Eduardo Verástegui comenzó un viaje sin frenos hacia la radicalización de su discurso religioso, que en los años siguientes le daría más dinero y fama que la que tuvo a sus veintitantos años. Aquella película enarbolaba una narrativa contra el aborto, una de sus principales banderas de lucha.
Desde aquel 2006 ha hecho siete películas de corte religioso y en la mayoría eligió el papel del representante de Dios en la Tierra. En la cinta ‘Cristiada’ interpretó al beato Anacleto González y en ‘Hijo de Dios’ ni más ni menos que a Jesucristo. En su afán por parecerse a sus personajes, Verástegui los interpreta —según sus valores— en su vida cotidiana. No es raro verlo en protestas contra clínicas que practican abortos.
En ‘Little Boy’ actuó como el Padre Crispín; en ‘El Beso de Dios’ hizo la voz de… Dios. Y en películas donde fue productor como ‘Unplanned’, ‘Crescendo’ y ‘La otra parte: la historia no contada del narco’ recurrió siempre a su obsesión: la cruzada contra la interrupción del aborto y el temor a Dios.
Cada película lo acercó más y más al círculo de republicanos extremos: los cristianos, los evangélicos, los presbiterianos que, aunque distintos, saben agruparse bajo un mismo membrete cuando se sienten amenazados por la “izquierda radical”, “la cultura woke” o “la tiranía de lo políticamente correcto” y, desde luego, “el lobbying (cabildeo) gay”.
Hoy, la carrera política de Verástegui cuenta con el apoyo financiero de miembros de poderosos organismos estadunidenses como la Asociación Nacional del Rifle, la Conferencia de Acción Política Conservadora, el Tea Party y hasta conspiranoicos como QAnon que creen que el ex presidente Barack Obama, la ex canciller Hillary Clinton y el filántropo George Soros protegen a una supuesta red internacional de tráfico de menores.
Sus seguidores se movilizan con polémicos post como el de este lunes 9 de octubre: Verástegui dispara un rifle de asalto—prohibido en México para los civiles— contra dianas de papel que simulan a un ser humano. “Miren lo que le vamos a hacer a los terroristas de la agenda 2030, del cambio climático y de la ideología de género. Los leo”, tecleó.
Su apoyo público más decidido es el de Donald Trump, quien ha dicho que Verástegui sería un gran presidente de México. Aunque tienen religiones distintas —el estadounidense es presbiteriano y el mexicano, católico— a ambos los une la santísima trinidad de la ultraderecha: no al aborto, no al matrimonio igualitario y no a las vacunas.
Otras posturas los hermanan: el gusto por las fronteras cerradas, la oposición a las infancias trans y la teoría conspirativa de que una élite de pedófilos se apoderó de su país y que sólo un ‘outsider’ como presidente es capaz de devolver la decencia a sus naciones.
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La familia
Eduardo Verástegui, en la sala de la casa familiar en Xicoténcatl, Tamaulipas, rodeada de campos de caña de azúcar, se sentó frente a sus padres para aclarar la razón de su taciturno comportamiento en los últimos días. Con un rosario en la mano —como suele hacer en la intimidad cuando enfrenta un dilema— confesó a don José Jesús y doña Alicia que un grupo de amigos le habían pedido que aceptara una candidatura presidencial.
“No tienes nada que hacer en política”, respondió su papá, conocido en su comunidad por ser uno de los primeros agricultores locales en exportar alimentos a Estados Unidos, y quien falleció a fines de julio de 2022. “Te está yendo muy bien así como vas, ¿para qué?”, secundó su madre.
Era el verano de 2015. El presidente Enrique Peña Nieto trompicaba hacia los sótanos de la popularidad y el líder opositor Andrés Manuel López Obrador lucía como un fenómeno imparable hacia la Presidencia de la República. No había espacio para otro favorito en las encuestas. Y las aspiraciones presidenciales de Donald Trump, quien se convertiría en el tutor político del actor mexicano, eran vistas en ese entonces como un mal chiste.
Verástegui, acostumbrado a ir desde los 18 años contra los deseos de su familia, aquel día se sometió y admitió que su instinto le decía que declinara la invitación.
Ocho años después la escena se repitió, pero con un final diferente. Verástegui, otra vez rosario en mano, llamó a sus padres y les dijo que su instinto y sus circunstancias habían cambiado. Esta vez no les pedía una opinión, sino que explicaba una decisión:
“Voy a ser el presidente de México y quiero su bendición”.
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La ‘miss’ Jazmín
Cuando alguien le pregunta a Eduardo Verástegui qué cambió para que transformara su vida de actor telenovelesco y modelo semidesnudo a productor católico y político ultraconservador, la respuesta es la maestra Jazmín, una teacher que enseñaba a latinos aspirantes a celebridades en Hollywood a disimular su acento nativo para conseguir trabajo.
El método de enseñanza de ‘miss’ Jazmín consistía en hacer preguntas profundas a sus alumnos —¿quién eres?, ¿a qué viniste al mundo?, ¿cuál es tu misión?— para soltarles la lengua. Aquellos cuestionamientos tuvieron un profundo efecto en Verástegui, de 28 años, quien a pesar de la fama sentía una insatisfacción apretada dentro de sí.
Como resultado de esa introspección, el actor que ya llevaba cuatro exitosas telenovelas al hilo —‘Soñadoras’ entre las más vistas— decidió que no aceptaría papeles que contravinieran sus valores guadalupanos o retrataran a los migrantes como ladrones, narcotraficantes, flojos o violadores (exactamente como los estereotipó su amigo Donald Trump años más tarde).
El filtro de sus convicciones lo dejó sin trabajo. Rechazó tantos roles que nadie lo llamaba a castings y el dinero escaseó rápidamente, así que montó su propia productora de cine para autoemplearse, pero el financiamiento tampoco llegó. Para dar vida artificial a su sueño vendió hasta las obras de arte de sus abuelos para pagar la renta de un local en Los Ángeles.
A punto de quebrar, ocurrió algo inesperado. Cualquiera lo llamaría “un golpe de suerte”, pero él, con una voz que adquiere un tono de sermón de iglesia, lo califica como “milagro”. Unos amigos lo invitaron en noviembre de 2004 a conocer al Papa Juan Pablo II en Roma, Italia, y después de ser bendecido y de regreso en Estados Unidos recibió una oferta de tres millones de dólares para hacer su primera película por parte de un inversionista al que ni siquiera conocía.
‘Bella’, dirigida por Alejandro Gómez Monteverde, es pedagogía pura: la cinta cuenta la historia de una mesera convencida por su jefe —interpretado por Verástegui— de no abortar y cuya vida miserable mejora hasta que se convierte en madre.
A pesar de estar llena de giros improbables y clichés, el largometraje ganó el Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Toronto 2006 y cosechó media docena de premios más. Para sorpresa de todos, recaudó 7.6 millones de dólares y puso al mexicano en la mira de los ultraconservadores de Hollywood.
“La película ha salvado a 5 mil bebés de ser abortados”, ha presumido Verástegui en distintas entrevistas sin detallar cómo ha llegado a ese número. Lo que sí explica es que, a partir de entonces, su vida cambió. El hombre que falló en su intento de ser sacerdote halló su nueva vocación.
El cine militante de derecha sería la llave para abrirse paso en el resto de sus proyectos, incluido su anhelo presidencial.
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Tamaulipeco, conservador y creyente
Eduardo Verástegui nació hace 49 años en una de las entidades más conservadoras de México: Tamaulipas, donde el aborto voluntario todavía es penalizado con cinco años de prisión y cuyo Congreso local fue —a regañadientes— el último en legalizar el matrimonio igualitario, pero sin adopción homoparental.
En la región huasteca del estado está Xicoténcatl, un municipio cañero donde creció con abuelos pintores y músicos y padres acomodados. En esa localidad, el apellido Verástegui es de alcurnia, tanta que su ex vecino y familiar lejano César Augusto Verástegui Ostos, ‘El Truko’, se quedó a 89 mil votos de convertirse en el más reciente gobernador tamaulipeco al perder contra el hoy mandatario morenista Américo Villarreal.
La infancia de Verástegui fue muy distinta a la de sus vecinos: casa grande, comidas seguras, estudios garantizados. Sus dos hermanas, Daniela y Alejandra, iban a ser abortadas por una complicación médica, pero gracias a la posición económica de su familia los nacimientos llegaron a buen término bajo supervisión de médicos privados. Ese privilegio era inusual en Xicoténcatl, donde en los años ochenta el 84 por ciento de la gente vivía en pobreza.
Por ejemplo, a los 14 años, a Verástegui se le regaló una oportunidad única en Xicoténcatl y fue enviado por sus padres a Oklahoma a perfeccionar su inglés, pero se rompió un brazo y volvió pronto a México. Ese accidente provocó que nunca perdiera su acento latino y buscara años más tarde a ‘miss’ Jazmín.
En Xicoténcatl lo recuerdan como un joven privilegiado, impaciente y testarudo, adjetivos que lo siguen hasta hoy. A los 18 años suspendió sus estudios de Derecho en Tampico y, contra los deseos de sus padres, viajó a Ciudad de México a perseguir su sueño de ser famoso.
De nuevo, la burbuja invisible que le construyó su familia lo salvó: pagaron su renta en la capital y su tío Ricardo Peliter le consiguió un lugar en el Centro de Educación Artística (CEA) de Televisa, a donde van los hijos rubios y las novias famélicas de políticos, celebridades y deportistas a convertirse en las siguientes estrellas de la pantalla chica.
Verástegui triunfó gracias a sus conexiones familiares y su aspecto físico: sin ser un gran bailarín formó parte de la banda Kairo; sin ser un gran actor hizo cuatro telenovelas; sin ser un gran cantante fue apadrinado por el manager de Enrique Iglesias —acostumbrado a trabajar con juniors de poco alcance vocal— y lanzó su primer disco que fue un fracaso en ventas; y sin saber bailar flamenco, una agencia de casting lo eligió como el compañero de baile de Jennifer López en un videoclip.
El tamaulipeco al que todo se le había dado en bandeja de oro crecía en fama, fortuna y reconocimiento. Tenía alcohol, drogas y mujeres al alcance. Hollywood era la siguiente parada, así que debía prepararse para hablar inglés fluido y, como nativo, debía tomar clases de pronunciación.
Ya en clases, al responder las preguntas profundas de su maestra, se sintió vació, descubrió que no era feliz y dio a su vida un giro de 180 grados que sorprendió hasta a su familia.
Eduardo, el catequista famoso
Conversar con Eduardo Verástegui es entrar, por voluntad o a la fuerza, al catecismo. Si la conversación se alarga más de 10 minutos, el ahora productor de cine citará en algún momento un versículo de la Biblia. O una frase de la Madre Teresa de Calcuta. O al Papa Juan Pablo II. O rezará por el alma de su interlocutor, sea religioso o no.
En los últimos años ha sumado a su repertorio de pensadores predilectos a un inesperado personaje: Donald Trump, su mentor político, quien desea que Eduardo Verástegui sea presidente de México.
“Probable presidente”, le llamó Donald Trump en julio pasado al mexicano, a quien llegó a pensar a invitar a su gabinete cuando era el 45º presidente de Estados Unidos, pero al final la nacionalidad del tamaulipeco le cerró las puertas de la Casa Blanca.
Ambos son tajantes en sus posturas más controversiales: el republicano ha calificado de “buenas personas” a neonazis y Verástegui sostiene que la homosexualidad lleva irremediablemente a la pedofilia. Trump cree que Dios lo eligió presidente y Verástegui se siente tocado por un poder divino para evitar que México se vuelva Sodoma y Gomorra.
Para sus seguidores, Verástegui es un líder moral, un enviado celestial y la única opción presidencial real para los católicos duros que no ven en la morenista Claudia Sheinbuam ni la opositora Xóchitl Gálvez a alguien que les represente.
Para sus detractores es un improvisado esparcidor de discursos de odio disfrazado de amor al prójimo, un fanático homofóbico, transfóbico y misógino cuyas ideas trasnochadas no caben en el mundo de la era #MeToo y la nueva ola feminista.
Poco queda del Verástegui que en su juventud bebía alcohol como náufrago, tenía sexo con decenas de mujeres en una semana y se quitaba la ropa ante la primera provocación de las cámaras. Lo único que queda de ese pasado es su terca personalidad: aunque le han dicho que no tiene probabilidades de triunfo, el 7 de septiembre pasado se registró como candidato independiente a la Presidencia de México.
La evidencia científica —matemática— dice que es casi imposible que imite la victoria en las urnas de ‘outsiders’ como Trump en Estados Unidos y de Zelensky en Ucrania, o que se integre a un nuevo eje de mandatarios de ultraderecha en América Latina como sus amigos Nayib Bukele en El Salvador o el favorito para presidente argentino, Javier Milei.
Pero, ¿quién necesita datos, cuando todo lo que se necesita es fe?
Conexión yanqui
En México, uno de sus promotores es el tercer hombre más rico del país, y cercano al presidente Andrés Manuel López Obrador, el magnate de medios Ricardo Salinas Pliego, otro cruzado en la batalla a favor del ultraliberalismo.
El éxito de su última película ‘Sound of Freedom’ (Sonidos de libertad) lo catapultó a nivel internacional: la ficción inspirada en la lucha contra la trata de personas de Timothy Ballard, un ex agente especial del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos y fundador de Operation Underground Railroad, hace pensar entre sus animadores que es una especie de Rey Midas capaz de lograr hasta lo imposible por su conexión gloriosa.
Sin embargo, hay reglas terrenales que deberá cumplir para llegar a la boleta presidencial de 2024 y que ponen en duda su elegibilidad, por ejemplo, ¿es cierto que desde 2015 reside legalmente en México?, ¿votó o no en 2016 por Donald Trump y con ello anuló la posibilidad de tener una credencial para votar expedida por el INE?, ¿tiene doble ciudadanía, lo que invalidará su postulación, según el artículo 82 de la Carta Magna?
Y, si acaso cumpliera con esos requisitos, ¿tiene Verástegui la capacidad de reunir más de 960 mil firmas en apoyo a su nominación en, al menos, 17 estados del país para competir contra políticos profesionales?
Él cree que sí. Que caminará por el valle de la sombra de las elecciones y no temerá mal alguno. Que los votantes ungirán su cabeza frente a sus angustiadores y lo harán presidente. Que Dios lo hará su pastor en México y nada le faltará.
El sueño que imaginó esta tarde en la casa familiar de Xicoténcatl, Tamaulipas, lo siente tan cerca como su rosario en la mano: un despacho presidencial con la bandera de México de un lado y un estandarte de la Virgen de Guadalupe en el otro.
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