Xóchitl Gálvez tiene un gesto que repite únicamente cuando está en un templete: toma su mano derecha y la coloca sobre su pecho, cierra los ojos y asiente mientras sonríe.
Es un ademán que no hace en la calle y que sus hijos Juan Pablo y Diana conocen bien desde que eran niños, cuando su madre los veía a distancia en algún evento escolar o deportivo. Es la manera en que la ingeniera de 61 años dice, sin vocalizar, “aquí estoy”. Su modo de calmar a los ansiosos.
- Te recomendamos Xóchitl Gálvez 'destapa' a Mauricio Vila para su gabinete si gana la elección 2024 Elecciones
La senadora con licencia hace ese gesto que también conoce su hermana Eréndira cuando un empresario vocifera en un evento con desarrolladores inmobiliarios en un lujoso hotel en Santa Fe:
“¡Sálvanos, Xóchitl!”. “¡No nos abandones!”, grita una activista trans en un encuentro con la diversidad sexual y la ex jefa de Miguel Hidalgo insiste en el movimiento. “¡Eres nuestra última esperanza!”, se desgañita una mujer en el Zócalo y la hidalguense vuelve a ese gesto desde el escenario que da frente al movimiento Marea Rosa.
“Yo creo que es un ademán muy maternal”, me dice Mariana, una joven de 20 años, que trabaja en la campaña como voluntaria y que votará por primera vez este año. “Quiere decir que ella va a cuidar al país como se cuida a los hijos. Tiene esa vibra, ¿no?”.
—¿Por eso es que los simpatizantes de Xóchitl Gálvez la tratan diferente al resto de las candidaturas?—, le pregunto.
A la morenista Claudia Sheinbaum, sus seguidores la aprietan la cara, le estrujan el cuerpo, la jalonean para pedirle una foto.
Al emeecista Jorge Álvarez Máynez, los más jóvenes lo oprimen, lo palmean, chocan los puños. Pero a Xóchitl Gálvez, quien también convoca multitudes, se le trata distinto. Hay una diferencia sutil en el contacto que me confirma Manuel Gómez Morín Martínez, nieto del fundador del PAN.
Sus simpatizantes son feroces para abrirse paso entre la gente, para tocarla, pero sin agitarla; son apasionados, pero la besan sin chocar cabezas; la buscan para tomarse selfies, pero lo hacen con una sana distancia obligada por vallas y un riguroso aparato de seguridad.
“¡Abrázame, ya me toca!”, le grita un chico que apenas roza el hombro de la candidata presidencial. “¡Cuídate mucho!”, secunda alguien que mide sus movimientos para no enredarse con unos pesados aretes que hacen juego con un huipil rosa. “¡Ustedes me cuidan un chingo!”, responde ella. Al igual que su gesto perfeccionado a lo largo de la campaña, a la distancia le levantan el pulgar en el día 79 de la carrera por la Presidencia de México.
Daniel, otro voluntario en la campaña, dice que la gente ha aprendido a demostrarle un amor efusivo, pero sin jaloneos ni pisotones. Es deliberado.
“No queremos que algo le pase. No podemos arriesgarnos a un mal golpe, una caída. Ella es la única que va a salvar al país cuando sea la primera presidenta”, acota.
Releo mis notas en la libreta que me acompañó durante cinco días observando el comportamiento de la candidata presidencial y las comparo con los videos de la campaña Fuerza y Corazón por México en redes sociales.
Ahí está la diferencia del trato: a Xóchitl Gálvez la tratan como el recipiente de una delicada esperanza de miles para acabar con el obradorismo y lo que ellos llaman “la destrucción de México”.
Una versión femenina de Teseo a la que hay que cuidar a toda costa para que esté en condiciones de vencer a un Minotauro guinda que, aseguran sus simpatizantes, tiene la fuerza del gobierno federal.
Sin embargo, Xóchitl Gálvez no es frágil. Al contrario. Quienes han trabajado con ella desde su paso por la administración capitalina y luego en el Senado la describen como una peleadora nata. Y en la política, que es un oficio de contacto, es tan importante tener una buena defensa como un buen contraataque.
En privado, su equipo resalta su disposición a ser más temida que querida. Desde las 05:00 horas es un torbellino de demandas y peticiones. Si su plantilla cumple, sonríe y apapacha; si no, se instala en un mutismo furioso que a todos incomoda. Es incansable, persuasiva, controladora y, según sus colaboradores, le sobra confianza y le falta modestia para conceder que no es experta en todos los temas.
A medida que la campaña se termina, sus manías emergen. Le encanta tener el control sobre su agenda, palomear a quienes estarán junto a ella en el templete, reescribir sus discursos y, cuando es posible, saber con antelación las preguntas del público. No necesariamente en ese orden.
Odia quedar en medio de las grillas de liderazgos del PRI, PAN y PRD, perderse en el tráfico, que duden de su capacidad para tener una opinión formada en cualquier problema o que hablen por ella sin autorización. Tampoco necesariamente en ese orden.
Pero en público, Xóchitl Gálvez no es esa jefa exigente que aplica la ley del hielo cuando algo sale mal, ni esa política que aprendió a tener la guardia arriba, desde que en el 2000 fue sacada de la iniciativa privada por Vicente Fox y llevada a la administración pública, donde le auguraban un paso fugaz por su estilo relajado y malhablado en un ambiente de hombres solemnes.
Encuestan están en la calles
En las multitudes, se muestra afable y sencilla. Relajada, como si el camino a la victoria fuera inminente y no estuviera en segundo lugar en la mayoría de las encuestas y hasta 20 puntos abajo. Como si la casa de apuestas no deportivas más popular del mundo, Polymarket, no pagara 733% el valor de cada peso apostado, si llega a dar una improbable vuelta y ganar su pase a la historia de México.
Camina sonriente por los pasillos que la llevan a grandes tarimas y se deja querer por todos aquellos que la protegen como un inesperado tesoro nacional. La lideresa que nadie veía venir hace apenas un año.
Para todos tiene una faceta, aunque se contradigan entre ellas: la indígena, la funcionaria, la ambientalista, la ciudadana, la priista, la empresaria tecnológica, la panista, la marxista, la perredista, la guadalupana, la aliada de la diversidad sexual.
“Xóchitl, haz algo con las personas que nos corren de nuestras casas”, pide una chica que se acerca hasta la candidata presidencial en un evento en el World Trade Center. Es una imagen extraña de ver, pues la seguidora porta un banderín del PRD y se abre paso entre compañeros de campaña con pulseras priistas hasta ponerse frente a una senadora con licencia de la bancada panista.
“A mí me corrieron de casa por ser lesbiana, eso debe estar penado por la ley”.
La política hidalguense la abraza de inmediato. Es un apretón distinto al que ha ofrecido a otras personas. No de alegría, sino de consuelo. Después, Xóchitl Gálvez le toca la cara y la mira a los ojos.
“Ninguna madre debería correr a sus hijos por su ‘preferencia’ sexual”, le suelta. En un país donde una de cada cuatro personas creen que la Presidencia de México es un trabajo exclusivo de hombres –según una encuesta de 2023 elaborada por Consulta Mitofsky– muchos aún exigen tener “cualidades maternas” para ganar una elección federal siendo mujer.
“Xóchitl está convencida de que tiene posibilidades reales de ganar. No es un discurso, es una certeza que viene de cómo es tratada por la gente, incluso de sectores que uno no imaginaría”, asegura Consuelo Sáizar, testigo de la escena, ex presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y su asesora. “Lo acabas de ver: la gente la mira con esperanza. Esa es nuestra encuesta”.
Xóchitl Gálvez tiene otro gesto particular. Ese no aparece en el templete y sí en la calle. Cuando abraza a alguien que estima mucho, rodea y pone su mano derecha sobre su muñeca izquierda.
Es su manera de sostener. Quienes la quieren dicen que así se alimenta de la energía de la gente para arribar a un impensado triunfo; los que no, dicen que ha comenzado a recolectar abrazos que la reconforten en la noche en que se le esfume la esperanza de entrar al exclusivo club de las Comandantas Supremas de las Fuerzas Armadas en el mundo.
“¡Hey, no la jales, cuidado!”, grita alguien en el Zócalo cuando una mujer que ondea una bandera blanquiazul se excede en entusiasmo y zarandea a la candidata presidencial. “¡Cuídenla, no tenemos dos como ella!”, dice alguien, mientras Xóchitl abandona el Centro Histórico para dirigirse en su Toyota Sequoia a su cuarto de guerra y prepararse para el tercer y último debate.
Una estampa quedará de ese día en sus redes sociales: Xóchitl Gálvez abrazando a su hija desde un balcón que da a un Zócalo repleto y coronado por la bandera nacional. La imagen es acompañada por 55 palabras elegidas cuidadosamente para combinar su faceta de eventual mandataria y madre:
“Lo más importante que tengo en la vida es el amor a mis hijos (...) Eso que quiero para mis hijos es lo que quiero para los tuyos. Por eso voy a ser Presidenta de México”.
En su tuit también dice, sin vocalizar, “aquí estoy”. Es otra manera de sosegar a los nerviosos. A los que están convencidos de que el 2 de junio el país sube a un segundo piso o se acelera a un precipicio.
RM