Hay frases que en boca de este sacerdote son lapidarias, como cuando habla sobre el canciller Marcelo Ebrard, a quien no duda en llamar “ingenuo” por su fallida negociación con Estados Unidos, o sobre los obispos, a los que señala por no hacer la labor pastoral que los mexicanos necesitan y, además, por tenerle miedo.
Ni Andrés Manuel López Obrador escapa al análisis de Alejandro Solalinde. Sin dejar de decirle “querido Presidente”, señala el error de creer que en 45 días se puede solucionar el problema migratorio, como lo plantea el acuerdo que firmó Ebrard: “Los migrantes son quienes hacen la nueva historia. Donald Trump va a pasar, nuestro querido presidente Andrés Manuel también, pero los migrantes seguirán por todos lados”.
Todo él es el Lado B del sacerdocio. La separación entre lo laico y asuntos de la Iglesia no existe para este historiador y psicólogo, que en 2012 obtuvo el Premio Nacional de Derechos Humanos y es fundador de Hermanos en el Camino, albergue que se ha convertido en referencia para evaluar la política migratoria de México.
¿De dónde le viene ese espíritu combativo?
Yo vivía en un barrio muy difícil, muy intenso: en Santa Julia. Tuve una madre muy valiosa, era sabia y ella nos decía, “nunca busques pleito, pero si te humillan, defiéndete”. Algo que me ayudó muchísimo fue aprender a caminar en medio de ese barrio en libertad, no tener miedo. Mi madre siempre nos llamó a que respondiéramos a una realidad, que no nos quedáramos encerrados por miedo, ya que todos lo tenemos, pero con la fe todo se puede superar.
¿La fe basta para sobrevivir en un barrio bravo de CdMx?
Es que mi madre nos enseñó a perdonar, pero también a defendernos. Y yo me defendí como se hacía en mi barrio, a mano limpia. Así me hice respetar.
¿Entonces de niño no era un hijo ejemplar?
Era muy vengativo. Ahora me pregunto cómo es que tenía yo cabeza para inventar tantas maldades. Le robaba sus aretes y sus anillos a mi hermana cuando no hacía lo que yo quería; y se los regalaba a mis novias. Uno de esos fue un anillo con una piedrita amarilla que yo le di a La Chabela. Pero un día, mi hermana fue a comprar enchiladas en el puesto de La Chabela y se dio cuenta que tenía el anillo. Mi mamá me dijo: “Te doy un rato para que le pidas a tu novia el anillo. Si no, te la vas a arreglar con el fuete que está ahí”. En 15 minutos el anillo ya lo tenía mi mamá”.
Además de La Chabela ¿a cuántas otras novias le regaló joyas de su hermana?
Nunca se me quitó lo noviero y no solo de manita sudada. Como decíamos en mi barrio, hasta un caldito me echaba con las novias, íbamos al cine y todo.
¿En qué momento ese niño travieso y ese adolescente noviero decide ser sacerdote?
A los 19 años escuché, literalmente, el llamado de la vocación. Abandoné mi carrera de arquitectura y dejé la novia que tenía, se llamaba Yolanda, pero nadie en el barrio me daba crédito. Hasta mi papá se rió de mí porque pensó que no era cierto y me dijo: “A ti te van a correr en dos días”.
Usted dice que nunca ha dudado de su vocación; sin embargo, no cumplió con el celibato.
Yo a Jesús le hablo como a un amigo y antes le decía: “mira, ¿cómo voy a entender lo que es el matrimonio, lo que es la mujer y el sexo si no lo conozco?”. Un día, siendo sacerdote, se dio (una relación) sin buscarla, de una manera muy linda. Duré dos años con esa mujer, pues le comenté: “no voy a vivir para el sexo; el sexo es para la vida, no la vida para el sexo. Ella entendió que la relación no era posible, pero me advirtió: ‘Te dejo porque con Dios no voy a pelear; pero acuérdate de que si no es conmigo, no es con otra mujer”. Lo acepté porque entendí que la dejé para servir a Dios, no para cambiar de mujer.
¿Esa relación fue un error?
Soy un hombre que se equivoca mucho, pero no creo que haya sido un error. Una vez alguien me preguntó si ya me había confesado. Le pregunté que si para él eso era pecado y me dijo que sí. Entonces le contesté: “confiésate tú”.
Además de darle al sexo su justa dimensión, ¿qué aprendió de esa relación?
Que la forma de elegir y formar sacerdotes debe cambiar. El seminario debería salir a la calle para que la Iglesia escoja a los mejores laicos y los pueda ordenar sacerdotes, aunque sean casados. De esa manera el celibato sería una elección.
¿Eso explica el rechazo que usted genera entre los obispos?
Es que muchos son obispos “gabinete”. Yo jamás seré obispo. No quiero, quiero ser itinerante. Eso ellos no entienden, por eso muchos me tienen aplicada la ley del hielo. Sé que les doy miedo por dos cosas: tengo una conciencia basada en los documentos de la Iglesia y como soy muy mediático saben que cualquier cosa que me digan, la comparto.
Si un día los problemas a los que dedica su vida se resolvieran ¿qué haría?
Si me quedara tiempo y no tuviera que hacer, me encantaría estar en un lugar de silencio: leer. Mi hobby es el silencio. No tengo televisión. Me da mucha paz y tranquilidad estar solo… bueno, no solo porque él siempre está conmigo.