Marcela Celorio, cónsul general de México en Los Ángeles, California, se define como una persona curiosa que le gusta aprender, conocer e innovar.
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En sus más de 25 años en el Servicio Exterior Mexicano ha acuñado la frase “la mediocridad no es parte de mi vocabulario”. Al frente de la representación más grande de México en el exterior, cuenta que para llegar a ese nivel tuvo que hacer un doble esfuerzo; su arma más poderosa fue el estudio, debido a que le ayudó a demostrar que era igual de competente o más que un hombre.
Le gusta el futbol, pero no pudo estar en un equipo porque era muy difícil conseguir 22 mujeres que practicaran dicha disciplina. Al principio quería estudiar en Filosofía y Letras, pues gustaba de la actuación, pero descubrió que su vocación era la diplomacia. Además, es lectora incansable, admiradora de Julio Cortázar, seguidora de Joan Manuel Serrat y amante de la buena cocina.
¿Qué disfruta de la vida?
Siempre he valorado las cosas sencillas de la vida, una buena conversación e interactuar con los amigos ha sido fundamental en mi vida. Como diplomática, fuera de México y lejos de mi familia, he construido pequeñas familias en Medio Oriente, Europa y los lugares donde he trabajado. Disfruto de una deliciosa comida, la sobremesa me parece fantástica, así como una caminata, una buena lectura, una película, cosas sencillas.
¿Hay algo que la entristece en este momento?
Me entristece que los humanos no terminamos de aprender las lecciones, siempre digo que somos seres de luces y sombras con una memoria muy corta. Lo que más me entristece de este confinamiento es la violencia doméstica, muchos dijeron de tras el confinamiento seríamos mejores personas, pero no es así. Desde mi trabajo puedo constatar que aquellas personas que están pasando la pandemia encerradas con su victimario están sufriendo un infierno, es lo que más me entristece, que el hombre en lugar de aprender a ser más bondadoso no lo sea.
¿Cuál sería su análisis de esta pandemia?
En el ámbito personal me enseñó a ir más despacio, siempre voy corriendo, quiero resolverlo todo, me pongo más responsabilidades y quiero resolverle la vida a todo el mundo, y eso no se puede; hay que ir un poco más despacio. En términos generales, en el consulado pudimos consolidar ese sentido de equipo y hemos aprendido a cuidarnos, por eso también cuidamos a nuestra comunidad mexicana.
¿Qué platillo es su favorito?
Tengo muchos, pero sí algo me encanta es el mole, se me hace un platillo sofisticado en sus condimentos, ya que tiene el chocolate, que viene del cacao mexicano; ajo, procedente de Kirguistán; canela, que viene de Sri Lanka; en fin, todas las partes del mundo se condensan en esa explosión de sabor.
Si usted fuera en un elevador, ¿con quién le gustaría quedarse ahí encerrada?
Con el hombre que yo amara.
¿Tiene algún artista o escritor que sea su máxima figura?
Me encanta Joan Manuel Serrat porque no solo es un cantante, es un cantautor, pero también un intérprete de los clásicos de Miguel Hernández, con su poesía Nanas de la cebolla, o de Antonio Machado con “Caminante no hay camino”. Es un artista muy completo y recaba esa parte de la literatura, de la música y de la creación.
¿Qué prefiere, el cine, el teatro o un libro?
Un libro, porque siempre está contigo hasta en una isla desierta.
¿Con qué personaje le gustaría entrevistarse?
Hay muchas mujeres y líderes interesantes, pero alguien que tengo muy cerca del corazón es Julio Cortázar, autor de Rayuela. La leí muy joven, pero no la entendí, por lo que la releí después. Es una pieza literaria excepcional, como la vida de Cortázar. Me gustaría tener la oportunidad, si se pudiera, de tomarme un café con Cortázar. Se me hace un hombre extraordinario, aunque ya no está aquí.
¿Podría compartir alguna anécdota curiosa?
Hace 30 años no era fácil que a una mujer mexicana joven sus papás la dejaran viajar a Europa con mochila al hombro. Ahorré muchísimo y mi papá me ayudó. Vivía con 20 dólares al día que se iban en el albergue, comida y museos. Cuando llegué a Londres, en Victoria Station, de repente me vi envuelta en la soledad más grande, pero me dije: “llorar no, ya estoy aquí, ahora a caminar”. Eso es lo que aprendido, te caes, te sientes triste, pues a caminar y a seguir adelante.
¿Está leyendo algún libro?
Sí, un clásico que no había tenido oportunidad de leer, Los hermanos Karamázov, del escritor ruso Fiódor Dostoievski. Es como un vértigo por cómo escribe la naturaleza humana, los cuestionamientos sobre la existencia de Dios y cómo describe al amor o traición, es maravilloso.