Amante de la historia y los buenos hábitos, el magistrado Ricardo Sodi Cuéllar, presidente del Tribunal Superior de Justicia del Estado de México, reconoce que no está “gordito” de a gratis, pues le gusta todo lo bueno en abundancia, desde vino hasta comida, pero sobre todo una buena conversación.
Es entrón para todo: el baile, el canto y sobre todo para trabajar. Su dominio de varios idiomas desde sus primeros años de vida le permitieron empezar a ganar su propio dinero a los 14 años como traductor en la oficina de corresponsales internacionales de Televisa, al lado de los grandes.
El más pequeño de siete hermanos, fue el consentido de la familia. El más aguerrido. Mantiene en el recuerdo su infancia, esas noches interminables al lado de su padre, hablando de política, historia, de una familia “muégano” que iba junta a todos lados.
Hijo, nieto y bisnieto de abogados, las leyes corren por sus venas, nunca imaginó dedicarse a otra cosa: su destino estuvo marcado desde la cuna, con reglas muy precisas que comparte con MILENIO como una etapa central en su vida.
Sonriente, entusiasmado, con un notable brillo en la mirada habla de su familia, de su colección de objetos antiguos, sus viajes, su amor por el Derecho y por su “primera y única esposa”, como suele bromear cada que puede.
¿Cómo fue su infancia?
Tuve una infancia muy bonita, soy el menor de siete hijos, con un padre y una madre muy presentes en nuestra vida, lo que se conoce como familia “muégano”. La mayor satisfacción de mi papá y mi mamá era convivir con todos sus hijos constantemente, mi papá era un hombre que disfrutaba la convivencia familiar, lo que más recuerdo de esas etapas eran las cenas.
“Cuando llegaba mi padre de trabajar en la noche, bajábamos a la sala, los que podían se tomaban una copa, y después de cenar todos juntos empezaba la sobremesa. Era una maravilla, mi papá nos contaba anécdotas de lo que estaba viviendo, situaciones del país. Fue una persona que siempre estuvo vinculada con la política, con la historia contemporánea; era abogado, hijo de abogado, bisnieto de abogado y sigue la estirpe.
“Como era el menor, eran las 10:30 de la noche y me tenía que ir a dormir, pero yo me quería quedar, no podía replicar porque tenía escuela al otro día.
“Las reuniones familiares eran buenísimas, yo conviví mucho con mi papá, ya que su actividad laboral no era tan intensa y jugábamos ping-pong todas las tardes, afición que conservo todavía”.
¿El consentido?
La verdad es que sí era el consentido, tan fue así que cuando murieron mis padres el albacea de la sucesión fui yo, no el mayor, por la presencia, la cercanía y la confianza. Tuve una infancia y adolescencia maravillosas.
“Había reglas muy precisas: por ejemplo, cuando los hombres cumplíamos 16 años ya no nos daban domingo, era el momento de trabajar, solo a las mujeres ni de casadas les suspendían el domingo. La idea era que nos buscáramos la vida”.
¿De qué trabajó a esa edad?
Empecé a trabajar desde los 14 años. Entré a Televisa, al departamento de corresponsales del extranjero, haciendo traducciones de alemán a español. Lo hacía por las tardes y era muy divertido el ambiente, conocí a don Jacobo Zabludovsky, a Joaquín López-Dóriga, Lolita Ayala...
¿Qué opinaban de usted?
Un día estaba escribiendo, llegó don Jacobo y dijo ¿dónde está el traductor? Cuando me vio, dijo: “¿eso, eso es el traductor?”. Llegó Maxine Woodside y dijo: “¡que monada!”, hablo de 1976.
“De ahí trabajé en Miss Universo y en el Comité Olímpico
Mexicano, por la ventaja de hablar inglés, francés y alemán. Me pagaban muchísimo para un estudiante, me daban pases para llevar a la palomilla a algún programa.
“También trabajé en Hacienda, en el Seguro Social, Salud, Cultura... estuve en el Servicio Exterior Mexicano por un concurso en el que me inscribió mi ‘chicotito’, mi esposa. Puse un despacho, me asocié a la familia, luego empecé a llevar mis propios asuntos”.
¿Alguna vez pensó en no seguir la tradición familiar?
Jamás, jamás. En el kínder me decían el licenciadito, porque me gustaba la política, daba consejos de Derecho a mis compañeros, a mis maestros; lo traigo en la sangre. Nunca tuve dudas y estoy muy contento con lo que hago.
Sodi Cuéllar disfruta vacacionar con su familia, ver televisión y leer. Sigue jugando tenis de mesa, anda en bicicleta, colecciona y clasifica todas las antigüedades que llegan a sus manos.
Está orgulloso de la biblioteca que heredó de su abuelo y su padre, conserva la tradición de sentarse a comer con saco. Le molesta la destrucción de los monumentos y edificios históricos, llora fácilmente por temas familiares, le gusta participar en la cocina, aunque no es bueno ni para asar carne.
Canta, toma clases de tango y danzón con su esposa. Reconoce que le gusta todo lo bueno y es muy fácil darle gusto con un buen vino, whisky o coñac, “porque los placeres de la vida no están reñidos con el control de los impulsos”, dice con una sonrisa.
¿Qué está leyendo?
Leo un libro por semana, sobre todo novelas de Arturo Pérez-Reverte, Vargas Llosa, Laura Restrepo.